CLASTRES: ENTRE SILENCIO Y DIÁLOGO / Guía de lectura.
Entre silencio y diálogo[1]
Pierre Clastres
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Pierre Clastres (París, 1934-1977). Antropólogo y etnólogo francés |
Un balance tan trágico y la conjunción permanente entre la expansión de la civilización
europea y el aniquilamiento de las culturas primitivas obligan a preguntarse si
no se trata de algo muy distinto de un accidente sistemático.
En efecto, más allá de las matanzas y
de las epidemias, más allá de este singular salvajismo que el Occidente transporta
consigo, parecería existir, inmanente a nuestra civilización y constituyendo la
“triste mitad de sombra” en la cual se alimenta su luz, la notable intolerancia
de la civilización occidental ante las civilizaciones diferentes, su
incapacidad para reconocer y aceptar al Otro como tal, su negativa a dejar
subsistir aquello que no es idéntico a ella.
Los encuentros con el hombre primitivo
se han producido casi siempre con el estilo de la violencia, grosera o sutil.
O, con otras palabras, descubrimos en el espíritu mismo de nuestra
civilización, y a lo largo de su historia, la vecindad de la violencia y la razón, en tanto la
segunda no logra establecer su exigente reinado si no es mediante la primera.
La Razón occidental remite a la violencia como su condición y su medio, pues lo
que no es ella se encuentra en “estado de pecado” y cae entonces en el terreno
insoportable de la irracionalidad. Y es de acuerdo con este doble rostro de Occidente,
su rostro completo, que debe articularse el problema de su relación con las
culturas primitivas: la efectiva violencia de que éstas son víctimas no es
extraña al humanismo, no es sino el signo visible de una proximidad más lejana
con la razón; y esta dualidad no define menos nuestra civilización por el hecho
de hallarse enmascarada.
Todo ocurre, pues, como si nuestra
cultura no pudiera manifestarse si no es contra lo que ella califica de
irracionalidad.
Lo que nuestra historia atestigua,
desde el Renacimiento, es que esta intención de repulsa pudo cumplirse en la
doble circunstancia favorable de la expansión política y del proselitismo
cristiano. Con todo, es preciso señalar que aquélla estaba ya presente en la
aurora griega de nuestra civilización, puesto que entonces los hombres se dividían
en civilizados y bárbaros, la violencia no se manifestaba aún sino en el
lenguaje. ¿Y cómo no recordar ahora ese otro reparto entre razón e
irracionalidad del que nos habla Michael Foucault? Pues una curiosa analogía
dibuja la forma de un destino común a la Locura y al Salvajismo, identificados
negativamente por la doble división en la cual el aniquilamiento de las
culturas primitivas hace eco a la “gran reclusión de los pobres”. No se desea
resucitar, sin duda, la antigua trinidad en que el salvaje y el loco, junto con
el niño, mantenían para Occidente la misma relación con el adulto civilizado. Trátase
sólo de que tanto el alienado como el salvaje se hallan vinculados de manera
idéntica con la razón, para la cual son esencialmente extraños, peligrosos y
por ende objetos de exclusión o de destrucción.
Demente en Europa o salvaje en América,
uno y otro se ven promovidos a pesar suyo a este parentesco nacido de la negativa
de Occidente a mezclarse con esos lenguajes extraños.
Y quizá sea en nombre de ese mito
característico de nuestras maneras de pensar –el salvaje y el loco como
fronteras de la razón– que a veces se deba asistir a encuentros sorprendentes:
Artaud entre los tarahumaras.
Sería injusto, no obstante, desatender
las voces que se elevan en defensa de los salvajes: de Montaigne y Léry a Diderot
y Rousseau, no se dejó de recordar que la verdadera barbarie no siempre era la
que se creía y que a menudo las instituciones y costumbres de esos pueblos
lejanos estaban inspiradas por una gran sabiduría. El salvaje se convirtió pues
rápidamente en el “buen salvaje”. Existía una diferencia muy clara entre la manera
como ocurrían el encuentro y el contacto de Europa con los primitivos y la función
que éstos asumieron, desde su descubrimiento, en el pensamiento de ciertos
escritores. ¿Mas cabe por ello estimar que esos puntos de luz “compensan” de
alguna manera la naturaleza profunda de la relación civilización-salvajismo?
No lo parece, pues lo que los poetas y
los filósofos nos ofrecen, más que una búsqueda confusa de ese diálogo al cual
no podía suscribir Occidente, es una crítica política o moral de su propia
sociedad. Por consiguiente, el hecho de transformarse en tema literario o
filosófico no cambiaba en nada lo que el salvaje veía ante todo en Europa: su violencia.
De este modo, en lugar de una debilidad
congénita de las civilizaciones primitivas por la cual se explicaría su decadencia
tan rápida, lo que la historia de su advenimiento deja traslucir aquí es una
fragilidad esencial de la civilización de Occidente: la necesaria intolerancia
en la cual el humanismo de la Razón halla a la vez su origen y su límite, el medio
de su gloria y la razón de su fracaso. ¿Acaso no lo es esta incapacidad de
hecho, ligada a una posibilidad estructural, para iniciar un diálogo con
culturas diferentes?
En este caso no es sorprendente que la
relación básica entre civilización occidental y civilizaciones primitivas se repita
de cierta manera, en el nivel de la etnología, para conferir a esta ciencia
cierta ambigüedad y marcar su posición con un color particular. En nuestra
opinión, la ambigüedad específica de nuestra disciplina reside en la oposición entre
su “tierra natal”, sus medios y su finalidad por una parte, signos de nuestra
cultura que se despliega, y su objeto por la otra, constituido por el conjunto
de esas civilizaciones primitivas, cuyo rechazo del campo de su propio
lenguaje, precisamente, exige la nuestra. La paradoja de la etnología está en
que es al mismo tiempo ciencia, y ciencia de los primitivos; en que,
absolutamente desinteresada, realiza mejor que cualquier otra actividad la idea
occidental de ciencia, pero eligiendo como objeto lo que está más alejado de
Occidente: ¡lo asombroso, por último, es que la etnología sea posible! En un
extremo depende de la esencia misma de nuestra civilización; en el otro, de lo
que le es más ajeno; y ello revela ante todo una suerte de contradicción insólita
entre el origen de la etnología y su intención, entre lo que la fundamenta como
ciencia y lo que investiga, entre ella misma y su objeto. La etnología, el
sentido de su proceder, de su nacimiento y de su proyecto, deben comprenderse
sin duda a la luz de la gran división realizada entre Occidente y el mundo de
los hombres primitivos.
La etnología, ciencia del hombre, mas
no de cualquier hombre, se halla de acuerdo por naturaleza,
podría decirse, con las exigencias del pensamiento científico, pues se mueve en
el universo de la división: ésta, por otra parte, era quizá la condición de
posibilidad para una ciencia de este pensamiento reconocido tan sólo mediante
la separación.
Y esta cualidad de la etnología se
expresa en el hecho de que constituye un discurso sobre las civilizaciones
primitivas y no un diálogo con ellas. No obstante, aun cuando sea experiencia
de la división, o más bien por ello mismo, la etnología parece ser el único
puente extendido entre la civilización occidental y las civilizaciones
primitivas. O, si aún es posible un diálogo entre esos extremos separados, la
etnología es la que permitirá que Occidente lo entable. No, sin duda, la
etnología “clásica”, marcada inevitablemente por la oposición –de la cual
nació– entre razón e irracionalidad, y que por lo tanto incluye en sí el límite
adecuado para la negativa al diálogo, sino otra etnología a la cual su saber
permitiría forjar un nuevo lenguaje infinitamente más rico; una etnología que,
superando esta oposición tan fundamental en torno de la que se ha edificado y
afirmado nuestra civilización, se transformaría a su vez en un nuevo
pensamiento.
En un sentido pues, si la etnología es
una ciencia, es al mismo tiempo algo distinto. Este privilegio de la etnología,
en todo caso, es lo que nos parece indicar la obra de Claude Lévi-Strauss: como
inauguración de un diálogo con el pensamiento primitivo, encamina nuestra
propia cultura hacia un pensamiento nuevo.
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Guía de lectura:
1.- "Un balance (...) sistemático". Qué quiere decir el autor con esta frase? Explicar.
2.- "... con otras palabras (...) la primera". Esto es así? Podrían dar ejemplos?
3.- "Trátase (...) destrucción". Qué relación puede plantearse a través de estas premisas? Qué sucedió?
4.- A qué se refiere Artaud entre los tarahumaras? Explicar.
6.- A qué se refiere el autor cuando habla de la paradoja de la etnología?
7.- Explicar: "Y esta (...) ellas".
8.- Cómo puede relacionarse lo que dice Clastres con el texto Las tres fuentes... de Claude Lévi-Strauss?
[1] En: Pingaud, B. y otros, Lévi-Strauss: estructuralismo y
dialéctica. Editorial
Paidós. Buenos Aires, 1968.
Hola profesor! Cómo está? Disculpe que use este medio pero soy ex alumno suyo de la cátedra Berbeglia del cbc del 2008.Mi nombre es Hernán Ríos y solicito si puede facilitarme el temario de la materia al mail "pepocabezon@gmail.com ya que lo necesito para homologar una materia de otra carrera. Muchas gracias!
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