& LA INVENCIÓN DE LA TRADICIÓN / ERIC HOBSBAWM

INTRODUCCIÓN: 


Nada parece más antiguo y relacionado con un pasado inmemorial que la pompa que rodea a la monarquía británica en sus manifestaciones ceremoniales públicas. Sin embargo, como se explica en un capítulo de este libro, en su forma moderna tal boato es un producto de finales del siglo XIX y del siglo XX. Las “tradiciones” que parecen o reclaman ser antiguas son a menudo bastante recientes en su origen, y a veces inventadas. Cualquier persona familiarizada con los colegios de las antiguas universidades británicas será capaz de recordar la institución de estas “tradiciones” a escala local, a pesar de que algunas, como el festival anual de Nine Lessons y Carols en la capilla del King’s College en Cambridge en la noche de Navidad, se pueden generalizar utilizando un medio de masas moderno como la radio. Esta observación constituyó el punto de partida de un congreso organizado por la revista histórica Past & Present, que a su vez es la base de este libro. El término “tradición inventada” se usa en un sentido amplio, pero no impreciso. Incluye tanto las “tradiciones” realmente inventadas, construidas y formalmente instituidas, como aquellas que emergen de un modo difícil de investigar durante un periodo breve y mensurable, quizás durante unos pocos años, y se establecen con gran rapidez. La aparición en Navidad de la monarquía británica en los medios (instituida en 1932) es un ejemplo de las primeras, mientras que la emergencia y el desarrollo de prácticas asociadas con la final de la Copa del fútbol británico lo es de las segundas. Es evidente que no todas son igual de permanentes, pero nuestra principal preocupación es su aparición y consolidación, más que sus posibilidades de supervivencia. La “tradición inventada” implica un grupo de prácticas, normalmente gobernadas por reglas aceptadas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica o ritual, que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad con el pasado. De hecho, cuando es posible, normalmente intentan conectarse con un pasado histórico que les sea adecuado. Un ejemplo sorprendente es la elección deliberada del estilo gótico para la reconstrucción del Parlamento británico, y la decisión igualmente deliberada de reconstruir la cámara parlamentaria después de la Segunda Guerra Mundial siguiendo los mismos planos utilizados anteriormente. El pasado histórico en que se inserta la nueva tradición no tiene por qué ser largo y alcanzar lo que se supone que son las brumas del pasado. Las revoluciones y los “movimientos progresistas” que rompen con lo anterior, por definición, tienen su propio pasado apropiado, a pesar de que éste quede interrumpido en una fecha concreta como 1789. Sin embargo, en la medida en que existe referencia a un pasado histórico, la peculiaridad de las “tradiciones inventadas” es que su continuidad con éste es en gran parte ficticia. En resumen, hay respuestas a nuevas situaciones que toman la forma de referencia a viejas situaciones o que imponen su propio pasado por medio de una repetición casi obligatoria. Es el contraste entre el cambio constante y la innovación del mundo moderno y el intento de estructurar como mínimo algunas partes de la vida social de éste como invariables e inalterables, lo que hace que “la invención de la tradición” sea tan interesante para los historiadores de los dos siglos pasados. En este sentido, la “tradición” debe distinguirse claramente de la “costumbre” que predomina en las denominadas sociedades “tradicionales”. El objetivo y las características de las “tradiciones”, incluyendo las inventadas, es la invariabilidad. El pasado, real o inventado, al cual se refieren, impone prácticas fijas (normalmente formalizadas), como la repetición. La “costumbre” en las sociedades tradicionales tiene la función doble de motor y de engranaje. No descarta la innovación y el cambio en un momento determinado, a pesar de que evidentemente el requisito de que parezca compatible con lo precedente o incluso idéntico a éste le impone limitaciones sustanciales. Lo que aporta es proporcionar a cualquier cambio deseado (o resistencia a la innovación) la sanción de lo precedente, de la continuidad social y la ley natural tal y como se expresan en la historia. Los estudiantes de los movimientos campesinos saben que la reclamación por parte de un pueblo de una tierra o un derecho común “por costumbre desde tiempos inmemoriales” a menudo no expresa un hecho histórico, sino el equilibrio de fuerzas en la lucha constante del pueblo contra los se­ñores o contra otras comunidades. Los estudiantes del movimiento obrero británico saben que “la costumbre del oficio” o del pequeño comercio puede representar no una tradición, sino cualquier derecho que los trabajadores hayan establecido en la práctica, aunque sea recientemente, y que ahora intentan extender o defender otorgándole la sanción de la perpetuidad. La “costumbre” no puede alcanzar la invariabilidad, porque incluso en las sociedades “tradicionales” la vida no es así. El derecho consuetudinario o la ley común muestran todavía la combinación de flexibilidad sustancial y adhesión formal a lo precedente. La diferencia entre “tradición” y “costumbre” en este sentido se ilustra bien en este caso. La “costumbre” es lo que hacen los jueces, la “tradición” (en este caso inventada) es la peluca, la toga y otra parafernalia formal y prácticas ritualizadas que rodean esta acción sustancial. El declive de la “costumbre” transforma invariablemente la “tradición” con la que habitualmente está relacionada. Una segunda distinción, menos importante, que debe hacerse es la que existe entre la “tradición” según se entiende aquí y la convención o rutina, que no tiene un significado ritual o una función simbólica como tal, a pesar de que la podría adquirir accidentalmente. Es evidente que cualquier práctica social que necesita llevarse a cabo repetidamente tenderá, por conveniencia o por eficiencia, a desarrollar un grupo de convenciones y rutinas, que pueden ser formalizadas de facto o de iure con el objetivo de enseñar la práctica a los nuevos aprendices. Esto se aplica tanto a las prácticas sin precedentes (por ejemplo, el trabajo de un piloto de aviones), como a otras mucho más familiares. Desde la revolución industrial, las sociedades se han visto obligadas por naturaleza a inventar, instituir o desarrollar nuevas redes de convenciones o rutinas determinadas de un modo más frecuente que las sociedades anteriores. En la medida en que funcionan mejor cuando se convierten en hábito, procedimiento automático o incluso acto reflejo, requieren invariabilidad, lo que puede dificultar otro requisito necesario de la práctica: la capacidad para reaccionar ante contingencias imprevistas o poco habituales. Ésta es una debilidad bien conocida de la rutinización o de la burocratización, particularmente en los niveles subalternos donde la actuación invariable se considera como la más eficiente. Estas redes de convención y de rutina no son “tradiciones inventadas” en la medida en que su función, y por consiguiente su justificación, es más bien técnica que ideológica (en términos marxistas, pertenece a la “base” más que a la “superestructura”). Están diseñadas para facilitar inmediatamente operaciones prácticas definibles y se modifican o abandonan rápidamente para enfrentarse a necesidades prácticas cambiantes, sin olvidar la inercia que cualquier práctica adquiere con el tiempo y la resistencia emocional a cualquier innovación por parte de la gente que se siente ligada a ella. Lo mismo sucede con las “reglas” reconocidas de juegos u otros modelos de interacción social, donde éstos existan, o con cualquier otra norma de base pragmática. Cuando esto se da en combinación con la “tradición”, la diferencia se hace inmediatamente observable. Llevar cascos duros cuando se monta a caballo tiene un sentido práctico, como sucede con los cascos de protección para los motociclistas o los cascos de acero para los soldados. Utilizar un tipo determinado de sombrero duro en combinación con la chaqueta roja de caza tiene un sentido totalmente diferente. Si no fuera así, sería tan fácil cambiar el traje “tradicional” de los cazadores de zorros como introducir en el ejército, una institución más bien conservadora, un casco de forma distinta si se pudiese demostrar que proporciona una protección más eficiente. De hecho, se podría sugerir que las “tradiciones” y las convenciones pragmáticas o las rutinas están relacionadas de modo inverso. La “tradición” muestra debilidad cuando, como sucede entre los judíos liberales, las prohibiciones dietéticas se pueden justificar pragmáticamente, al argumentar que los antiguos hebreos prohibieron el cerdo basándose en motivos higiénicos. De modo contrario, los objetos y las prácticas son más susceptibles de un uso ritual y simbólico cuando no van cargados de uso práctico. Las espuelas de los uniformes de los oficiales de caballería son más importantes para la tradición cuando no hay caballos, los paraguas de los oficiales de la guardia vestidos de civil pierden su significado cuando no se llevan plegados (es decir, cuando son útiles), las pelucas de los abogados difícilmente podrían tener su significado moderno si el resto de la gente no hubiese dejado de llevarlas. Inventar tradiciones, como se asume aquí, es esencialmente un proceso de formalización y ritualización, caracterizado por la referencia al pasado, aunque sólo sea al imponer la repetición. El proceso actual de creación de estos rituales y simbólicos complejos no ha sido adecuadamente estudiado por los historiadores. En gran parte continúa siendo oscuro. Se puede decir que se ejemplifica de manera más clara cuando una “tradición” se inventa deliberadamente y es construida por un único iniciador, como es el caso de los Boy Scouts de Baden-Powell. Quizás se puede seguir casi tan fácilmente en el caso de las ceremonias oficialmente instituidas y planeadas, siempre que se puedan documentar fácilmente, como en el caso de la construcción del simbolismo nazi y las concentraciones del partido en Núremberg. Probablemente es más difícil seguirlo cuando estas tradiciones han sido en parte inventadas, en parte desarrolladas en grupos privados (donde el proceso es más difícil de registrar por medio de la burocracia), o han aparecido de manera informal durante un período de tiempo como, por ejemplo, en el parlamento o en la profesión legal. La dificultad se halla no sólo en las fuentes, sino también en las técnicas, a pesar de que tenemos a nuestra disposición tanto disciplinas esotéricas especializadas en el simbolismo y en el ritual, en la heráldica y en el estudio de la liturgia como disciplinas históricas warburguianas para el estudio de estas materias. Por desgracia, ninguna de ellas son familiares a los historiadores de la era industrial. Probablemente, no hay ningún tiempo ni lugar por el que los historiadores se hayan interesado que no haya vivido la “invención” de la tradición en este sentido. Sin embargo, hay que esperar que sea más frecuente cuando una rápida transformación de la sociedad debilita o destruye los modelos sociales para los que se habían diseñado las “viejas” tradiciones, produciendo otros nuevos, en  los que esas tradiciones no puedan aplicarse, o cuando esas viejas tradiciones y sus portadores y promulgadores institucionales se convierten en insuficientemente adaptables y flexibles, o son de algún modo eliminados: en resumen, cuando se producen cambios lo bastante amplios y rápidos en la oferta y en la demanda. Estos cambios han sido particularmente significativos en los últimos 200 años, y, por consiguiente, es razonable esperar que formalizaciones instantáneas de nuevas tradiciones se agrupen durante este período. Esto implica, incidentalmente, tanto contra el liberalismo decimonónico como contra la más reciente teoría de la “modernización”, que estas formalizaciones no sólo se limitan a las denominadas sociedades “tradicionales”, sino que también tienen lugar, en una forma u otra, en las “modernas”. En términos generales esto es así, pero hay que ser prudente con las siguientes afirmaciones: primero, que las viejas formas de estructura comunitaria y autoritaria, y por consiguiente las tradiciones que se les asocian, no se pudieron adaptar y se hicieron rápidamente inviables, y segundo, que las “nuevas” tradiciones simplemente fueron resultado de la incapacidad de usar o de adaptar las viejas. La adaptación tuvo lugar para viejos usos en nuevas condiciones y por medio de la utilización de viejos modelos para nuevos objetivos. Las viejas instituciones con funciones establecidas, referencias al pasado e idiomas y prácticas rituales necesitarían adaptarse según esta vía: la Iglesia católica se enfrentó con nuevos retos políticos e ideológicos y cambios importantes en la composición de los creyentes (como la notable feminización tanto de los fieles laicos como del personal clerical); los ejércitos profesionales tuvieron que hacer frente al servicio militar obligatorio; las viejas instituciones como las cortes de justicia operaban ahora en un con­texto diferente y a veces con cambios en sus funciones en un nuevo contexto. Así sucedió con las instituciones que disfrutaban de continuidad nominal, pero que de hecho se convertían en algo muy diferente, como es el caso de las universidades. Bahnson ha analizado el rápido declive, después de 1848, de la práctica tradicional de los éxodos en masa de estudiantes de las universidades alemanas (por razones de conflicto o manifestaciones) en términos del cambiante carácter académico de las universidades, la edad creciente de la población estudiantil, su aburguesamiento, que condujo a la disminución de las tensiones entre los ciudadanos y los estudiantes y los desórdenes de estos últimos, la nueva institución de la movilidad libre entre las universidades, el consiguiente cambio en las asociaciones estudiantiles y otras transformaciones. En todos estos casos, la novedad no es menos nueva por el hecho de haber sido capaz de disfrazarse fácilmente de antigüedad. Más interesante, desde nuestro punto de vista, es el uso de antiguos materiales para construir tradiciones inventadas de género nuevo para propósitos nuevos. Una gran reserva de estos materiales se acumula en el pasado de cualquier sociedad, y siempre se dispone de un elaborado lenguaje de práctica y comunicación simbólicas. A veces las nuevas tradiciones se pudieron injertar en las viejas, a veces se pudieron concebir mediante el préstamo de los almacenes bien surtidos del ritual oficial, el simbolismo y la exhortación moral, la religión y la pompa principesca, el folclore y la francmasonería (en sí misma una tradición inventada de gran fuerza simbólica). Así, el desarrollo del nacionalismo suizo, concomitante con la formación de un moderno estado federal en el siglo xix, ha sido brillantemente estudiado por Rudolf Braun, quien tiene la ventaja de trabajar en una disciplina (Volkskunde) que se presta a estos estudios, y en un país donde la modernización no ha sido frenada por la asociación con los abusos nazis. Las tradicionales prácticas de costumbres ya existentes, como las canciones populares, las competiciones físicas y el tiro, fueron modificadas, ritualizadas e institucionalizadas para nuevos propósitos. Las tradicionales canciones populares fueron provistas de nuevas melodías en el mismo idioma, a menudo compuestas por maestros de escuela y transmitidas a un repertorio coral cuyo contenido era patriótico-progresista (“Nation, Nation, wie voll klíngt der Ton”), a pesar de que se les incorporaban poderosos elementos rituales de los himnos religiosos. (La formación de nuevos repertorios, especialmente para las escuelas, es algo digno de estudio.) Los estatutos del Federal Song Festival (¿no nos recuerda al eistedd fod aul) declaran que su objetivo es “el desarrollo y la mejora de la formación musical del pueblo, el despertar de sentimientos más elevados hacia Dios, la Libertad y el País, la unión y la fraternidad de los amigos del Arte y de la Patria”. (La palabra “mejora” introduce la característica nota del progreso decimonónico.) Un complejo ritual poderoso se formó alrededor de estas ocasiones: los pabellones de los festivales, las estructuras para la exposición de banderas, los templos para las ofrendas, las procesiones, el repique de campanas, los retablos vivientes, los saludos de armas, las delegaciones gubernamentales en honor del festival, las cenas, los brindis y las oraciones. Viejos materiales se adaptan nuevamente para esto: Los ecos de formas barrocas de celebración, exhibición y pompa se dan sin lugar a dudas en esta nueva arquitectura del festival. Y, como en la celebración barroca, el estado y la iglesia se mezclan en un plano más elevado, de modo que una aleación de elementos religiosos y patrióticos emerge de estas nuevas formas de actividad coral, de tiro y de actividad gimnástica. Aquí no se puede discutir hasta qué punto las nuevas tradiciones pueden utilizar viejos materiales, pueden ser forzadas a inventar nuevos lenguajes o concepciones, o ampliar el viejo vocabulario simbólico más allá de los límites bien establecidos. Está claro que muchas instituciones polí­ticas, los movimientos ideológicos y los grupos, no menos en el nacionalismo, eran tan imprevisibles que incluso la continuidad histórica tuvo que ser inventada, por ejemplo al crear un antiguo pasado más allá de la efectiva continuidad histórica, tanto mediante la semificción (Boadicea, Vercingetorix, Arminio el Querusco) como por la falsificación (Ossian y los manuscritos medievales checos). También está claro que se crearon nuevos símbolos y concepciones como parte de movimientos nacionales y de estados, como el himno nacional (cuyo primer ejemplo parece ser el británico en 1740), la bandera nacional (en todo caso una variación de la revolucionaria francesa tricolor, desarrollada entre 1790 y 1794), o la personificación de “la nación” en un símbolo o una imagen, ya fuera oficial, como en el caso de la Marianne o de la Germania, o no oficial, como en los estereotipos de John Bull, el delgado Tío Sam yanqui y el “Germán Michel”.
Según Lloyd, las canciones de Navidad inglesas dejaron de crearse en el siglo XVII, para ser sustituidas por canciones de los libros de himnos del tipo Watts-Wesley, a pesar de que se puede observar una modificación popular de éstas en las religiones de base rural como el primitivo metodismo. Sin embargo, los villancicos fueron el primer tipo de canción popular que fue resucitado por los coleccionistas de clase media para ocupar un sitio “en los nuevos entornos de las iglesias, los gremios y las instituciones femeninas”, y desde aquí se difundieron en un nuevo medio urbano a través de “cantantes callejeros o chicos que cantaban delante de las puertas de las casas con la vieja esperanza de obtener alguna propina”. En este sentido, God rest ye merry, Gentlemen no es viejo, sino nuevo. Tal interrupción se hace visible incluso en los movimientos que se describen deliberadamente a sí mismos como “tradicionalistas”, y que apelan a grupos que, por sentido común, están considerados como los depositarios de la continuidad histórica y la tradición, como los campesinos. De hecho, la aparición de movimientos para la defensa de las tradiciones, ya sean “tradicionalistas” o de otro tipo, indica esta interrupción. Estos movimientos, comunes e n te los intelectuales desde el movimiento romántico, no pudieron desarrollar o incluso preservar un pasado vivo (excepto construyendo santuarios humanos naturales para rincones aislados de vida arcaica), pero tenían que convertirse en “tradición inventada”. Por otro lado, no hay que confundir la fuerza y la adaptabilidad de las tradiciones genuinas con la “invención de la tradición”. Donde los modos de vida antiguos aún existían, las tradiciones no tenían por qué ser revividas o inventadas. Sin embargo, se podría sugerir que donde se han inventado, a menudo no es porque los viejos modos de vida ya hubieran desaparecido o no fueran viables, sino porque se han dejado de utilizar deliberadamente o se han adaptado. Así, situándose a sí misma de modo consciente en contra de la tradición y a favor de la innovación radical, la ideología liberal del cambio social decimonónica fracasó sistemáticamente al no suministrar los lazos sociales y de autoridad que se daban por supuestos en anteriores sociedades, y creó vacíos que debieron llenarse con prácticas inventadas. El éxito de los encargados de fábrica tories en Lancashire (a diferencia de los liberales) en la utilización de estos viejos lazos para su beneficio muestra que éstos todavía se podían utilizar, incluso en el entorno sin precedentes de la ciudad industrial. Hasta cierto punto no se puede negar que los modos de vida preindustriales no se adaptaron a la larga a una sociedad revolucionada, pero no hay que confundir este acontecimiento con los problemas que surgieron a causa del hecho de que los viejos modos de vida fueron rechazados por aquellos que los consideraban obstáculos para el progreso o, incluso peor, sus adversarios militantes. Esto no evitó que los innovadores generasen sus propias tradiciones inventadas: las prácticas de la francmasonería son un buen ejemplo de ello. Sin embargo, una hostilidad general contra el nacionalismo, la superstición y las costumbres que eran reminiscencias de un pasado oscuro, si no provenían directamente de él, provocó que los apasionados creyentes en las virtudes de la Ilustración, con los liberales, los socialistas y los comunistas, no fuesen receptivos a las tradiciones viejas o nuevas. Los socialistas, como veremos más adelante, se encontraron a sí mismos adquiriendo un Primero de Mayo anual sin saber bien cómo, los nacionalsocialistas explotaron estas ocasiones con una sofisticación, un celo litúrgico y una manipulación consciente de los símbolos. La era liberal en Gran Bretaña toleró estas prácticas, en la medida en que no afectaban la ideología ni la eficiencia económica, a veces como una concesión a regañadientes al irracionalismo de las clases bajas. Su actitud respecto a las actividades sociables y rituales de las Friendly Societies fue una combinación de hostilidad (los “gastos innecesarios” y los “pagos para aniversarios, procesiones, bandas, insignias” fueron prohibidos legalmente) y de tolerancia respecto a acontecimientos como las fiestas anuales, puesto que “la importancia de esta atracción, especialmente por lo que respecta a la población del campo, no se puede negar”. Pero un racionalismo rigurosamente individualista dominaba no sólo como cálculo económico, “ n o como ideal social. El capítulo 7 investiga qué sucedió en el período en el que estas limitaciones se hicieron crecientemente reconocibles. Estas notas introductorias se pueden concluir con algunas observaciones generales sobre las tradiciones inventadas del período posterior a la revolución industrial. Estas tradiciones inventadas parecen pertenecer a tres tipos superpuestos: a) las que establecen o simbolizan cohesión social o pertenencia al grupo, ya sean comunidades reales o artificiales; b) las que establecen o legitiman instituciones, estatus, o relaciones de autoridad, y c) las que tienen como principal objetivo la socialización, el inculcar creencias, sistemas de valores o convenciones relacionadas con el comportamiento. Mientras que las tradiciones de los tipos b) y c) se crearon artificialmente (como las que simbolizaban sumisión a la autoridad en la India británica), se puede sugerir provisionalmente que el tipo a) fue el dominante, y que las otras funciones se consideraban implícitas o surgidas de un sentido de identificación con una “comunidad” y/o las instituciones que la representaban, expresaban o simbolizaban como “nación”. Una dificultad fue que estas extensas entidades sociales no eran simplemente Gemeinschaften o sistemas de rangos aceptados. La movilidad social, los hechos de los conflictos de clase y la marcada desigualdad en las jerarquías formales (como en los ejércitos) dificultaban la aplicación universal de las tradiciones. Esto no afectó demasiado a las de tipo c) desde que la socialización general inculcó los mismos valores en cada ciudadano, miembro de la nación y súbdito de la corona, y las socializaciones funcionalmente específicas de diferentes grupos sociales (como los alumnos de las escuelas públicas diferenciados de los demás) no se interferían entre ellas. Por otra parte, en tanto que las tradiciones inventadas reintroducían, como de hecho se produjo, la noción de estatus en un contexto gobernado por el contrato, la superioridad y la inferioridad dentro de un mundo de igualdad legal, no podían hacerlo de un modo directo. Las tradiciones se podían infiltrar por medio del asentimiento formal simbólico a una organización social que de hecho era desigual, o la nueva forma que se dio a la ceremonia de coronación británica. (Véase más adelante el capítulo 7.) Más a menudo fomentaban el sentido corporativo de superioridad de las elites (particularmente cuando había que reclutarlas entre aquellos que no la poseían por nacimiento o atribución) más que inculcar un sentido de obediencia a los de rango inferior. Algunos eran animados a sentirse más iguales que otros. Esto se podía hacer asimilando las elites a los grupos de poder preburgueses o a las autoridades, tanto en la forma burocrática/militarista característica de Alemania (como el cuerpo duelista de estudiantes) o siguiendo el modelo de la “nobleza moralizada” de las escuelas públicas británicas. Alternativamente” quizás, el esprit de corps, la autoconfianza y el liderazgo de las elites se pudo desarrollar por medio de “tradiciones” más esotéricas que marcaban la cohesión de un antiguo mandarinato oficial (como sucedía en Francia o con los blancos en las colonias). Teniendo en cuenta que las tradiciones inventadas “comunitarias” son el tipo básico, hay que estudiar su naturaleza. La antropología puede ayudar a dilucidar las diferencias, como mínimo, entre las prácticas tradicionales antiguas y las inventadas. Aquí podemos hacer notar que mientras los ritos de paso se daban normalmente en las tradiciones de grupos particulares (iniciación, promoción, retiro y muerte), este no era usualmente el caso de quienes estaban designados a las pseudocomunidades que abarcaban a todos (naciones, países), posiblemente porque éstas subrayaban su carácter eterno e inmutable, al menos desde la fundación de la comunidad. Sin embargo, tanto los nuevos regímenes políticos como los movimientos innovadores buscarían sus propios sustitutos para los ritos de paso asociados con la religión (matrimonio civil, funerales). Se puede observar una diferencia importante entre las prácticas antiguas y las inventadas. Las primeras eran específicas y relacionaban fuertemente los lazos sociales, las segundas tendían a ser poco específicas y vagas, como la naturaleza de los valores, los derechos y las obligaciones de la pertenencia al grupo que inculcaban: “patriotismo”, “lealtad”, “deber”, “jugar el juego”, “el espíritu de la escuela” y demás. Pero si el contenido del patriotismo británico o del “americanismo” estaba notablemente más definido, aunque normalmente especificado en los comentarios asociados con las ocasiones rituales, las prácticas que lo simbolizaban eran poco menos que obligatorias, como levantarse para escuchar el himno nacional en Gran Bretaña y el ritual de la bandera en las escuelas americanas. El factor crucial parece situarse en la invención de signos de pertenencia a un club cargados emocionalmente y simbólicamente, más que en los estatutos y los objetivos de este club. Su significado reside precisamente en su vaga universalidad: La bandera nacional, el himno nacional y el emblema nacional son los tres símbolos por medio de los cuales un país independiente proclama su identidad y su soberanía, y como tales merecen respeto y lealtad inmediatos. En sí mismos transmiten todo el pasado, el pensamiento y la cultura de una nación.
En este sentido, como hizo notar un observador en 1880, “los soldados y los policías llevan ahora los escudos por nosotros”, a pesar de que se equivocó al predecir su renacimiento como adjuntos de los ciudadanos individuales en la era de los movimientos de masas que estaba a punto de empezar. La segunda observación es que parece obvio que, a pesar de tanta invención, las nuevas tradiciones no han llenado más que una pequeña parte del espacio dejado por el declive secular tanto de la vieja tradición como de la costumbre, tal y como se podía esperar de las sociedades en las cuales el pasado se hace crecientemente menos relevante como modelo o precedente para la mayoría de las formas del comportamiento humano. En la vida privada de la mayor parte de la gente y en la vida independiente de los pequeños grupos subculturales, incluso las tradiciones inventadas de los siglos xix y xx ocupaban u ocupan un lugar mucho más pequeño del que ocupaban las viejas tradiciones en las viejas sociedades agrarias. “Lo que se hace” estructura los días, las estaciones y los ciclos vitales de los hombres y las mujeres occidentales del siglo xx mucho menos de lo que estructuraba la vida de sus ancestros, y aún mucho menos que las obligaciones externas de la economía, la tecnología, la organización estatal burocrática, las decisiones políticas y otras fuerzas que ni residen en la “tradición” en el sentido adoptado aquí, ni la desarrollan. Sin embargo, esta generalización no se puede aplicar al campo de lo que se podría denominar la vida pública del ciudadano (incluyendo de algún modo las formas públicas de socialización, como las escuelas, para diferenciarlas de las privadas, o los medios de comunicación de masas). No hay ningún signo real de debilitamiento en las prácticas neotradicionales asociadas a los hombres empleados en el servicio público (las fuerzas armadas, el derecho, quizás incluso los funcionarios) o en prácticas asociadas con la pertenencia de los ciudadanos a un estado. De hecho, la mayoría de las ocasiones en que la gente se hace consciente de la ciudadanía como tal permanecen asociadas a símbolos y prácticas semirrituales (por ejemplo, las elecciones), en su mayor parte históricamente nuevos e inventados: banderas, imágenes, ceremonias y música. Si las tradiciones inventadas de la época inaugurada por las revoluciones industrial y francesa han llenado algún vacío permanente (como mínimo hasta el presente), éste debería situarse en este ámbito.
¿Por qué, se podría preguntar finalmente, los historiadores deberían dedicar su atención a este fenómeno? La pregunta es en un sentido innecesaria, desde el momento en que un número creciente de ellos lo hacen realmente, como dan testimonio los contenidos de este volumen y las referencias que en él se citan. Por tanto es mejor replantearla. ¿Qué beneficios pueden obtener los historiadores del estudio de la invención de la tradición? En primer lugar, lo más relevante, se puede sugerir que son síntomas importantes y, por consiguiente, indicadores de problemas que de otro modo no se reconocerían y de desarrollos que de otro modo serían difíciles de identificar y fechar. Son evidencias. La transformación del nacionalismo alemán desde su viejo modelo liberal hasta su nueva forma imperialista y expansionista se ilumina de modo más preciso por la rápida sustitución de los viejos colores negro-rojo-dorado por los nuevos negro-blanco-rojo (especialmente durante los años 1890) en el movimiento gimnasta alemán, más que por las declaraciones oficiales de las autoridades o los oradores de las organizaciones. La historia de las finales de la Copa de fútbol británico nos da más muestras del desarrollo de una cultura urbana de clase obrera de lo que lo hacen los datos y las fuentes más convencionales. Por eso mismo, el estudio de las tradiciones inventadas no se puede separar del análisis general de la historia de la sociedad, ni se puede esperar avanzar más allá del simple descubrimiento de tales prácticas si no se integra en un estudio de más alcance. En segundo lugar, ilumina las relaciones humanas con el pasado y, por consiguiente, la propia materia y el oficio de los historiadores. Todas las tradiciones inventadas, hasta donde les es posible, usan la historia como legitimadora de la acción y cimiento de la cohesión del grupo. Frecuentemente, ésta se convierte en el símbolo real de la lucha, como en los combates por los monumentos dedicados a Walther von der Vogelweide y a Dante en el Tirol del Sur en 1889 y en 1896. Incluso los movimientos revolucionarios hacen retroceder sus innovaciones por medio de la referencia al “pasado del pueblo” (los sajones contra los normandos, “nos ancêtres les Gaulois” contra los francos, Espartaco), a las tradiciones revolucionarias (“Auch das deutsche Volk hat seine revolutionäre Tradition” como proclamó Engels en las primeras líneas de su obra Guerra de campesinos en Alemania) y a sus propios héroes y mártires. La obra de James Connolly, Labour in Irish History, ejemplifica excelentemente esta unión de temas. El elemento de la invención es particularmente claro aquí, desde el momento en que la historia que se convirtió en parte del fundamento del conocimiento y la ideología de una nación, estado o movimiento no es lo que realmente se ha conservado en la memoria popular, sino lo que se ha seleccionado, escrito, dibujado, popularizado e institucionalizado por aquellos cuya función era hacer precisamente esto. Los historiadores orales han observado frecuentemente cómo, en los recuerdos actuales de los mayores, la Huelga General de 1926 juega un papel más modesto y menos dramático de lo que los entrevistadores habían esperado. Se ha analizado la formación de una determinada imagen de la Revolución francesa durante la Tercera República. Todos los historiadores, sean cuales sean sus objetivos, están comprometidos en el proceso en tanto que contribuyen, conscientemente o no, a la creación, desmantelamiento y reestructuración de las imágenes del pasado que no sólo pertenecen al mundo de la investigación especializada, sino a la esfera pública del hombre como ser político. Deberían ser conscientes de esta dimensión de sus actividades. En este sentido, hay que destacar que las “tradiciones inventadas” tienen un interés específico para los historiadores modernos y contemporáneos. Son muy importantes para la innovación histórica relativamente reciente que supone la “nación” y sus fenómenos asociados: el nacionalismo, la nación-estado, los símbolos nacionales, las historias y demás. Todo esto se basa en ejercicios de ingeniería social que a menudo son deliberados y siempre innovadores, aunque sólo sea porque la novedad histórica implica innovación. Sea cual sea la continuidad histórica de los judíos o los musulmanes del Oriente Próximo, el nacionalismo y la nación de israelíes y palestinos son nuevos, en tanto que el concepto de los estados territoriales del tipo actual corriente en su región era casi impensable hace un siglo y apenas se convirtió en un proyecto serio antes del fin de la Primera Guerra Mundial. Los idiomas nacionales estándares, que se aprenden en las escuelas y que se escriben, dejando de lado que una elite muy reducida los hable, son productos de edad variable pero a menudo breve. Como un historiador francés del idioma flamenco observó correctamente, el flamenco enseñado en la Bélgica actual no es el lenguaje que las madres y las abuelas de Flandes utilizaban con sus hijos: en resumen, es sólo metafóricamente pero no literalmente una “lengua materna”. No deberíamos dejamos confundir por una paradoja curiosa pero comprensible: las naciones modernas y todo lo que las rodea reclaman generalmente ser lo contrario de la novedad, es decir, buscan estar enraizadas en la antigüedad más remota, y ser lo contrarío de lo construido, es decir, buscan ser comunidades humanas tan “naturales” que no necesiten más definición que la propia afirmación. Cualquiera que sea la continuidad histórica o de otro tipo insertada en el concepto moderno de “Francia” y “los franceses” (que nadie intentaría negar), estos conceptos en sí mismos incluyen un componente construido o “inventado”. Y justamente porque gran parte de lo que de forma subjetiva crea la “nación” moderna consiste en tales productos y se asocia a símbolos apropiados y relativamente recientes, y con un discurso creado a medida (como la “historia nacional”), los fenómenos nacionales no se pueden investigar adecuadamente sin prestar una atención cuidadosa a “la invención de la tradición”. Finalmente, el estudio de la invención de la tradición es interdisciplinar. Es un campo de estudio que une a historiadores, antropólogos sociales y una gran variedad de investigadores de las ciencias humanas, y no se puede llevar a cabo de modo adecuado sin su colaboración. Este libro une, principalmente, aportaciones de historiadores. Se espera que otros lo encuentren útil.

                                                                  ///////////////////











 ­






Comentarios

Entradas populares de este blog

ENLACES A L-STRAUSS 2025

ANTROPOLOGÍA / MIRTA LISCHETTI

Alteridad y pregunta antropológica / KROTZ