# LAMARCK Y DARWIN
Jean Baptiste du Monet, Barón de Lamarck
Llegamos, finalmente, al primer científico del que puede decirse con certeza que formula una teoría coherente de la evolución, aunque no la denominó así. Sólo por el hecho de exponer esa teoría a principios del siglo XIX, Lamarck merecería un tratamiento diferencial con respecto a los precedentes del darwinismo. Existe, sin embargo, una segunda razón para dispensarle ese tratamiento: la existencia de una corriente científica que, después de Darwin, se apoya en Lamarck.
Lamarck, filósofo y naturalista, fue protegido por Buffon, que había proporcionado evidencias de la variabilidad de las especies. Botánico durante gran parte de su vida, zoólogo tardío, estudioso de los invertebrados, Lamarck se declara transformista en su lección inaugural del curso del Museo de historia natural del año 1800, y expone su teoría de forma elaborada en Filosofía Zoológica, publicada en 1809.
Lamarck parte de dos convicciones básicas: del hecho de que los seres vivos están distribuidos en una escala que va de los más simple a lo más complejo (aunque a veces afirma que tal vez existan dos, una para las plantas y otra para los animales); y de la creencia de que esa escala no es enteramente regular sino imperfecta. La explicación de ese proceso de cambio, de escalonamiento, debía ser la evolución.
El curso particular de la evolución se explica a partir de diversos principios. En primer lugar, la tendencia de lo viviente a volverse más complejo, a causa de una fuerza que tiende incesantemente a complicar la organización. Esta fuerza no actúa sola; de haber sido así, se hubiera llegado a una escala perfecta de los seres. Existe un segundo principio, los procesos de adaptación, la capacidad de los organismos de adaptarse a las «circunstancias» (palabra que toma de Buffon; adviértase, pues, que no usa el término «medio»). El medio actúa sobre los seres creando necesidades que movilizan la energía biológica de los organismos, de forma que crean o modifican sus órganos. Esa es la razón de que la vida no pueda organizarse en forma de escala: la necesidad de atender a los requerimientos del entorno local. El medio (por utilizar el lenguaje moderno) impide la evolución «natural» de los seres vivos, dotados de una facultad que comportaría su progresiva complejidad. De ahí que se haya caracterizado la teoría de Lamarck hablando de necesidad sin azar.
Los dos principios anteriores de la teoría lamarckiana no bastan; debe existir un tercer factor. Una vez adquiridas ciertas particularidades es preciso que puedan conservarse, que puedan transmitirse a sus descendientes. Se trata, naturalmente, de la célebre cuestión de la herencia de los caracteres o rasgos adquiridos, algo que Lamarck acepta aunque sin insistir en demasía. Ni siquiera es una idea original; se trata de un tópico, de una creencia común del momento, fuertemente arraigada en la cultura popular. El propio Darwin la admitirá sin excesivos problemas; la polémica no se iniciará hasta 1883, de la mano de Weisman. Volviendo a la teoría lamarckiana, la herencia de los caracteres adquiridos es el mecanismo que asegura que la descendencia se beneficiará de los esfuerzos de los progenitores.
La descripción de la teoría de Lamarck no sería completa si omitiéramos un cuarto principio: la generación espontánea. La evolución se renovaba día a día en su punto de partida puesto que los organismos más simples seguían produciéndose por generación espontánea.
“Dando a estos cuerpos que ella misma ha creado las facultades de alimentarse, crecer, multiplicarse y de conservar cada vez los progresos adquiridos en su organización, en fin, transmitiendo estas mismas facultades a todos los individuos generados orgánicamente, con el tiempo y la enorme diversidad de circunstancias siempre cambiantes, han sido producidos sucesivamente por estos medios los cuerpos vivientes de todas las clases y los órdenes.”
(LAMARCK: 1809, I, p. 274)
Lamarck se ocupa también en la filosofía zoológica del origen del hombre, un tema que sería años más tarde el centro de las polémicas sobre el evolucionismo. Lamarck desarrolla como hipótesis la idea de que el hombre, si se atiende a su organización corporal, pudiera descender de cuadrúmanos superiores que, al adoptar la postura bípeda y convertirse en dominantes, habrían detenido el progreso de las otras razas. En última instancia, sin embargo, Lamarck considera que el origen del hombre debe ser diferente.
La obra de Lamarck encierra también numerosas reflexiones filosóficas. Una de las más conocidas es la que se refiere a la «voluntad». Lamarck alude a ella para explicar la forma de la jirafa, debida a su «esfuerzo constante» para alcanzar las hojas de los árboles Se ha dicho que Lamarck pensaba en una motivación psíquica de la evolución. Se trata de una interpretación probablemente exagerada. Lo que sí es indudable es que Lamarck afirma que la «voluntad» puede influir sobre la forma del cuerpo. Cuando un animal «quiere» una determinada acción, actúa el jugo nervioso (Lamarck utiliza la teoría de los «fluidos sutiles» que suben a través de los nervios huecos, común en la época y fluyen al órgano adecuado
Estos movimientos pueden fortalecer, ampliar y desarrollar el órgano, pudiendo transmitirlo a las generaciones posteriores. La función hace al órgano.
Las ideas de Lamarck no tuvieron buena acogida. Por un lado estaba su oposición a la química de Lavoisier, su apoyo a la vieja teoría del flogisto, o sus desacreditados almanaques meteorológicos. Por otro, su insistencia en la linealidad del proceso evolutivo, incapaz de conciliar coherentemente las afinidades y diferencias de estructuras reveladas por la taxonomía, la actual distribución de seres vivos y los registros fósiles o paleontológicos. Lamarck no prueba nada de lo que afirma, no ofrece explicación alguna sobre las especies extinguidas y está claramente vinculado con el materialismo ilustrado. A esas razones hay que añadir el peso de las críticas de Cuvier, fijista pero mucho más riguroso en sus afirmaciones que Lamarck, que se muestra decididamente hostil hacia su teoría. Pese a todo, Lamarck nunca fue completamente olvidado. Aun antes de la aparición del neolamarckismo, se producen resurrecciones periódicas.
La teoría darwiniana. Azar y necesidad
La obra de Darwin (1809-1882)
Hemos visto que el interés principal de Lamarck era la evolución en su dimensión temporal o evolución vertical. Darwin se interesó, por el contrario, por el problema del origen de la diversidad, por el origen de las especies mediante la diversificación en una dimensión geográfica, es decir, por la evolución horizontal. Su interés por la diversificación está íntimamente relacionado con su viaje alrededor del mundo en el Beagle. No fue esa la única influencia crucial para su teoría de la selección natural. Se han citado muchas otras: el ambiente de la época, en que el evolucionismo era ya una herejía común, el utilitarismo, la lectura de Lamarck, el conocimiento de la obra de su abuelo Erasmus Darwin, la lectura de Malthus y Spencer, su interés por la geología y en concreto por la obra de su mentor, Lyell, la selección artificial... Hay quien ha llegado a decir que se palpaba en el ambiente y que sólo le pertenece el mérito de haber ensamblado pacientemente lo que ya era evidente. Las cosas no son, sin embargo, tan sencillas.
La génesis de la idea de selección natural
Darwin, destinado a la medicina por tradición familiar, llegó a la universidad de Edimburgo, donde oyó hablar por vez primera de Lamarck y se interesó por el naturalismo. Posteriormente, se trasladó a Cambridge cambiando la medicina por el intento de convertirse en clérigo; allí trabó amistad con Henslow, quien lo persuadió para que estudiara geología y le proporcionó la oportunidad de acompañar al capitán Fitz-Roy en el Beagle. El propio Darwin define así su viaje:
“... ha sido con mucho el acontecimiento más importante de mi vida y ha determinado toda mi carrera (...) le debo a la travesía la primera educación o educación real de mi mente; me vi obligado a prestar gran atención a diversas ramas de la historia natural y gracias a eso perfeccioné mi capacidad de observación.”
(DARWIN: 1977, pp. 68-69)
Durante ese viaje de cinco años se despertó su interés por la diversificación y especiación. Sus observaciones son numerosas: la semejanza de la fauna y flora de las islas con la del continente más cercano, la existencia de especies diferentes aunque afines en diversas islas del mismo archipiélago, el hallazgo en la Pampa de fósiles de mamíferos con importantes semejanzas con los actuales, etc. El 9 de enero de 1834 escribía en su diario:
“Es imposible reflexionar acerca de los cambios producidos en el continente americano sin experimentar profundo asombro. Antiguamente debieron de pulular en él grandes monstruos (...). Desde la época en que vivimos, no pueden haber tenido lugar grandes cambios en la constitución física del país; ¿cuál puede ser entonces la causa de la exterminación de tantas especies y de tantos géneros enteros?”
(DARWIN: 1955, p. 219
Poco a poco Darwin va descartando la posibilidad de extinción merced a grandes cataclismos y adopta la hipótesis de la desaparición gradual. Sus observaciones y dudas se incrementan al llegar a las Galápagos, con su fauna diferenciada y tipos diferentes de tortugas y pinzones en cada una de las islas.
“Hemos visto que las diversas islas tienen sus propias especies del género universal de las tortugas y del no menos extendido de los sinsontes (...) la distribución de los habitantes de este archipiélago no sería tan sorprendente si, por ejemplo, una de las islas tuviese un sinsonte, y otra isla algún caso genérico completamente distinto (...). que varías de las islas poseen sus propias especies de tortugas, sinsontes, gorriones y numerosas plantas, cuyas especies tienen las mismas costumbres en general ocupan situaciones análogas, y evidentemente el mismo lugar en la economía natural de este archipiélago lo cual me parece asombroso.”
(DARWIN: 1955, p. 471
Darwin regresa, pese a todo, a Londres sin haberse planteado teoría evolutiva alguna, aunque convencido de la bondad del planteamiento de Lyell para la geología y de su aplicabilidad a otras parcelas de las ciencias naturales. Para Lyell el error de sus predecesores había sido no saber configurar procedimientos para inferir el pasado inobservable a partir del presente. Su método consistía en observar la acción de procesos actuales y extrapolar sus ritmos y efectos al pasado (lo que posteriormente se denominaría uniformismo). El problema era, sin embargo, la lentitud, la poca espectacularidad de los procesos de cambio actualmente, lo que es inobservable y no se pueden extrapolar analogías con fenómenos actuales. De ahí que Lyell se decidiera por la influencia del tiempo. Darwin enfocará la evolución de idéntica forma, sumando los pequeños efectos actuales para producir los efectos observados. Darwin había vuelto a Londres con datos y observaciones que le permitirían concluir que las pequeñas variaciones son la materia prima de la evolución.
Llegamos a la cuestión más debatida al intentar reconstruir la génesis de la idea de selección natural: el pretendido carácter inductivo de la obra de Darwin. El propio Darwin ha aseverado categóricamente en su autobiografía haberse ceñido a la metodología inductiva.
“Me pareció que siguiendo el ejemplo de Lyell en geología, y recogiendo todos los datos que de alguna forma estuvieran relacionados con la variación de los animales y las plantas bajo los efectos de la domesticación y la naturaleza, se podría quizá aclarar toda la cuestión. Empecé mi primer cuaderno de notas en julio de 1837. (Trabajé sobre verdaderos principios baconianos y, sin ninguna teoría, empecé a recoger datos en grandes cantidades), (...). Pronto me di cuenta de que la selección era la clave del éxito del hombre cuando conseguía razas útiles de animales y plantas. Pero durante algún tiempo continuó siendo un misterio para mí la forma en que podía aplicarse la selección a organismos que viven en estado natural.”
(DARWIN: 1977, p. 86;)
Darwin dedicó dos años a meditar y luchar para solucionar ese misterio, como reflejan sus libros de notas, publicados durante los últimos veinte años, demuestran, frente al inductivismo, que Darwin fue poniendo a prueba y desechando numerosas teorías y pistas falsas. Ni siquiera parece que pueda aceptarse la afirmación de la autobiografía de Darwin que asegura que la lectura en 1838 de On Population, de Malthus, iluminó súbitamente su quehacer. Sus libros de notas demuestran que la lectura de Malthus no provocó ninguna anotación exultante, porque aún le faltaban varios datos por encajar. Darwin nunca recolectó datos ciegamente, constantemente proponía y elaboraba hipótesis, a menudo abandonadas.
De ello podría deducirse que la teoría de la selección natural fue el resultado de una búsqueda consciente y productiva, que procedió de un modo ramificado pero ordenado, y que utilizó tanto los datos de la naturaleza como el abanico asombrosamente amplio de percepciones procedentes de disciplinas muy dispares y alejadas de la suya propia.
(Gould: 1983, p. 65).
La filosofía y la economía desempeñaron un papel mida desdeñable en esa laboriosa aproximación a la Idea de selección natural. Antes de leer a Malthus, leyó el Cours de Philosophie Positive de Comte, del que le impresionó la idea de progreso, de evolución y la insistencia en la necesidad de que la ciencia sea predictiva y potencialmente cuantitativa. Su vagabundeo intelectual le llevó luego a Adam Smith, en concreto, a un trabajo expositivo de la obra de Smith firmado por Dugald Stewart; le interesó sobremanera la afirmación de que las teorías sobre la estructura social global han de empezar por analizar las acciones no reprimidas de los individuos. Le llegó el turno al estadístico Quetelet, que se ocupaba de la afirmación de Malthus del crecimiento geométrico de la población frente al crecimiento meramente aritmético de los recursos alimenticios. De ahí las ganas de leer a Malthus. Obviamente, desde la perspectiva histórico-filosófica resulta interesante observar que en el momento decisivo de la formulación de la teoría de la selección natural resultaran cruciales las aportaciones no biológicas, en especial las de Comte, Adam Smith y Quetelet. La extensión de la economía del laissez faire a la biología origina la teoría de la evolución mediante la selección natural. El orden armónico y estable —razonaba Smith— surgirá de la criba y eliminación de los individuos. La economía ordenada y con mayor beneficio para todos surgirá de la lucha y competencia de los individuos que buscan su propio beneficio; de ahí el laissez faire y de ahí el interés de Darwin.
Eso es lo novedoso de Darwin, su renuncia a controles exteriores a la naturaleza, a leyes perfeccionadoras.
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