& EL MATERIALISMO HISTORICO / LEFEVBRE

Como sociología científica el marxismo lleva. un nombre que se hizo clásico: el de materialismo histórico.
Solo existen sociológicamente hablando, los individuos y sus relaciones. La Sociedad como entidad general, no posee ninguna especie de existencia aparte de los individuos que la componen. No hay ser colectivo, alma de los pueblos o de los grupos. Son esas cualidades ocultas, imaginadas por sociólogos que se creían científicos y eran metafísicos. Bajo el nombre de “Sociedad" en general elevaban al rango de verdad absoluta ciertos caracteres, o todos los caracteres de la sociedad existente. Por lo tanto eran de hecho, y a veces con las mejores intenciones del mundo, los apologistas de esta sociedad, sus ideólogos. No comprendían el devenir de la sociedad concreta, ni su estructura real, ella misma cambiante.
Los seres humanos hacen su vida (social), su historia, y la historia general. Pero no hacen la historia en condiciones elegidas por ellos, determinadas por un decreto de su voluntad. Es cierto que desde los orígenes de la humanidad el hombre (social e individual) es activo, pero de ningún modo se trata de una actividad plena, libre y consciente. En la actividad real de todo ser humano hay una parte de pasividad más o menos grande, que disminuye con el progreso del poder y la conciencia del hombre, pero jamás desaparecerá por completo. En otros términos, es necesario analizar dialécticamente toda actividad humana. Actividad y pasividad se consignan en ella. El individuo modifica, mediante su acción, la naturaleza y el mundo que lo rodean, pero soporta condiciones que de ningún modo ha creado: la naturaleza misma, su propia naturaleza, los demás seres humanos, las modalidades ya establecidas de la actividad (tradiciones, herramientas, división y organización del trabajo, etc.). Debido a su misma actividad los individuos entran pues en relaciones determinadas, que son relaciones sociales. No pueden separarse de estas relaciones: su existencia depende de ellas, de igual modo que la naturaleza misma de su actividad, sus límites y sus posibilidades. Lo que equivale a decir que su conciencia no crea esas relaciones, sino que está, por el contrario, comprometida en ellas, y por lo tanto determinada por ellas (aunque la conciencia interviene realmente y puede a veces liberarse de esas relaciones, no lo hace más que para precipitarse en lo imaginario y la abstracción). Así, las relaciones en las cuales entra necesariamente, ya que no puede aislarse, constituyen el ser social de cada individuo; y es el ser social quien determina la conciencia, no la conciencia quien determina el ser social. El campesino tiene conciencia e ideas de campesino; es evidente que ni su conciencia ni sus ideas crean íntegramente su relación con la tierra, la organización de su trabajo, sus instrumentos, sus relaciones con sus vecinos, con su comuna, su región, su país, etc. Los ejemplos se podrían multiplicar. Aunque es verdad que en el curso de su desarrollo la conciencia y el pensamiento se liberan de las relaciones inmediatas y locales (relaciones simples con el medio), jamás se separan de ellas. ¡Admitirlo sería aceptar la ilusión ideológica e idealista! La extensión y la profundización de la conciencia, la aparición y el fortalecimiento del pensamiento racional se hallan también condicionadas por las relaciones sociales (por el desarrollo de las comunicaciones y el cambio, por la vida social que se organiza y se concentra en las grandes ciudades comerciales e industriales, etcétera).
¿Pero qué son esencialmente esas relaciones sociales? Ciertamente son, y así se nos presentan, sobre todo en nuestra época, extremadamente complejas. ¿Es posible separar de su entrelazamiento relaciones fundamentales? ¿Es posible distinguir, para usar una metáfora, pisos o sedimentos sucesivos sobre una base?
Marx y los marxistas afirman que sí. Hay relaciones fundamentales; el edificio de toda sociedad reposa sobre una base. En una casa, ciertamente, lo que importa son los pisos, las piezas habitables. ¿Pero es ésta una razón para despreocuparse de la base y de los cimientos, para olvidar que estos cimientos determinan la forma, la altura, la estructura del edificio, es decir, las grandes líneas esenciales (aunque dejando indeterminados los múltiples detalles y más aún las ornamentaciones? Pensar de otro modo es creer que se puede completar una casa por el techo y terminada por la base. Pensar que en una sociedad las ideas son fundamentales, es creer que porque las ventanas son necesarias y dan luz a las piezas constituyen la causa de la casa.
Las relaciones fundamentales para toda sociedad son las relaciones con la naturaleza. Para el hombre la relación con la naturaleza es fundamental, no porque siga siendo un ser de la naturaleza (interpretación falaz del materialismo histórico) sino, por el contrario, porque lucha contra ella. En el curso de esta lucha, pero en las condiciones naturales, arranca a la naturaleza lo que necesita para mantener su vida y superar la vida simplemente natural. ¿Cómo? ¿Por qué medios? Por el trabajo, mediante los instrumentos de trabajo y la organización del trabajo.
Así y solo así los hombres producen su vida, es decir superan la vida animal (natural), aunque no pueden evidentemente liberarse de la naturaleza por un decreto soberano. Los hombres no superan la naturaleza más que dentro de ciertos límites, y en las condiciones determinadas por la naturaleza misma (clima, fertilidad del suelo, flora y fauna naturales, etc.).
Las relaciones fundamentales de toda sociedad humana son por lo tanto las relaciones de producción. Para llegar a la estructura esencial de una sociedad, el análisis debe descartar las apariencias ideológicas, los revestimientos abigarrados, las fórmulas oficiales, todo lo que se agita en la superficie de esa sociedad, todo el decorado: debe penetrar bajo esa superficie y llegar a las relaciones de producción sea las relaciones fundamentales del hombre con la naturaleza y de los hombres entre sí en el trabajo.
¿Qué es lo que revela este análisis? Ante todo, condiciones naturales, más o menos profundamente modificadas por el hombre. Es éste el dominio de la ciencia que se denomina con frecuencia geografía humana, ciencia que tiene un objeto real y solo se engaña cuando aísla ese objeto y deja de lado la historia. El análisis estudia entonces el suelo, el clima, los ríos y las aguas, su influencia sobre el poblamiento, el subsuelo, la flora espontánea o importada, etcétera.
Luego el análisis estudia las técnicas, los instrumentos. Es éste el dominio de una ciencia que se denomina con frecuencia tecnología, ciencia que también tiene un objeto real, pero se equivoca cuando lo aísla. La herramienta, el instrumento, no puede, en efecto, separarse de su empleo. La descripción tecnológica del instrumental no debe hacer olvidar que implica una división del trabajo, y que, además, esta organización del trabajo puede en cierta medida evolucionar de manera autónoma y reaccionar sobre el empleo, el rendimiento, el perfeccionamiento de ese instrumental.
Por consiguiente las relaciones de producción revelan al análisis tres factores o elementos: las condiciones naturales, las técnicas, la organización y la división del trabajo social. Es evidente que la estructura de una sociedad, la actividad de los individuos que la constituyen, su distribución, sus situaciones recíprocas, no pueden comprenderse si no se comienza por este análisis.
Estos tres elementos constituyen lo que el marxismo llama las fuerzas productivas de una sociedad determinada.
Es igualmente claro que cada uno de estos elementos puede perfeccionarse, desarrollarse.
Las fuentes naturales de una región pueden ser cada vez más explotadas; se descubren recursos nuevos, o, inclusive, objetos naturales que no eran susceptibles de ser usados por el hombre llegan a serlo; es así como todas las materias primas de la industria han sido descubiertas, dadas a conocer, utilizadas en el curso del desarrollo económico.
De igual modo, el instrumental se perfecciona. La conciencia interviene incesantemente en la invención técnica, sin poder por otra parte separarse del proceso total porque la invención no hace nunca otra cosa que resolver los problemas planteados por la técnica existente.
El nuevo instrumental reacciona sobre las relaciones sociales. Exige una nueva distribución de las fuerzas humanas que lo animan. Además estas exigencias de la técnica tienen continuamente consecuencias imprevistas que escapan a la conciencia, a la voluntad, al control de los hombres; lo mismo ocurre con toda modificación en los productos cuando, por ejemplo, hay un lanzamiento de mercados y centros de producción, individuos o regiones enteras quedan arruinados, etcétera. Este hecho no tuvo, sin duda, poca relación con el horror natural que hasta el período moderno sintieron los hombres por los cambios, y con el mantenimiento del statu quo por medios ideológicos.
Aquí es necesario observar que un instrumental sólo es adoptado cuando corresponde a una necesidad. La tecnología debe así distinguir entre la invención o la introducción de un instrumento, su adopción, el área de su extensión, las necesidades a las que responde y los hábitos (ideologías) que se oponen a su adopción. El factor técnico -repitámoslo- no es único ni aislable; Marx precedió a los tecnólogos y les abrió el camino al llevar más lejos el análisis.
Ello significa que la división del trabajo y las relaciones que implica deben considerarse como un elemento distinto pero no separable. La división del trabajo tiene sus consecuencias propias, particularmente desde que establece la división entre el trabajo material y el trabajo no material (funciones de dirección, de mando, de administración; funciones intelectuales). Estas consecuencias se desarrollan en gran parte fuera de las previsiones, del control y de la voluntad de los hombres. El hecho de que los individuos mejor dotados dirijan la actividad de los demás individuos, en un grupo social dado, representa un progreso. Y que las condiciones que permiten este progreso permiten también que una casta o clase acapare las funciones de dirección, es un hecho que la historia muestra con frecuencia; un hecho cuyas consecuencias debieron asombrar más de una vez a los contemporáneos.
Resulta de este análisis que las fuerzas productivas se desarrollan; en el curso de la historia; de modo tal que cada uno de sus elementos sigue un proceso propio en el seno del conjunto, más sin poder separarse de él.
Resulta también que este desarrollo de las fuerzas productivas (es decir, del poder humano sobre la naturaleza) conserva en el curso de la historia las características de un proceso natural. En efecto: su desarrollo escapa al control, a la conciencia, a la voluntad de los hombres, y ello aunque se trata de su actividad y de los productos de su actividad. ¿No es éste el sentido de toda la historia de los pueblos, de las instituciones y de las ideas?
No es que la conciencia humana sea irreal e ineficaz. Muy por el contrario. Como lo hemos visto en la parte filosófica de esta exposición, la conciencia misma nace, crece y se desarrolla naturalmente en el curso de este proceso natural. Pero solo en y por el marxismo se convierte en conciencia plena, en conocimiento racional capaz de dominar y dirigir el proceso.
El crecimiento de las fuerzas productivas y del poder del hombre sobre la naturaleza pasa por grados, por niveles. Este poder es más o menos grande; las fuerzas productivas más o menos desarrolladas no están desvinculadas del nivel de civilización alcanzado por una sociedad dada. Lejos de ello. Si toda cultura presenta una originalidad cualitativa, no deja de suponer también una cierta cantidad de riquezas. La relación del hombre con la naturaleza, es decir, su poder sobre ella, condiciona su independencia relativa respecto de ella, tanto su libertad como su manera de gozar de la naturaleza. Las relaciones superiores y complejas que se expresan en la cultura implican y presuponen las relativamente simples relaciones de producción; esas relaciones complejas no pueden introducirse desde afuera en la estructura de una sociedad; no pueden por lo tanto separarse de ella y estudiarse aisladamente.
El desarrollo de las fuerzas productivas, sus grados, los niveles alcanzados, tienen por lo tanto una importancia histórica fundamental: constituyen el fundamento del ser social del hombre en un momento dado, y, por consiguiente, de las modalidades de su conciencia y de su cultura.
Examinemos ahora en sí mismo este hecho cuya importancia fue ya demostrada: la división del trabajo.
Determina una consecuencia inmediata o, más exactamente, se vincula con un fenómeno social de gran importancia. Al establecerse en el curso del desarrollo histórico, la división del trabajo implica la propiedad privada. Marx ha mostrado que ambos términos son correlativos. En efecto: los instrumentos, los medios de producción caen, al diferenciarse, en poder de grupos o individuos también diferenciados. El territorio y la tierra, como medios de producción, siguen la misma suerte. En esta etapa, además, la división del trabajo significa desigualdad de los trabajos. Las funciones de mando, por ejemplo, se distinguen de los trabajos materiales.
Esta diferenciación de los trabajos en "superiores" e "inferiores" no involucraría ningún inconveniente grave si se tratara de un desarrollo individual, si las funciones superiores pertenecieran a los individuos mejor dotados para tales trabajos (lo que todavía ocurre con frecuencia en las sociedades llamadas primitivas). Pero estando unida la diferenciación de los trabajos a la formación de la propiedad privada, ambos fenómenos actúan el uno sobre el otro en el curso del desarrollo histórico. Las funciones superiores permiten el acaparamiento de los medios de producción; se hacen hereditarias y se transmiten como la propiedad misma y junto con ella. Los trabajos inferiores (materiales) se hallan excluidos tanto de la propiedad como de las funciones superiores. En cuanto a éstas, ya no pertenecen a los individuos de acuerdo con sus dones naturales o cultivados, sino a los grupos (y a los individuos que los integran) según su lugar en la organización de la propiedad. Lo que equivale a decir que los individuos ya no tienen acceso a las funciones intelectuales, políticas, administrativas (que se diferencian cada vez más) en razón de su valor social, sino de su riqueza. Entonces aparecen las clases.
La estructura social, considerada ya no en su relación con la naturaleza (fuerzas productivas), sino como organización de la propiedad, de las funciones y de las clases sociales, es llamada por Marx modo de producción.
De acuerdo con lo que acabamos de ver, las fuerzas productivas y el modo de producción no pueden separarse. Históricamente, las fuerzas productivas determinan el modo de producción; así, el instrumental (la técnica) y la división del trabajo se hallan indisolublemente ligados. Y sin embargo estos aspectos o elementos del proceso total no se confunden; su determinación recíproca no es en modo alguno mecánica; poseen una independencia relativa y actúan sin cesar los unos sobre los otros.
De igual manera que la división social del trabajo evoluciona en cierta medida independientemente del instrumental técnico, el modo de producción cambia (o no cambia), en cierta medida y hasta cierto punto, independientemente de las fuerzas productivas.
Sobre la base del desarrollo progresivo de las fuerzas productivas, y analizando la estructura de la división del trabajo, de la propiedad, de las funciones sociales y de las clases, Marx mostró la sucesión histórica de cierto número de modos de producción determinados:
1) Dejemos de lado el comunismo primitivo. Vemos aparecer en seguida, en el curso de la prehistoria y de la historia, el modo patriarcal de producción, caracterizado ya por una forma determinada de propiedad (propiedad de la familia en un sentido muy amplio) y por una diferenciación de funciones y de clases (dominación de los hombres, autoridad del patriarca o del padre de familia, etc.).
2) Viene luego la economía fundada sobre la esclavitud y condicionada por un progreso técnico que permite la utilización rentable de los esclavos. Se orienta por lo tanto hacia la formación de una clase de amos, hacia la transmisión hereditaria, en una sociedad ya compleja, de las funciones de mando militar y político, de las funciones intelectuales, etcétera, al mismo tiempo que de la propiedad.
3) La economía feudal implica la explotación por una clase militar (guerrera) de una masa de productores aislados y vinculados al suelo (servidumbre).
4) La economía capitalista merece un estudio especial, objeto principal de la economía política.
No es éste más que un esquema extremadamente general. Modos de producción mixtos o aberrantes han existido en todos los momentos de la historia. Este orden de sucesión, que representa el progreso económico a través de convulsiones espantosas, solo se ha desarrollado  teóricamente y en las condiciones históricas, o sea en Europa occidental. Los modos de producción siempre coexistieron y coexisten todavía, actuando y reaccionando los unos sobre los otros, sin límites estrictos, aun siendo diferentes. Y un modo de producción puede presentar matices y variantes innumerables como ocurre, por ejemplo, con el feudalismo: el feudalismo asiático difiere de feudalismo europeo. etc.
Cada modo de producción tuvo un período de crecimiento, de apogeo, de declinación, y sufrió una crisis final (sin contar las crisis internas, momentáneas o más profundas, en el curso de este desarrollo).
En el análisis de las fuerzas productivas una contradicción, una lucha, un conflicto se coloca en primer plano: la lucha del hombre contra la naturaleza.
En el análisis de los modos de producción aparecen múltiples conflictos y contradicciones; primero y sobre todo los conflictos entre clases sociales. Aquí lo que llama la atención y se revela como el fenómeno esencial es la lucha del hombre contra el hombre y la explotación del hombre por el hombre.
La historia de cada modo de producción se ha desarrollado, pues, de manera dramática, a través de múltiples conflictos. En cada época los individuos actuaron, inventaron, vivieron su vida individual, realizaron ciertas posibilidades, quedaron en retraso o superaron el nivel medio de su tiempo y de su clase, etc., pero siempre en el marco del modo del producción, en las condiciones que les ofrecía la estructura social. De las interacciones de las iniciativas individuales (que, en general, y salvo el caso de los grandes hombres, se neutralizan en un conjunto global y estadístico) resulta la Historia.
Marx llama formación económico-social al proceso concreto que se realiza sobre la base de un cierto desarrollo de las fuerzas productivas. El estudio de cada formación económico-social revela la acción eficaz -política, administrativa, jurídica, ideológica- de los grandes hombres, pero en las condiciones y límites del tiempo y del lugar, es decir, del modo de producción y de la clase.
Nos quedan todavía por señalar algunos puntos importantes, puestos en evidencia por la sociología científica.
El proceso histórico tiene un carácter natural y objetivo (aunque la conciencia humana, o sea la individualidad, consciente, se forme y se manifieste en él). En todos los momentos de la historia las fuerzas sociales y las realidades escapan al control y a la voluntad de los hombres. Las consecuencias de sus actos sobrepasan a los hombres, sobre todo a los más grandes,
Este carácter objetivo condiciona el fetichismo, pero no se confunde con él. El fetichismo propiamente dicho solo aparece cuando existen abstracciones que escapan al control, al pensamiento y a la voluntad de los hombres. Así, el valor comercial y el dinero no son en sí mismos más que abstracciones cuantitativas: expresiones abstractas de relaciones sociales, humanas; pero estas abstracciones se materializan, intervienen como entidades en la vida social y en la historia y terminan por dominar en lugar de ser dominadas. El proceso natural y objetivo adquiere entonces un sentido nuevo. La historia del dinero, del capital, sólo es en cierto sentido la historia de una abstracción; y sin embargo es también un proceso histórico objetivo, objeto de una ciencia.
Al examinar filosóficamente el materialismo dialéctico hemos mostrado tres aspectos del proceso total: un aspecto natural, vital y espontáneo, un aspecto reflexivo y un aspecto ilusorio.
Estos tres aspectos los volvemos a encontrar en el análisis sociológico. El aspecto vital y natural está constituido aquí por la relación práctica del hombre con la naturaleza y el poder del hombre que crece con el desarrollo de la especie humana. El desarrollo de la técnica, la formación del conocimiento científico, de la razón y de la cultura constituyen el aspecto reflexivo. Finalmente, la división del trabajo da lugar a las ilusiones ideológicas. Es, en efecto, a partir del momento en que, con la división del trabajo, aparece el trabajo intelectual en vías de especialización, cuando la conciencia (el individuo consciente) se libera de lo real, imagina ser otra cosa que la conciencia del mundo humano (de la práctica social) y se lanza hacia las nubes ideológicas. Esta ilusión acompaña a los otros fenómenos sociales, y aunque posee características propias, no puede separarse de ellos. Actúa y reacciona sobre ellos. Los fetiches ideológicos, las abstracciones realizadas, toman así una especie de vida independiente y objetiva, particularmente en las religiones, en los sistemas morales y en las metafísicas. Los fetiches intervienen en la historia, en la vida de la formación económico-social; se convierten, a través de la acción de los individuos y de las clases, en factores activos, esenciales en apariencia, subordinados de hecho. De este modo se determina sociológicamente, como proceso humano que escapa al control de los hombres, lo que hemos llamado filosóficamente alienación.
Marx llama superestructura al conjunto de las instituciones y de las ideas que resultan de los acontecimientos y de las iniciativas individuales (de la acción de los individuos actuantes y pensantes) en el marco de una estructura social determinada. La superestructura involucra, pues, especialmente: las instituciones jurídicas y políticas, las ideologías y fetiches ideológicos, etc. La superestructura es la expresión (a través de las interacciones complejas de los individuos) del modo de producción, es decir, de las relaciones de propiedad. Las ideologías expresan estas relaciones, inclusive, y particularmente, cuando las apariencias ideológicas cumplen la función de disimularlas.
También aquí, pues, existen tres elementos: fuerzas productivas, modo de producción, superestructura. Estos aspectos o elementos de toda formación económico-social son distintos aunque se hallan ligados, es decir, en conflicto e interacción permanentes. El derecho moderno, por ejemplo, elabora las relaciones capitalistas de propiedad e intenta deducidas a partir de principios abstractos, morales, ilusoriamente superiores y universales, confundiendo ahorro y capital, propiedad privada y propiedad de los medios de producción, libertad de trabajo y libertad de explotación el trabajo, explotación del hombre y explotación de la naturaleza, etc. Codifica las relaciones que se dan en este modo determinado de producción; tiene así una cierta vida propia y reacciona sin cesar sobre la estructura de la que forma parte.
¿De dónde procede el devenir que conduce a cada modo de producción, a través de contradicciones, conflictos e interacciones complejas, hacia su crecimiento, su apogeo y su declinación?
Los elementos del proceso total no son iguales. No se trata solo de tres aspectos, cada uno de los cuales, aunque diferente, estaría en el mismo plano que los otros. Entre esos aspectos o elementos hay uno que es el esencial, y constituye la razón del devenir. Es la relación del hombre con la naturaleza, el grado de su poder sobre ella, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas. El modo de producción no es más que modo de organización, en un cierto momento, de las fuerzas productivas. La superestructura elabora, codifica o transpone (ideológicamente) las relaciones humanas en un modo de producción dado; reacciona sobre las relaciones de producción, ya sea para hacerlas avanzar (por ejemplo, mediante el Estado político); ya sea, por el contrario, para conservarlas (política "reaccionaria"), pero nada crea por sí misma; presenta una maraña contradictoria de conocimientos e ilusiones sobre la realidad, pero no es una realidad autónoma.
Durante todo el proceso de su crecimiento, las fuerzas productivas proveen la base sobre la cual se establecen las relaciones de producción y se elabora la superestructura. Cuando las fuerzas productivas (debido especialmente a los progresos técnicos) dan un salto hacia adelante, es superado el modo de producción correspondiente. ¿Desaparecerá éste de manera natural? Sí, y sin embargo no. Sí, en un sentido: entra entonces necesariamente, por un proceso objetivo, natural, que escapa a las conciencias y a las voluntades, en la decadencia y la crisis final. Y sin embargo, no, porque la superestructura y la ideología muestran entonces su independencia relativa. En la medida en que los individuos actuantes y pensantes de las clases privilegiadas toman conciencia del proceso, luchan contra él; retardan y detienen el movimiento; mantienen, con la correspondiente superestructura, un modo de producción caduco. ¿Por qué medios? Mediante la ideología, que revela entonces su papel: enmascarar, disimular bajo las apariencias lo esencia, del proceso histórico; disimular las contradicciones; ocultar las soluciones, es decir, la superación del modo de producción existente, bajo soluciones falsas.
De este modo ha funcionado, por ejemplo, la ideología feudal. Así funciona la ideología capitalista.
Desde este punto de vista el comunismo se define como: el desarrollo sin límites internos de las fuerzas productivas; la superación de las clases sociales; la organización racional, consciente, controlada por la voluntad y el pensamiento, de las relaciones de producción correspondientes al nivel alcanzado por las fuerzas productivas.
Al dominar el conjunto del proceso, el conocimiento racional resuelve finalmente las contradicciones sociales.

Lefevbre, Henri
El Marxismo
Eudeba. 1971.


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