ROBERT HERTZ / La muerte y la mano derecha
LA PREEMINENCIA DE LA MANO DERECHA:
ESTUDIO SOBRE LA POLARIDAD RELIGIOSA
Toda jerarquía social se pretende fundada sobre la naturaleza de las cosas, razón por la que se le atribuye vigencia eterna, escapando al devenir y a las disputas de los innovadores.
Aristóteles justificaba la esclavitud por la superioridad étnica de los griegos sobre los bárbaros, y el hombre de tnuestros días, turbado por las reivindicaciones feministas, alega la inferioridad “natural” de la mujer. Asimismo, según opinión general, la preeminencia de la mano derecha resultaría directamente de la estructura del organismo y no debería nada a las convenciones ni a las cambiantes creencias de los hombres, Pero, a pesar de las apariencias, cuando se trata de regular las atribuciones de las dos manos, el testimonio de la naturaleza no es ni más claro que en los conflictos de razas o sexos, ni más decisivo.
Pero no por ello han faltado tentativas para asignar al dextrismo una causa anatómica. De todas las hipótesis emitidas sólo una parece haber resistido la prueba de los hechos: la que vincula la preponderancia de la mano derecha en el hombre al mayor desarrollo del hemisferio cerebral izquierdo, que, como se sabe, enerva los músculos del lado opuesto. Lo mismo que el centro del lenguaje articulado se encuentra en esa pequeña parte del cerebro, los centros donde residen los movimientos voluntarios residirían ahí principalmente. Como decía Broca, “somos diestros de manos porque somos zurdos de cerebro”. El privilegio de la mano derecha se hallaría fundado sobre la estructura asimétrica de los centros nerviosos, cuya causa, cualquiera que sea, es evidentemente orgánica.
No cabe duda alguna sobre la correlación existente entre la preeminencia de la mano derecha y el desarrollo superior del cerebro izquierdo. Pero de estos dos fenómenos, ¿cuál es la causa y cuál el efecto? ¿Qué nos prohíbe invertir la proposición de Broca y decir “Somos zurdos de cerebro por ser diestros de mano”. Es sabido que el ejercicio de un órgano implica una nutrición más abundante y, por consiguiente, un crecimiento de dicho órgano. Así, la mayor actividad de la mano derecha, que implica un trabajo más intenso de los centros nerviosos izquierdos, tiene necesariamente el efecto de favorecer su desarrollo Si hacemos abstracción de los efectos producidos por el ejercicio y los hábitos adquiridos, la superioridad fisiológica del hemisferio izquierdo se reduce a tan poca cosa, que, a lo más que se puede llegar, es a determinar una ligera preferencia en favor del lado derecho.
La dificultad que se experimenta para asignar a la asimetría de las extremidades superiores una causa orgánica cierta y adecuada, unida al hecho de que los animales más cercanos al hombre son ambidextros ha conducido a algunos autores a negar todo fundamento anatómico al privilegio de la mano derecha, sosteniendo que tal privilegio no sería inherente a la estructura del genus homo, sino que debería su origen exclusivamente a condiciones exteriores al organismo.
Esa negación radical es cuando menos temeraria. No cabe duda de que la causa orgánica de la “destreza” es dudosa e insuficiente, y que resulta difícil discernir las influencias que se ejercen desde fuera sobre el individuo para educarle en ese sentido; pero ésa no es razón para negar dogmáticamente la acción del factor físico.
Además, en ciertos casos donde la influencia externa y la tendencia orgánica están en conflicto es posible afirmar que la desigual destreza de las manos tiene una causa anatómica. A pesar de la presión enérgica, a veces incluso cruel, que la sociedad ejerce desde la infancia sobre los zurdos, éstos guardan toda su vida una preferencia instintiva por el uso de la mano izquierda. Si estamos obligados a ver en ello la presencia de una disposición congénita a la asimetría, es forzoso admitir que inversamente, en cierto número de hombres, el uso preponderante de la mano derecha resulta de la conformación de su cuerpo. La opinión más plausible puede ser expresada en una forma matemática no demasiado rigurosa: de cada seis hombres, al menos dos son, por naturaleza, zurdos y rebeldes a toda influencia contraria, mientras que una proporción sensiblemente mayor se compone de diestros hereditarios. Entre ambos extremos oscila la masa de hombres que, dejados a su impulso, podrían servirse más o menos igualmente de una u otra mano, con una ligera preferencia, en términos generales, a favor de la derecha Así, pues, no es necesario negar la existencia de tendencias orgánicas hacia la asimetría; pero, salvo en casos excepcionales, la vaga disposición a la destreza, que parece extendida en la especie humana, no bastaría para determinar la preponderancia absoluta de la mano derecha, si influencias extrañas al organismo no vinieran a fijarla y reforzarla.
Pero aunque admitiéramos que por un don especial de la naturaleza la mano derecha se sobrepone siempre a la izquierda en sensibilidad táctil, fuerza y habilidad, quedaría aún por explicar por qué un privilegio institucional viene a reforzar ese privilegio natural, por qué la mano mejor dotada es la única entrenada y cultivada. ¿Acaso la razón no aconsejaría tratar de corregir, por educación, la falta de firmeza del miembro menos favorecido? Bien al contrario, la mano izquierda es comprimida, mantenida en la inactividad, y metódicamente estorbada en su desarrollo. El doctor Jacobs nos cuenta que en el transcurso de sus giras de inspección médica por las Indias holandesas observó a menudo que los hijos de los indígenas tenían el brazo izquierdo completamente atado, para aprender a “no utilizarlo” Nosotros hemos suprimido las ataduras materiales, pero nada más.
Uno de los signos que distinguen al niño “bien educado” es la incapacidad de su mano izquierda para cualquier acción independiente.
¿Es que todo esfuerzo para desarrollar las aptitudes de la mano izquierda está condenado de antemano al fracaso? La experiencia muestra lo contrario. En los pocos casos en que, por necesidades técnicas, la mano izquierda es convenientemente entrenada, presta servicios más o menos equivalentes a los de la mano derecha, por ejemplo. en el piano, el violín, en cirugía, Si un accidente priva a un hombre de su mano derecha, la izquierda, al cabo de un tiempo adquiere la fuerza y destreza que le faltaban. El ejemplo de los zurdos es aún más concluyente, pues aquí la educación combate, en vez de prolongar y acentuar, la tendencia instintiva, dando como consecuencia que los zurdos sean generalmente ambidextros y destaquen a menudo por su habilidad. Con cuánta más razón no se lograría tal resultado en la mayoría de los hombres que no tienen una clara preferencia en uno u otro sentido, y cuya mano izquierda sólo pide ejercer. Los métodos de cultura bimanual que han sido aplicados desde hace algunos años, concretamente en escuelas inglesas y americanas, han dado ya resultados concluyentes.
Nada se opone a que la mano izquierda reciba una educación artística y técnica parecida a la que ha sido monopolio de la mano derecha hasta el momento.
No es la falta de firmeza o impotencia lo que lleva a la mano izquierda a ser rechazada, sino todo lo contrario. Esa mano es sometida a una verdadera mutilación que no por ejercerse sobre la función, y no sobre el órgano, no por ser fisiológica, y no anatómica, es menos real. Los sentimientos que inspira un zurdo en una sociedad son análogos a los que inspira un no-circunciso en los países donde la circuncisión es ley. Es decir, que la “destreza” no es simplemente aceptada o experimentada en forma de necesidad natural, sino que constituye un ideal al que debe ajustarse cada uno y hacia el que se nos impone un respeto social mediante sanciones positivas, El niño que se sirve activamente de su mano izquierda es reñido, cuando no recibe un manotazo sobre la mano temeraria. Asimismo, el hecho de ser zurdo es un delito que atrae sobre el culpable el ridículo y una reprobación social más o menos explícita.
Capítulo II
LA POLARIDAD RELIGIOSA
La preponderancia de la mano derecha es obligatoria, impuesta por la fuerza, garantizada por sanciones, mientras que, por el contrario, sobre la mano izquierda pesa una verdadera prohibición que la paraliza. Las diferencias de valor y función que existen entre los los lados de nuestro cuerpo presentan, pues, al más alto nivel las características de una institución social, y el estudio que quiera dar cuenta de ello habrá de insertarse en el ámbito de la sociología. Más concretamente, se tratará de volver a trazar la génesis de un imperativo mitad estético y mitad moral. Ahora bien, los grandes ideales que, secularizados, dominan aún hoy nuestra conducta han nacido y crecido bajo una forma mística, o bajo el imperio de creencias y emociones religiosas. Así pues, debemos buscar en el estudio comparado de las representaciones colectivas la explicación del privilegio de que goza la mano derecha.
Una oposición fundamental domina el mundo espiritual de los primitivos: la de lo sagrado y lo profano. Algunos seres u objetos, en virtud de su naturaleza o de los ritos realizados, están como impregnados de una esencia particular que los consagra y aparta, comunicándoles poderes extraordinarios y sometiéndolos, por otra parte, a un conjunto de reglas y estrechas restricciones. Las cosas o personas privadas de esta cualidad mística no disponen de poder ni dignidad alguna, son comunes y libres, salvo, no obstante, en la prohibición absoluta de entrar en contacto con lo que es sagrado.
Todo acercamiento o confusión entre seres y cosas pertenecientes a clases opuestas sería nefasto para ambos; de ahí la multitud de prohibiciones y tabúes que, al separarlos, también los protegen.
La antítesis de lo sagrado y lo profano recibe un significado diferente según la posición que ocupa en el mundo religioso la conciencia que clasifica y evalúa a los seres. Las potencias sobrenaturales no son todas del mismo orden: unas ejercen en armonía con la naturaleza de las cosas y disfrutan de un carácter regular y augusto que inspira veneración y confianza; otras, por el contrario, violan y turban el orden universal y el respeto que imponen está hecho sobre todo de aversión y temor. Todas esas energías presentan el rasgo común de oponerse a lo profano, para quien todas son igualmente peligrosas y prohibidas. El contacto de un cadáver produce sobre el ser profano los mismos efectos que el sacrilegio. En ese sentido, Robertson Smith tuvo razón al decir que la noción de tabú oculta a la vez lo sagrado y lo impuro, lo divino y lo demoníaco. Pero la perspectiva del mundo religioso cambia si se afronta no desde el punto de vista de lo profano, sino desde el punto de vista de lo sagrado. A partir de ahí, la confusión que señalaba Smith ya no existe. El jefe polinesio, por ejemplo, sabe bien que la religiosidad de la que se encuentra investido el cadáver es radicalmente contraria a la que él lleva en sí mismo. Lo impuro se separa de lo sagrado para colocarse en el polo opuesto del mundo religioso. Por otra parte, lo profano ya no se define, bajo ese punto de vista, con caracteres puramente negativos, sino que aparece como el elemento antagonista que, por su solo contacto, degrada, disminuye y altera la esencia de las cosas sagradas. Es la nada, si se quiere, pero una nada activa y contagiosa, y la mala influencia que ejerce sobre los seres dotados de santidad sólo difiere en intensidad de la que proviene de las potencias nefastas. Entre la privación de los poderes sagrados y la posesión de poderes siniestros, la transición es insensible. Así, en la clasificación que, desde el origen y cada vez más, ha dominado la conciencia religiosa, hay afinidad de naturaleza y casi equivalencia entre lo profano y lo impuro. Ambas nociones se combinan y forman, por oposición a lo sagrado, el polo negativo del mundo espiritual.
El dualismo, esencial para el pensamiento de los primitivos, domina su organización social. Las dos mitades o fratrías que constiyen la tribu se oponen recíprocamente como lo sagrado y lo profano. Todo lo que se encuentra en el interior de mi fratría es sagrado y me está prohibido; por eso no puedo ni comer mi tótem ni derramar la sangre de uno de los míos y ni siquiera tocar su cadáver ni casarme en mi clan. Por el contrario, la mitad opuesta es, para mí, profana; a los clanes que la componen les corresponde proveerme de víveres, de mujeres y de víctimas humanas, enterrar mis muertos y preparar mis ceremonias sagradas . Dado el carácter religioso del que se siente investida la comunidad primitiva, la vida social tiene como condición necesaria la existencia en la misma tribu, de una fracción opuesta y complementaria, que puede libremente asumir las funciones prohibidas a los miembros del primer grupo. La evolución social reemplaza este dualismo reversible por una estructura jerárquica y rígida. En lugar de los clanes, separados pero equivalentes, aparecen las clases o castas, de las cuales una, en la cumbre, es esencialmente sagrada, noble y abocada a obras superiores, mientras que la otra, en lo más bajo, es profana o inmunda y se dedica a trabajos viles. El principio que asigna a los hombres su rango y función sigue siendo el mismo: la polaridad social es siempre reflejo y consecuencia de la polaridad religiosa.
El universo entero se divide en dos mundos contrarios donde las cosas, los seres y los poderes se atraen o repelen, se implican o excluyen, según graviten hacia uno u otro de los dos polos.
En el principio sagrado residen los poderes que conservan acrecientan la vida, dan la salud, la preeminencia social, el coraje en la guerra y la excelencia en el trabajo, Por el contrario, lo profano (en tanto que invade el mundo sagrado) y lo impuro son esencialmente debilitadores y letales, y de ambos provienen las influencias funestas que oprimen, aminoran y corrompen a los seres. Existe así de una parte, el polo de la fuerza, del bien y la vida, y, de otra, el polo de la debilidad, del mal y la muerte, o, si se prefiere, cn terminología más reciente, por un lado los dioses, y por otro, los demonios.
Todas las oposiciones que presenta la naturaleza muestran ese dualismo fundamental.
Luz y tinieblas, día y noche, oriente y mediodía, por una parte, poniente y norte, por otra, traducen en imágenes y localizan en el espacio las dos clases contrarias de poderes sobrenaturales: por un lado, la vida resplandece y sube; por otra. desciende y se apaga. El mismo contraste se produce entre lo alto y lo bajo, entre el cielo y la tierra: allá arriba, la morada sagrada de los dioses y los astros que no conocen la muerte; aquí abajo, la región profana de los mortales que se traga la tierra, y descendiendo más aún, las regiones tenebrosas donde se esconden las serpientes y la muchedumbre de los demonios.
El pensamiento primitivo atribuye un sexo a todos los seres del universo, incluso a los objetos inanimados. Todos ellos se reparten en dos grandes clases según se les considere machos o hembras. Entre los Maoríes, la expresión tama tane, “lado macho”, designa las cosas más diversas: la virilidad del hombre, la descendencia por línea paterna, la fuerza que crea, la magia ofensiva, etc., mientras que la expresión opuesta, “lado hembra”, vale para todos los contrarios. Ahora bien, esta distinción, de alcance cósmico, encubre de hecho la antítesis religiosa primordial. En efecto, en términos generales, el hombre es sagrado y la mujer profana, Excluida de las ceremonias del culto, la mujer no es admitida más que para una función acorde con ella: cuando hay que levantar un tabú, es decir, llevar, adelante en las condiciones exigidas una verdadera profanación. Pero si la mujer es en el orden religioso un ser impotente y pasivo, en el ámbito de la magia toma su revancha, estando particularmente dotada para las obras de brujería. “Del elemento hembra, dice un proverbio maorí, vienen todos los males, la miseria y la muerte”. Así, los dos sexos corresponden a lo sagrado y a lo profano (o a lo impuro), a la vida y a la muerte. De ahí el abismo que les separa y la rigurosa división del trabajo que reparte entre hombres y mujeres todas las ocupaciones de manera que no haya mezcla ni confusión posible.
Este dualismo, a la vez que moldea todo el pensamiento de los primitivos, influye también sobre su actividad religiosa, sobre el rito. En ninguna parte esta influencia es más patente que en el ritual de los maoríes y sirve a los fines más diversos. El sacerdote levanta, sobre un terreno sagrado, dos pequeños montículos de los que uno, el macho, está dedicado al cielo, y el otro, la hembra, a la tierra; sobre cada uno de ellos planta una varita: la primera, que lleva el nombre de “varita de la vida” y se encuentra en el este, es el emblema y el foco de la salud, de la fuerza y de la vida; la segunda, “la varita de la muerte”, situada al oeste, es el emblema y el foco de los males.
El detalle de los ritos varía según el objeto especial que se persiga, pero el tema fundamental es siempre el mismo: se trata, por una parte, de arrojar hacia el polo de la muerte todas las impurezas, todos los males que han penetrado en la comunidad y que la amenazan, y, por otra, de fijar, reforzar y atraer hacia Ja tribu las influencias bienhechoras que residen en el polo de la vida. Al término de la ceremonia, el sacerdote abate la varita de la tierra, dejando en pie la del cielo. Se trata del deseado triunfo de la vida sobre la muerte, que trae consigo la expulsión y abolición de los males, la salud de la comunidad y la ruina de los enemigos. De esta forma, la actividad situal se orienta según dos polos opuestos que tienen una función esencial en el culto, correspondiente a las dos actitudes contrarias y complementarias de la vida religiosa.
¿Cómo podría el cuerpo del hombre, ese microcosmos, escapar a la ley de polaridad que rige todas las cosas? La sociedad, el universo entero tienen un lado sagrado, noble, precioso, y otro profano y común, un lado macho, fuerte y activo, y otro hembra, débil, pasivo o, en dos palabras, un lado derecho y un lado izquierdo. ¿Habría de ser el organismo humano lo único simétrico? Si lo pensamos bien, es imposible, pues tal excepción no sería solamente una inexplicable anomalía, sino que arruinaría toda la economía del mundo espiritual pues al estar el hombre en el centro de la creación, le corresponde manipular, para encauzarlas hacia lo mejor, las terribles fuerzas que hacen vivir o morir. ¿Resultaría, pues, concebible que todas estas cosas y poderes separados y contrarios, que se excluyen entre sí, se confundieran abominablemente en la mano de un sacerdote o de un artesano? Es una necesidad vital el que cada una de las manos “ignore lo que hace la otra”. El precepto evangélico no hace más que aplicar a una circunstancia especial, esta ley de incompatibilidad de los contrarios vigente en todo el mundo religioso.
Si la asimetría orgánica no hubiera existido habría tenido que inventarse.
Capítulo III
LOS CARACTERES DE LA DERECHA
Y DE LA IZQUIERDA
El lenguaje refleja claramente los modos diferentes con que la conciencia colectiva encara y aprecia la derecha y la izquierda. Entre las palabras que designan los dos lados en las lenguas indo-europeas existe un llamativo contraste: mientras que para “derecha” existe un término único, ampliamente difundido y de gran estabilidad, la idea de “izquierda” está expresada por varias denominaciones distintas, de pobre difusión que parecen destinadas a desaparecer sin cesar ante vocablos nuevos. Algunas de estas palabras son eufemismos manifiestos, otras de origen muy oscuro. “Parece, según M. Meillet, como si, al hablar del lado izquierdo, se evitara pronunciar la palabra apropiada y se tendiera a reemplazarla por diversos vocablos constantemente renovados”. La multiplicidad e inestabilidad de los términos que designan la izquierda, su carácter torcido se explicaría por los sentimientos de aversión e y arbitrario, comunidad siente respecto a dicha mano inquietud que la cosa, con la esperanza de eliminar Al no poder cambiar o mitigar el mal, se cambia la el nombre. Vano esfuerzo, pues hasta los nombres de feliz significado que por antífrasis se le aplican a la izquierda se contaminan en seguida por el objeto que expresan, contrayendo una cualidad “siniestra” que inmediatamente les hace objeto de prohibición. Así, la oposición entre la derecha y la izquierda se manifiesta hasta en la diferente naturaleza y destino de sus nombres, El mismo contraste palabras “derecha” e aparece, si consideramos el significado de las ideas de fuerza física “izquierda”. La primera sirve para expresar y “destreza”, de “rectitud” intelectual y de buen sentido, de “equidad” y de integridad moral de felicidad belleza-, de norma jurídica, mientras que la palabra y “izquierda” evoca la mayor parte de las ideas contrarias. Para poder aunar esta multiplicidad de sentido suponemos generalmente que la palabra “derecha” designó en primer lugar nuestra mejor mano, y después “las cualidades de fuerza y habilidad que eran su patrimonio natural”. Nada nos autoriza a afirmar que el antiguo nombre indoeuropeo de la derecha haya tenido primeramente un sentido exclusivamente físico, y en cuanto a los nombres de formación más reciente, como nuestra palabra “derecha”, ya antes de ser aplicados a uno de los lados del cuerpo, expresaron la idea de una fuerza que va a su objetivo, a través de vías normales y seguras, por oposición a lo tortuoso, oblicuo y fracasado. A decir verdad, en nuestras lenguas, productos de una civilización avanzada, los diversos sentidos de la palabra se presentan distintos y yuxtapuestos. Remontémonos hacia la fuente por observación comparada originaria de donde se han derivado esas significaciones fragmentarias; las veremos fundirse en su origen, unas con otras, en el seno de una noción que las envuelve a todas confusamente. Dicha noción ya ha sido hallada: para la derecha es la idea de poder sagrado, regular y bienhechor, principio de toda actividad eficaz, fuente de todo lo que es bueno, próspero y legítimo, y para la izquierda, la representación ambigua de lo profano y de lo impuro, de un ser débil e incapaz, pero también malhechor y temido. La fuerza (o la debilidad) física no es aquí más que un aspecto particular y derivado de una cualidad mucho más vaga y profunda. Para los Maoríes, la derecha es el lado sagrado, sede de los poderes buenos y creadores, y la izquierda el lado profano, que no posee virtud alguna, sino, como veremos más adelante, ciertos poderes turbios y sospechosos El mismo contraste reaparece, en el curso de la evolución religiosa, bajo formas más precisas y menos impersonales. La derecha es el lado de los dioses, sobre el que planea la figura de un ángel bueno tutelar, mientras el lado izquierdo está destinado a ser dominado por él. Incluso hoy, cuando la mano derecha es aún designada como la mano buena, y la izquierda como la mala y villana, podemos discernir en esas locuciones pueriles el eco debilitado de las cualificaciones y emociones religiosas que durante largos siglos se han vinculado a los dos lados de nuestro cuerpo. Entre los Maoríes es corriente la noción de la derecha como “lado de la vida” (y la fuerza), mientras el lado izquierdo es “el lado de la muerte” (y la debilidad)". Por la derecha y por el lado derecho es por donde nos entran las influencias favorables y vivificantes, y a la inversa, es por la izquierda por donde penetran en el corazón de nuestro ser la muerte y la miseria. Así pues, hay que reforzar con amuletos protectores el poder de resistencia del lado particularmente expuesto y sin defensa. De hecho el anillo que llevamos en el cuarto dedo de la mano derecha tiene como primer objeto alejar de nosotros las tentaciones y otras cosas malas. De ahí deriva la importancia capital, que en la adivinación tiene la distinción de los lados del cuerpo y del espacio. He sentido durante el sueño un temblor convulsivo, señal de que se ha apoderado de mí un espíritu, y según su presencia se haya manifestado en la derecha en la izquierda puedo esperar la felicidad y la vida o el infortunio y la muerte. La misma regla sirve, en general, para los presagios que consisten en la aparición de animales portadores del destino. Sin embargo, estos mensajes son susceptibles de dos interpretaciones contradictorias, según de partida el hombre que mira o el animal se tome como punto viene a su encuentro . Si éste que aparece a la izquierda, presenta su derecha, pudiendo entonces ser considerado como favorable. Pero esas divergencias, cuidadosamente mantenidas por los augures para la confusión del vulgo y el acrecentamiento de su prestigio, no hacen más que poner en evidencia la afinidad y la vida, entre la izquierda y que existe entre la derecha la muerte. Una concordancia no menos significativa une los lados del cuerpo a las regiones del espacio. La derecha representa lo alto, el mundo superior, el cielo, mientras que la izquierda sale del mundo inferior y de la tierra. No es casual que en las representaciones del Juicio Final, la mano derecha levantada del Señor indique a los elegidos la sublime morada, mientras la mano izquierda, bajada, muestra a los condenados las fauces abiertas del Infierno preparadas para tragarlos. Más estrecha aún y más constante es la relación que une la derecha al Este o al Sur, y la izquierda al Oeste o al Norte, hasta el extremo de que en muchas lenguas las mismas palabras designan los lados del cuerpo y los puntos cardinales. El eje que divide al mundo en dos mitades, la una radiante y la otra sombría, divide igualmente al organismo humano repartiéndolo entre el imperio de la luz y el de las tinieblas. La derecha y la izquierda sobrepasan los límites de nuestro cuerpo para abrazar el universo. Según una representación muy exendida, al menos en el ámbito indo-europeo, la comunidad forma un círculo cerrado en cuyo centro se encuentra el altar, el arco santo, donde bajan los dioses y desde donde irradian las gracias. En el interior del recinto reinan el orden la armonía, mientras que más allá se extiende la vasta noche, sin límite, sin ley, cargada de gérmenes impuros y atravesada por fuerzas caóticas. En la periferia del espacio sagrado, los fieles, con el hombro derecho girado hacia el interior, cumplen alrededor del fuego divino el circuito ritual. Por una parte, pueden esperarlo todo, y; por otra, temerlo todo. La derecha es el “dentro”, lo perfecto, el bienestar y la paz asegurados; la izquierda es el “fuera”, lo inacabado, lo hostil, la perpetua amenaza del mal. Las anteriores equivalencias permitirían por sí solas presumir que el lado derecho y el elemento macho, el lado izquierdo y el elemento hembra, participan de una misma naturaleza, siendo abundante la información etnográfica que así lo testifica. Los Maoríes aplican a los dos lados del cuerpo las expresiones de tama tane y tama whahine cuya extensión casi universal ya hemos constatado. El hombre es un compuesto de las dos naturalezas, viril y femenina, siendo la primera atribuida al lado derecho la segunda al lado izquierdo. En la tribu australiana de los Wulwanga, para marcar la cadencia durante las ceremonias, se sirven de una pareja de bastones de los cuales uno se llama “el hombre” y es tenido en la mano derecha, mientras que el otro, “la mujer”, es sostenido con la izquierda, bien entendido que siempre es “el hombre” el que golpea y “la mujer” quien recibe los golpes, la derecha quien actúa, la izquierda quien padece. Encontramos aquí íntimamente combinados el privilegio del sexo fuerte y el del lado fuerte. Obviamente Dios tomó, para formar a Eva, una de las costillas izquierdas de Adán, pues una misma esencia caracteriza a la mujer y a la mitad izquierda del cuerpo. Se trata de las dos partes, de un ser débil y sin defensa, un poco turbio e inquie tante, destinado, por su naturaleza, a un papel pasivo y receptivo, a una condición subordinada. Así, la oposición de la derecha y la izquierda tiene el mismo sentido y alcance que esa serie de contrastes, diversos pero reductibles, que presenta el universo. Potencia sagrada, fuente de vida, verdad, belleza, virtud, sol naciente, sexo macho, y puedo añadir, lado derecho. Todos estos términos, al igual que sus contrarios, son intercambiables, y designan, bajo aspectos múltiples, la misma categoría de cosas, una naturaleza común y una misma orientación hacia uno de los dos polos del mundo místico. ¿Acaso es creible que una ligera diferencia de grado en la fuerza física de las dos manos baste para dar cuenta de una heterogeneidad tan contrastada y profunda?
Capítulo IV
LAS FUNCIONES DE LAS DOS MANOS
Los diversos caracteres de la derecha y la izquierda determinan la diferencia de rango y función que existe entre ambas manos. Sabemos que muchos pueblos primitivos, en particular los Indios de América del Norte, son capaces de conversar entre ellos sin proferir una sola palabra, con ayuda de movimientos de la cabeza y los brazos. En ese lenguaje las dos manos son activas, cada una según su naturaleza. La mano derecha designa “el yo”, la izquierda “el no-yo”, “los otros” Para evocar la idea de lo “alto”, la mano derecha se coloca encima de la izquierda, que se mantiene horizontal e inmóvil, mientras que la idea de lo “bajo” se expresa situando a “la mano inferior” por debajo de la derecha?. La mano derecha alzada significa bravura, potencia, virilidad; por el contrario, la misma mano llevada hacia el lado izquierdo por debajo de la mano izquierda evoca, según los casos, las ideas de muerte, destrucción, enterramiento Estos significativos ejemplos bastan para mostrar que el contraste entre la derecha y la izquierda, y la posición relativa de ambas manos tienen una importancia fundamental en la constitución del “lenguaje por gestos”.
Mas para la expresión de las ideas, las manos sólo son pues son, ante todo, instrumentos con los que el hombre accesorias, los seres actúa sobre y las cosas que le rodean. Es, por tanto, en los diversos ámbitos de la actividad humana donde habrá que ver a las manos en acción. A través del culto el hombre busca, ante todo, comunicarse con las energías sagradas, a fin de alimentarlas, acrecentarlas y derivar hacia él los beneficios de su acción. Para esas relaciones saludables sólo está verdaderamente cualificado el lado derecho, pues de la naturaleza de las cosas y participa los seres sobre los que deben actuar los ritos: los dioses están a nuestra derecha; por eso nos dirigimos a la derecha para rezar; el pie derecho es el que se ha de utilizar para entrar en el lugar santo. es la mano derecha la que presenta a los dioses la ofrenda sagrada y ella también la que recoge las gracias del cielo y las transmite. Para bendecir o para ayudar al buen efecto de una ceremonia, consagrar a una persona o un objeto, los Celtas y los Hindúes dan tres veces la vuelta, de izquierda a derecha, como hace el sol, presentando la derecha. Así derraman sobre el ser encerrado en el círculo sagrado la virtud santa y bienhechora que emana del lado derecho. El movimiento y la actitud contrarios serían, en circunstancias similares, sacrílegos y funestos. Pero el culto no consiste solamente en la adoración confiada de los dioses amigos. El hombre quiere olvidar las potencias siniestras que pululan a su izquierda, aunque no pueda lograrlo, pues ellas saben imponer su atención con golpes mortales, amenazas que hay que eludir o exigencias que han de ser satisfechas. Toda una parte del culto, y no la menos importante, tiende a contener y apaciguar los seres sobrenaturales malvados o irritados, a desterrar y a las influencias perjudiciales, y en este ámbito es el lado a destruir izquierdo el que prevalece, pues todo lo demoniaco le afecta directamente. En la ceremonia Maorí descrita es la mano izquierda la que erige, y después derriba, la vara de la muerte. Si hay que calmar a las almas de los muertos, o a los demonios ávidos, con la ofrenda de un presente, la mano izquierda será la indicada para ese contacto siniestro. Por la puerta izquierda se expulsa a los pecadores de la Iglesia. Y es dando la izquierda como, en los ritos funerarios y en los exorcismos, se cumple el ceremonial “al revés”, ¿Y acaso no sería justo utilizar en ocasiones los poderes destructores del lado izquierdo contra los espíritus malignos, que generalmente se sirven de ellos como instrumentos? Al margen de la liturgia regular, abundan las prácticas mágicas, en la que la mano izquierda tiene su tarea, pues destaca en la neutralización y anulación de las malas suertes, aunque sobre todo sirva para propagar la muerte “Cuando bebemos con un natural (de la costa de Guinea), debemos siempre vigilar su mano izquierda, pues el simple contacto del pulgar con la bebida bastaría para volverla mortal.” Cada indígena, dicen, tiene escondida bajo la uña de dicho pulgar una sustancia tóxica que tendría casi la “fulminante sutilidad del ácido prúsico”. Ese veneno, obviamente imaginario, simboliza la perfección los poderes mortales que residen en la mano izquierda. Como vemos, no se trata de fuerza o debilidad, destreza o torpeza, sino de funciones diversas e incompatibles, vinculadas a naturalezas contrarias. Aunque en el mundo de los dioses y los vivos la mano izquierda esté avergonzada y humillada, lo cierto es que posee un ámbito propio, del que está excluida la derecha y donde domina. Es éste un ámbito tenebroso e infame; su potencia tiene siempre algo de oculto e ilegítimo, inspira terror y repulsión. Sus movimientos son sospechosos hasta el punto de hacernos desear que permanezca tranquila y discreta, escondida, a ser posible entre los pliegues del vestido. De esa manera, su influencia corruptora no se expandirá al exterior. De la misma forma que las personas de luto, envueltas por la muerte, deben cubrirse con un velo, descuidar su cuerpo y dejar crecer los cabellos y las uñas, asimismo estaría fuera de lugar cuidar demasiado la mano nociva, cortándole las uñas o lavándola tanto como a la otra, Por eso la creencia len la profunda disparidad de las dos manos llega, en ocasiones, a producir una asimetría corporal, aparente y visible. Incluso si su aspecto no la traiciona, la mano del maleficio es siempre la mano maldita. Una bien dotada y demasiado ágil mano izquierda, es signo de una naturaleza contraria, perversa y demoníaca. Todo zurdo es un ser del que se desconfía, con razón. He ahí por qué la selección social favorece a los “diestros” y la educación se empeña en paralizar la mano izquierda, mientras desarrolla la derecha. La vida en sociedad entraña una multitud de prácticas que, sin formar parte integral de la religión, están vinculadas a ella. Si la unión de las manos derechas hace el matrimonio, si la mano derecha presta juramento, contrata, toma posesión, presta asistencia, es que en el lado derecho del hombre residen sus poderes, la autoridad que da peso y valor a sus gestos, la fuerza con la que ejerce su dominio sobre las cosas. ¿Cómo podría la mano izquierda cumplir actos válidos y seguros estando desprovista de poder espiritual, puesto que no tiene fuerza, prestigio y decisión y representa el mal? El matrimonio concluido con la mano izquierda es una unión clandestina irregular, de donde no saldrán más que bastardos. La mano izquierda es la mano del perjuro, de la traición y del fraude. Al igual que el formalismo jurídico, las reglas de la etiqueta proceden directamente del culto, los gestos con los que adoramos a los dioses sirven para expresar sentimientos de respeto y afectuosa estima que sentimos los unos por los otros. Ofrecemos en el saludo y la amistad lo mejor que tenemos: nuestra derecha. El rey lleva en el lado derecho los emblemas de su soberanía, y coloca su derecha a los que él juzga más dignos de recoger, sin mancillar, los preciosos efluvios de su flanco derecho. Debido a que la derecha y la izquierda tienen realmente un valor y una dignidad diferentes, es muy importante la atribución de la una o la otra a nuestros huéspedes, según el grado que ocupen en la jerarquía social. Todos estos usos, que parecen hoy en día puras convenciones, se esclarecen y toman sentido si son referidos a las creencias que les dieron nacimiento. Descendamos más aún en lo profano. En muchos pueblos primitivos, las gentes, mientras permanecen en estado de impureza, durante el duelo, por ejemplo, no pueden servirse de sus manos, en concreto para comer, sino que han de ser alimentados como las aves o tomar los alimentos con la boca, como los perros, pues si los tocaran con sus manos manchadas tragarían su propia muerte. En ese caso, una especie de enfermedad mística alcanza a la vez a las dos manos y las paraliza por un tiempo. Es una prohibición del mismo orden que la que pesa sobre la mano izquierda; pero, como atañe a la esencia misma de esa mano, la parálisis es permanente. Por ello es muy frecuente que sólo la mano derecha intervenga activamente durante la comida. En las tribus del bajo Níger está prohibido a las mujeres servirse de la mano izquierda incluso cuando cocinan, bajo pena evidentemente de ser acusadas de tentativa de envenenamiento y maleficio. Por el contrario, al igual que los parias, sobre los que se descargan todas las tareas impuras, la mano izquierda tiene que ocuparse ella sola de las necesidades inmundas. Aunque nos encontremos lejos del santuario, el imperio de las representaciones es tan poderoso que se hace sentir en el comedor, en la cocina e incluso en esos lugares frecuentados por los demonios, que nadie se atreve a nombrar. s Sin embargo, parece haber una clase de actividad que escapa a las influencias místicas. Me refiero a las artes y a la industria, los diferentes donde papeles de la derecha y de la izquierda se deberían enteramente a causas físicas y utilitarias. Tal concepción desconoce el carácter de las técnicas antiguas, impregnadas de religiosidad y dominadas por el misterio. ¡Qué hay de más sagrado, por ejemplo, para los primitivos, que la guerra o la caza! Esta implica la posesión de poderes especiales y un estado de santidad, difícil de preservar. El arma misma de más costoso adquirir, y aún una potencia es cosa sagrada, dotada de que, por si misma, hace eficaces los golpes asestados al enemigo. ¡Desgraciado el guerrero que profana su lanza o su espada y disipa su virtud! ¿Será posible confiar a la mano izquierda un depósito tan precioso? Sin duda constituiría un sacrilegio monstruoso. Lo mismo sucedería permitiendo a una mujer penetrar en el campo de batalla, es decir, condenarles a la derrota y a la muerte. Es el lado derecho del hombre el que está consagrado al dios de la guerra, es el “mana” del hombro derecho el que conduce la lanza hacia el objetivo fijado, es, pues, sólo la mano derecha la que la habrá de llevar, la mano izquierda no sabe manejar el arma y quedará paralizada, sino que atenderá a ciertas necesidades de la vida profana que ni siquiera una consagración intensa ha podido interrumpir, y que la mano derecha, estrictamente destinada a la acción guerrera, debe ignorar, Durante el combate, aunque no participe en la acción, podrá parar los golpes del adversario, siendo la defensa tan acorde con su naturaleza, que será la mano del escudo. Muchas veces se ha intentado ver en el diferente papel de las dos manos en el combate (que vendría dado por la estructura del organismo o por una especie de instinto) el origen de las representaciones sobre la derecha y la izquierda. Esta hipótesis, refutada por argumentos concluyentes, toma por causa lo que es un efecto, aunque no deja de ser cierto que las funciones guerreras de las dos manos han podido, a veces, contribuir de rebote a determinar su carácter y sus relaciones. Imaginemos un pueblo agricultor que prefiere los trabajos pacíficos al pillaje y la conquista, y que no recurra a las armas mas que para defenderse. La “mano del escudo” subirá tanto en la estima colectiva como la “mano de la lanza” pierda de su prestigio. Ese es, notablemente, el caso de los Zuñis que personifican los lados izquierdos y derecho del cuerpo en dos dioses hermanos. El primero, el mayor, es reflexivo, sabio y de buen consejo; el segundo es impetuoso, impulsivo, hecho para la acción, Por muy interesante que sea este desarrollo secundario que modifica sensiblemente la fisonomía de los dos lados, no debe hacernos olvidar la significación, religiosa en principio, del contraste entre la derecha y izquierda. Lo que es cierto para el arte militar vale también para otras técnicas; así, un documento inestimable sobre los Maoríes nos da cuenta del porqué de la preponderancia de la derecha en la industria humana. Se trata de la iniciación de una joven en el oficio del telar, grave asunto envuelto en misterio y lleno de peligros. La aprendiza está sentada en presencia del maestro, artesano y sacerdote, ante dos postes esculpidos, puestos en tierra, que forman un telar rudimentario. En el poste derecho residen las virtudes sagradas que constituyen el arte del tejedor y proporcionan ayuda eficaz en su trabajo, mientras que el poste de la izquierda es profano y vacío de todo poder. Cuando el sacerdote recita sus el poste derecho para encantamientos, la aprendiza muerde absorber su esencia y consagrarse a su vocación. Quede bien entendido que sólo la mano derecha entra en contacto con el poste sagrado, cuya profanación sería funesta para la iniciada, la misma mano conduce transversalmente de izquierda a derecha el hilo, también sagrado. En cuanto a la mano profana, sólo coopera humildemente y de lejos, a la obra augusta que se lleva a cabo. Sin duda, esa división del trabajo se relaja cuando se trata de industrias más groseras y profanas. Pero no es menos cierto que, por regla general, las técnicas consisten en poner en movimiento, por una manipulación delicada, fuerzas místicas y peligrosas. La mano sagrada y eficiente puede, por sí sola, asumir una iniciativa arriesgada allí don. de la mano nefasta, de intervenir activamente, no haría más que agotar la fuente del éxito y viciar la obra iniciada. Así, de un extremo a otro de la humanidad, en todas ley inmutable regula las atribuciones de las dos partes una lugares sagrados, donde el fiel encuentra a su manos: tanto en los dios, como en IOS lugares malditos, donde se anudan los pactos diabólicos; sobre el trono, como sobre el estrado de los testigos; en el campo de batalla, como en el apacible taller del tejedor. Así como lo profano no puede mez. clarse con lo sagrado, la izquierda no debe invadir la derecha. Un predominio de la actividad de la mano nociva sería ilegítimo o excepcional, pues no quedaría nada del hombre ni de la totalidad, si lo profano pudiera prevalecer alguna vez sobre lo sagrado, y la sobre la vida. La supremacía de la mano derecha es, muerte a la vez, efecto y condición necesarios del orden que rige y conserva la buena creación.
Capítulo V
CONCLUSION
El análisis de los caracteres y de las funciones atribuidas a la derecha y a la izquierda ha confirmado la tesis que la deducción nos había hecho entrever. La diferenciación obligatoria de los lados del cuerpo es un caso particular y una consecuencia del dualismo inherente al pensamiento primitivo. Pero las necesidades religiosas, que hacen inevitable la preponderancia de una de las dos manos, no determinan cuál será la mano privilegiada. ¿De dónde viene que el lado sagrado esté invariablemente a la derecha, y el lado profano a la izquierda? Según algunos autores, la diferenciación entre derecha e izquierda se explicaría enteramente por las leyes de la orientación religiosa y del culto solar. La posición del hombre en el espacio no es ni indiferente ni arbitraria. El fiel en sus oraciones y sus ceremonias mira naturalmente hacia la región de Levante, fuente de toda vida. La mayor parte de los edificios sagrados, en las diversas religiones, están vueltos hacia el Este. Dada esta orientación, las propias partes del cuerpo se reparten entre los puntos cardinales: el Oeste se encuentra detrás, el Sur a la derecha y el Norte a la izquierda. Desde ahora los caracteres de las regiones celestes se reflejan sobre el cuerpo humano.
El pleno sol del mediodía ilumina nuestro lado derecho, mientras que la siniestra sombra del norte se proyecta sobre nuestra izquierda. El espectáculo de la naturaleza, el contraste del día y de las tinieblas, del calor y del frio, habrían enseñado al hombre a reconocer y a oponer su derecha y su izquierda. Percibimos en esta explicación la influencia de concepciones naturistas hoy día superadas. El mundo exterior, con sus luces y sus sombras, enriquece y precisa las nociones religiosas salidas del fondo de la conciencia colectiva, pero no las crea.
En consecuencia, a menudo ambas concuerdan y se justifican mutuamente, pero, con todo, siguen siendo independientes. Nos resulta, pues, forzoso buscar en la estructura del organismo la línea divisoria las que dirige hacia el lado derecho el curso bienhechor de gracias sobrenaturales. Que no se vea una contradicción o una concesión en este recurso final a la anatomía. Una cosa es explicar la naturaleza y el origen de una fuerza, y otra determinar el punto donde ésta se aplica. Las ligeras ventajas fisiológicas que posee la mano derecha no son más que la proyección de una diferenciación cualitativa del individuo, en la constitución de la cuya causa yace más allá conciencia colectiva. Una asimetría corporal casi insignificante basta para dirigir, en un sentido u otro, representaciones contrarias ya muy formadas. Después, gracias a la plasticidad del organismo, la coacción social añade e incorpora a los dos miembros opuestos esas cualidades de fuerza y debilidad, de destreza y torpeza, que en el adulto parecen desprenderse espontáneamente de la naturaleza.
Se ha visto a veces en el desarrollo exclusivo de la mano derecha, un atributo característico del hombre y un signo de su preeminencia moral. Esto es cierto en un sentido. De hecho, durante muchos siglos la parálisis sistemática del brazo izquierdo ha expresado, como otras mutilaciones, la voluntad que animaba al hombre de hacer prevalecer lo sagrado sobre lo profano, el interés del individuo a las exigencias de sacrificar los deseos y de la convivencia colectiva y de espiritualizar su propio cuerpo inscribiendo en él las oposiciones de valores y los contrastes violentos del mundo moral, ya que, por el hecho de ser un ser doble homo duplex posee una derecha y una izquierda profundamente diferenciadas. No es éste el lugar para buscar la causa y significación de esta polaridad que domina la vida religiosa y se impone al organismo mismo. Ahí queda una de las cuestiones más graves que han de ser resueltas por la ciencia de la religión y la sociología en general, ya que nosotros sólo podríamos abordarla sesgadamente. Quizá hayamos aportado a esta investigación algunos elementos nuevos, pero en todo caso no carece de interés ver un problema particular reducido a otro mucho más general. Tal como ha sido señalado por los filósofos, la distinción de lo derecho y lo izquierdo es una de las piezas esenciales de nuestra armadura intelectual. A partir de ahora será imposible explicar el sentido y la génesis de esta distinción sin tomar partido, al menos implícitamente, por una u otra de las doctrinas tradicionales sobre el origen del conocimiento. ¡Qué disputas en otros tiempos entre los partidarios del innatismo y los de la experiencia! ¡Qué hermoso choque de argumentos dialécticos! La aplicación los problemas humanos de un método experimental y sociológico pone término a ese conflicto de aserciones dogmáticas y contradictorias. Los innatistas tienen el pleito ganado. Las representaciones, intelectuales y morales, de lo derecho y lo izquierdo, son verdaderas categorías, anteriores a toda experiencia individual, puesto que están ligadas a la propia estructura del pensamiento social. Pero los empiristas también tenían razón, pues no se trata de instintos inmutables ni de datos metafísicos y absolutos, ya que tales categorías no son trascendentales más que en relación con el individuo. Colocadas en su lugar de origen, que es la conciencia colectiva, aparecen como hechos naturales, sometidos al dependientes de condiciones complejas. devenir y si, tal como parece, las atribuciones diversas de las dos: la destreza de la una y la torpeza de la otra, son, en gran parte, obra de la voluntad de los hombres, el sueño de una humanidad de dos “manos derechas” no tiene nada de quimérico. Pero del hecho que el ambidextrismo sea posible no se deduce que sea deseable. Las causas sociales que han llevado a la diferenciación de las dos manos podrían ser permanentes. Sin embargo, la evolución que se produce ante nuestros ojos apenas justifica tal concepción. La tendencia a nivelar los valores de las dos manos no es, en nuestra civilización, un hecho aislado o anormal. Las antiguas representaciones religiosas, que ponían entre las cosas y los seres distancias infranqueables y que, en particular, fundaban la preponderancia exclusiva de la mano derecha, están hoy en plena regresión. Aun suponiendo que haya para el hombre serias ventajas físicas y técnicas en permitir a la mano izquierda alcanzar, al menos, su pleno desarrollo, la estética y la moral no sufrirán por esta revolución. La distinción del bien y del mal, que fue durante largo tiempo solidaria de la antítesis de lo derecho y lo izquierdo, no se desvanecerá de nuestras conciencias el día en que la segunda mano aporte un concurso más eficaz a la obra humana y pueda suplir, en ocasiones, la mano derecha. Si durante siglos la presión de un ideal místico ha podido hacer del hombre un ser unilateral y fisiológicamente mutilado, una colectividad liberada y previsora se esforzará en dar mayor relieve al valor de las energías que duermen en nuestro lado izquierdo y en nuestro hemisferio derecho, y en asegurar, mediante una cultura conveniente, un desarrollo más armonioso del organismo.
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