SOCIOBIOLOGÍA / Chiriguini
INTRODUCCIÓN
El propósito que guía este artículo es el de analizar críticamente la sociobiología como marco de referencia inadecuado para explicar la naturaleza humana. La reactualización en la sociedad del pensamiento biologizante del siglo XIX podriamos ubicarlo en el tiempo con la publicación del libro de Edward Wilson: “Sociobiología: la nueva síntesis”, en el año 1975. La obra de este prestigioso entomólogo puso en marcha una polémica que trascendió el ámbito de la discusión académica, instalándose en toda la sociedad y generando una corriente de pensamiento de gran peso en la actualidad. El libro de Wilson es una ambiciosa síntesis sobre el comportamiento social desde los invertebrados hasta los primates, pero, a su vez, el manifiesto de una teoría que se propone explicar la vida social de los animales, incluyendo al hombre. Este autor define a la Sociobiología como “el estudio sistemático de la base biológica de todo comportamiento social”. En otras palabras, esto significa interpretar la conducta social de los animales y del hombre, como emergente de su historia evolutiva biológica y sujeta a las mismas leyes que rigen todo lo viviente. Se pretende estudiar, en consecuencia, la medida en que el comportamiento social humano es determinado por genes ancestrales que fueron escogidos y preservados por la selección natural.
I BAJO EL PRISMA DE LA SOCIOBIOLOGÍA
Nuestra mirada crítica a la sociobiología se dirige fundamentalmente a señalar la falacia de analizar el comportamiento de los hombres por su ser biológico, condición necesaria pero no suficiente, para entender la diversidad y la peculiaridad humana: En una obra posterior que publicara Wilson en 1980 y que titulara “Sobre la naturaleza humana”, reafirma su concepción con estas palabras:
“...ninguna especie, incluida la nuestra, posee un propósito más allá de los imperativos creados por su historia genética. Las especies pueden tener un vasto potencial para el progreso material y mental, pero carecen de cualquier propósito inmanente o una guía de agentes más allá del ambiente inmediato...” (Wilson, 1980: 14.)
El autor continúa diciendo:
“Si el cerebro evolucionó por la selección natural, aun las capacidades para seleccionar juicios estéticos y creencias religiosas particulares deben haber surgido por el mismo proceso mecánico. Son adaptaciones directas a situaciones ambientales del pasado en las que evolucionaron las poblaciones humanas ancestrales o, en el mejor de los casos, construcciones determinadas secundariamente por actividades más profundas y menos visibles que en alguna ocasión fueron capaces de adaptarse a este sentido biológico estricto”. (Wilson, 1980: 14.)
El mensaje sugiere que el comportamiento humano, en toda su complejidad, puede ser explicado cabalmente por la biología. La esencia del argumento es, entonces, que el conocimiento de nuestra sociedad debe ser construido en términos biológicos, en la medida que la naturaleza por medio de la evolución no solamente diseñó nuestros rasgos sino, además, nuestro comportamiento. El instinto agresivo, el odio hacia el extraño, la facilidad para dejarse adoctrinar, serían expresión de esquemas innatos para la supervivencia de la especie. La disposición de la madre a cuidar a su hijo recién nacido, resulta inofensiva; pero los intentos de explicar la tendencia de la gente a agredir a los. extraños o la posición dominante que ocupan los hombres en la mayoría de las sociedades, a partir de imperativos biológicos, resultan ideológicamente peligrosos e incorrectos desde un punto de vista científico, como se verá más adelante. La premisa esencial de este discurso biológico sería, en palabras de Eldredge N. y Tattersall I., críticos de la sociobiología: “Somos quienes somos porque nuestros antepasados fueron quienes fueron”. ¿Y quiénes fueron esos antepasados de quienes heredamos nuestros comportamientos?, nada menos que el Australopithecus africano y sus descendientes que hace 3 6 4 millones de años sobrevivieron en la peligrosas sabanas.
“Debemos nuestra crueldad, al parecer, a este remoto antepasado. Vale la pena repetir que esto es sacar el cuerpo, echarle la culpa a algún antepasado remoto, en vez de a nuestras guerras y crímenes violentos, cargar la censura redondamente donde se debe, sobre las espaldas del Homo Sapiens, el hombre sabio”. (Eldredge N., Tattersall I., 1986.)
Así, pues, el punto de vista biologicista no deja nada fuera de su mirada. Se ocupa del comportamiento social de los primeros antepasados del hombre y a través de ese pasado interpreta el presente. Por otro lado, siguiendo esta línea de pensamiento, se afirma una correspondencia entre la conducta genéticamente adaptada de los individuos y las características de las instituciones sociales que conforman la sociedad. La guerra entre grupos, tribus y naciones sería una expresión de tendencias agresivas innatas. Desde una exclusiva de perspectiva diferente que incluye la cultura como dimensión la sociedad humana, puede sostenerse que el comportamiento de los hombres no puede ser interpretado sin tener la función transformadora de aquella, que en tanto ámbito de significados otorga sentido a dicho comportamiento El conocimiento histórico y antropológico nos señala y alerta sobre las diferentes motivaciones que empujan a los hombres a luchar entre sí: idealismo, venganza, amor a la patria, intereses económicos, por nombrar algunas de ellas. Sahlins señala que
“las razones por las cuales luchan los individuos no son las razones por las que se producen la guerras. Si se expusieran una tras otras las razones por las que lucharon millones de americanos en la Segunda Guerra Mundial, no se explicaría la existencia o la naturaleza de esa guerra. Tampoco a partir del mero hecho de su lucha se podrían entender sus razones, ya que la guerra no es una relación entre individuos sino formas políticas socialmente constituidas) y entre estados (u otras las personas participan en ella no en su condición de individuos sino en su condición de seres sociales y no exactamente esto sino en una condición social específicamente contextualizada”. (Sahlins M.,1976.)
Otro aspecto importante del pensamiento sociobiológico está relacionado con el recurso de explicar la condición humana observando el comportamiento animal. El uso del razonamiento analógico lleva a comparar propiedades o relaciones a partir de semejanzas aparentes entre las instituciones de los hombres y el comportamiento de los animales. El uso de la misma terminología para referirse a ambos órdenes nos introduce de otra manera, en el biologicismo. Ilustremos con un ejemplo. El macho agresivo de una especie animal cumple la misma función que en la sociedad humana un grupo de choque, las “barras bravas” rivales en un partido de fútbol o un marido maltratando a su esposa; está expresando de diferentes maneras aspectos de la misma propiedad biológica subyacente: la competencia territorial o la dominación sexual. Al examinar el discurso de la sociobiología penetramos en los dominios de la disciplina que ha logrado los avances más espectaculares de los últimos años, la biología y a una de sus ramas más exitosas, la genética. La posibilidad de desentrañar. los misterios del genoma humano, de “clonificar” células embrionarias humanas y obtener artificialmente dos o más embriones donde sólo se hubiera originado uno, de programar tecnológicamente la naturaleza biológica del conocimiento de los organismos, ubica a la biología como la expresión más acabada de lo científico de nuestra sociedad.
Pero, paradójicamente, son a su vez los propios logros de esta disciplina, los que en última instancia, nos permiten oponernos al determinismo biológico. Cada hallazgo científico es un avance de la cultura sobre los propios límites biológicos. Pensemos que aquello que parecía imposible para una generación pasada, se vuelve probable para la presente y efectivamente posible para la siguiente: la fertilización in vitro, los implantes de órganos, son ejemplo de ello. Evidentemente la naturaleza humana no puede desvincularse de su base biológica, pero tampoco como lo expresan los biólogos, está encadenada a ella. Y al mismo tiempo, no es infinitamente maleable por el medio ambiente y la educación.
“La sociedad humana sólo cabe con organismos dotados de un sistema nervioso tan extraordinariamente desarrollado como el humano. (Y sólo cabe también con organismos de talla razonable; los liliputienses de Swift son, por necesidad, mera ficción, ya que los hombrecillos de diez centímetros no podrían levantar un instrumento suficientemente pesado para generar la energía cinética que requiere desbastar rocas o extraer minerales. Ni podrían tampoco controlar el fuego porque las ramitas que transportarían como antorchas se consumirían en un instante.)”. (Lewontin, 1984: 14.)
No podemos dejar de preguntarnos, cómo puede explicarse el interés despertado por la sociobiología. En primer lugar, recordemos que habla con la voz de la biología, subyugando no solo a los especialistas de las ciencias biológicas, sino también, a muchos científicos sociales dentro del campo académico. Y, por otro lado, a la prensa y los medios de difusión en general. Suponemos que el éxito del biologismo radica en la naturaleza de la propia explicación del comportamiento social, de su afirmación de que la sociedad humana, tal como la conocemos, es inevitable y el resultado de un proceso de adaptación: “si el actual orden social es la consecuencia inevitable del genotipo humano, entonces nada que posea alguna importancia puede ser modificado”. (Lewontin et al., 1991: 28.) Además, la interpretación desde el biologismo tiene las siguientes consecuencias sociales y políticas. Si la organización social es un resultado de la herencia biológica, entonces nada que altere el orden social puede ser modificado. Precisamente por esto, la permanencia del statu quo es desde este modelo, inevitable. Del mismo modo que el darwinismo social en la segunda mitad del siglo XIX pretendió justificar la explotación racial en la teoría de la evolución de la especies, en la actualidad, en nombre de las leyes genéticas se racionaliza un orden económico y social. Por lo tanto, la mejor adaptación de la especie es el modo de organización social y económico vigente en el mundo contemporáneo: el capitalismo. También pude decirse que la sociobiología nos justifica. Como bien lo expresan estos autores
“El gran atractivo del determinismo biológico se debe precisamente a que es exculpatorio. Si los hombres dominan a las mujeres es porque deben hacerlo. Si los empresarios explotan a los obreros es porque la evolución ha desarrollado en nosotros los genes para la actividad empresarial. Si nos matamos en la guerra, es por la fuerza de nuestros genes para la territorialidad, la xenofobia, el tribalismo y. la agresión... También sirve, en el orden personal, para justificar actos individuales opresivos y para proteger a los opresores contra las exigencias de los oprimidos. Esto es “porque hacemos lo que hacemos y porque a veces nos comportamos como hombres de las cavernas”. (Lewontin et al., 1991: 288.)
Es la propia ley de la naturaleza la que sanciona aquello que parecía crueldad humana. Veremos, a continuación, los argumentos a partir de los cuales se busca la validación científica del modelo biológico del comportamiento social.
II FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS DE LA SOCIOBIOLOGÍA
La sociobiología intenta legitimar sus afirmaciones en la teoría sintética de la evolución, que explica la evolución de los seres vivos basándose en los datos de la genética, la sistemática (estudio de las especies y su clasificación) y en la paleontología. (ver Icasate, Pinotti, Tapia). Apropiándose además de los resultados de dos disciplinas: la etología y la ecología. La ecología, especializada en el estudio de las interacciones de los organismos con el medio ambiente y entre sí, aportará a la sociobiología sus conclusiones sobre la dinámica de las poblaciones naturales. Entendiendo por ello, a los diferentes factores de crecimiento: natalidad, mortalidad y los efectos de las migraciones y emigraciones que ocurren en una población que comparte un mismo medio ambiente y el mismo reservorio genético. El estudio de las diferentes estrategias adaptativas de una especie en un nicho ecológico determinado permite interpretar comportamientos sociales antagónicos, tales como el altruismo y el egoísmo, dentro del proceso de la evolución natural, como veremos más adelante. Examinaremos ahora los conceptos básicos de la etología, que conjuntamente con los estudios ecológicos, sirvieron a los sociobiólogos para diseñar su teoría, generalizando las conclusiones sobre el comportamiento de las especies animales en su ambiente natural al comportamiento social del hombre. Permanentes analogías explican tanto uno como el otro dentro de la lógica de la selección natural. Así, observaciones válidas para el comportamiento animal se trasladan mecánicamente a la sociedad humana.
La etología
La etología hace su aparición en la historia de las ciencias en la década del 30. de la mano de sus fundadores: Konrad Lorenz y Niko Tinbergen. Eminentes especialistas en el estudio del comportamiento animal, edifican un marco teórico opuesto a las teorías conductistas dominantes a principio de siglo. Estas teorías sostienen que el comportamiento es el resultado de hábitos aprendidos y después convertidos en automáticos. El modelo explicativo está basado en la noción de reflejo condicionado y en los estudios-de laboratorio. (ver Lischetti.) La etología, en cambio, sostiene la existencia de instintos de carácter innato y sus investigaciones son el resultado de observaciones de los animales en su habitat natural. La etología es definida como el estudio comparativo de los patrones de comportamiento. Entendiendo el comportamiento como un programa rígido, resultado de adaptaciones filogenéticas. En la medida que la etología interpreta el comportamiento como filogenéticamente heredado, incorpora a sus análisis el estudio del comportamiento social del hombre regido, según los etólogos, por el mismo proceso evolutivo (etología humana). Estos patrones heredados de comportamiento, denominados habitualmente instintos, conducen las acciones del animal en su medio. No caprichosamente. El animal no es un “juguete” de estímulos externos pero utiliza de ellos la información adaptada. (Veuille: 19.) La etología va a afirmar, pues, que los instintos se desarrollaron en el proceso de evolución de manera similar a la evolución de los rasgos morfológicos que identifican a cada especie. Por este motivo, a cada especie, de acuerdo a una sinergia nerviosa que la caracteriza, corresponde la misma dotación instintiva. Según lo expresado, los instintos son pautas fijas de comportamiento emergentes del proceso de evolución y de la selección natural, idénticos en los animales vale decir, innatos. de una misma especie y semejantes en especies cercanas. El carácter innato de los mismos le otorga la característica de inmodificables y compulsivos (una vez desencadenadas, se desarrollan aun ante la desaparición del estímulo). Y, además, cumplen la función de asegurar la perpetuidad de la especie. Modelo de instinto es el comportamiento observado en las abejas cuando descubren una fuente de alimento:
“cuando las abejas “desempleadas” esperan en la colmena la llegada de un mensajero y finalmente son activadas por éste, que baila la danza de la miel, el estímulo dado por el danzante las lleva a abandonar la colmena. Vuelan en una dirección definida y a una distancia determinada (ambos datos comunicados por el danzante) y comienzan a buscar flores, seleccionando únicamente las que emiten el aroma transportado por la abeja mensajera”. (Tinbergen: 65.)
El carácter innato del comportamiento impide no obedecer el mensaje comunicado a través de la danza y, a la mensajera, dejar de informar su hallazgo a la colmena. En el “juego” de los instintos no existe la posibilidad de alterar un ápice el mandato biológico. Precisemos, además, que una reacción puede ser innata y a pesar de ello no aparecer hasta que el animal sea adulto. Un ejemplo claro son las pautas de comportamiento reproductor. Por otra parte, la aparición gradual de una actividad durante un período lento y prolongado de desarrollo no indica que sea aprendida. La mejoría gradual de los movimientos de vuelo de las aves, es expresión de un proceso de desarrollo y maduración. (Tinbergen&N., pág. 63.)
Hasta aquí, hemos señalado las causas que los provocan o determinan su aparición. Los comportamientos instintivos inscriptos genéticamente pueden aparecer a partir de estímulos desencadenantes de orden interno, de origen hormonal, responsables del instinto sexual o simplemente, estímulos sensoriales internos que determinan, por ejemplo, el impulso del hambre (la búsqueda espontánea de comida). Para Lorenz los desencadenantes son siempre internos, de ahí, que puedan producirse “en vacío”. sin la presencia de estímulos exteriores. Para otros etólogos, los instintos pueden ser desencadenados por estímulos de orden externo que actuarían como disparadores: los animales pueden reaccionar al color, al movimiento, a la forma que despierta un estímulo visual, al aroma que se desprende de un congénere, al contacto o al sonido que emiten otros animales. Sin olvidarnos que sea cual sea el estímulo externo, es idéntico como disparador del comportamiento, en todos los animales de una especie:
“Las reacciones de muchas aves a las de presa, cuando estas vuelan, son desencadenadas por pájaros completamente inocentes. El gallo doméstico lanza un grito de alarma no solo cuando pasa un gavilán, sino también como reacción a la aparición repentina de una paloma o la aparición brusca un cuervo. El tipo especial de movimiento basta para desencadenar la alarma, a pesar de que la forma de la paloma es muy distinta de la de cualquier otra ave de presa”. (Tinbergen: 39.)
En otras circunstancias, los estímulos auditivos provocan comportamientos de este tipo:
“En ciertas langostas, las hembras en celo se dirigen a los machos cantores. Pero si bien son atraídas hacia ellos, aunque sean invisibles..., no se fijan en los machos silenciosos, que incluso pueden estar cerca. Los machos sexualmente excitados pero silenciados, pegándoles un ala contra otra no atraían ni una sola hembra”. (Lorenz K., 1971.)
Es necesario incorporar aquí, algunas observaciones sobre los estímulos desencadenantes. Generalmente, las reacciones no son iniciadas únicamente por señales externas, sino que requieren simultáneamente del estímulo interno. Tinbergen observó como, en invierno y en otoño, los simulacros más perfectos fracasaban al no estar el animal sexualmente preparado para responder a determinada señal. Una pregunta que se han formulado los etólogos instintivistas está referida la posibilidad de alguna instancia de aprendizaje dentro de un programa de comportamiento tan cerrado. Lorenz ha respondido “que el comportamiento se produce de acuerdo a mecanismos fijos de modo innato” que el ganso “sabe” que debería copular con un miembro de su especie tendido a poca profundidad en el agua, pero debe “aprender” a reconocerlo según la información programada genéticamente. El descubrimiento de pautas innatas de aprendizaje, permitió a Lorenz desarrollar el concepto de impronta troquelado. En el animal existen determinados períodos en los que puede aprender, generalmente en la etapa precoz de su existencia. Esto es especialmente notable en muchos casos de troquelado sexual: los gansos recién nacidos puestos en contacto con animales de otra especie, por ejemplo. patos, pueden grabar detalles particulares de sus nuevos compañeros. Esta impronta o grabado provocará que invariablemente dirijan su respuesta sexual a los animales con los que han ido creciendo (Lorenz, 1979.) Esta mirada al mundo de los animales, nos aproxima al concepto de homologías. A través del prisma de la etología. Los etólogos al abordar el carácter filogenético de los instintos y la importancia del estudio comparativo, señalado al principio, han echado mano al uso de homologías, que permiten establecer la existencia de un probable parentesco. La búsqueda de conductas homólogas ha orientado a los etólogos a trazar la misma evolución de un comportamiento a través de diferentes especies, de manera que la anatomía comparada estudia la evolución de un órgano. Así, a modo de ejemplo, la sonrisa humana derivaría de un rictus en los primates. Los estudios de los etólogos clásicos estuvieron circunscriptos generalmente a algunas pocas especies de animales, como insectos, aves, peces, pequeños mamíferos como las ratas. Y, sin lugar a dudas, el comportamiento instintivo los programa totalmente. En cambio, en especies con un desarrollo más complejo del sistema nervioso, el comportamiento innato deja un espacio al aprendizaje. El reconocimiento a la posibilidad de lo aprendido en muchas especies, ha llevado a los etólogos contemporáneos a abandonar la noción de un esquema rígido en la conducta animal y estudiarla como resultante de estrategias alternativas seleccionadas en el curso de la evolución y que responden a objetivos adaptativos precisos. (Veuille: 22.)
Así se puede entender el comportamiento agresivo del macho defendiendo su territorio y el de sumisión cuando se aleja del mismo. Intencionalmente hemos dejado de lado en estas descripciones del comportamiento animal, las permanentes analogías con la conducta humana a que recurren los etólogos enrolados en al corriente instintivista. Lorenz y sus discípulos al fundamentar sus apreciaciones sobre el comportamiento en la teoría de la evolución no tienen ningún reparo de incluir al hombre como portador de instintos. Así, en su libro “Sobre la agresión: el pretendido mal”, describe el comportamiento agresivo en el animal y en el hombre. Para este autor todo comportamiento social del hombre puede ser biologizado. La agresión, el altruismo, la sexualidad, el odio, hasta la moral y la ética pueden ser interpretadas dentro del proceso de selección natural. De este modo: Los historiadores se verán obligados, pues, a encarar el hecho de que la selección natural determina la evolución de las culturas tanto como de las especies”. (Lorenz K: 239.)
Según parece, tenemos desencadenantes innatos que inscriben nuestras acciones en el contexto de lo inevitable. Entre ellas, la agresión que está instalada en la sociedad humana de modo semejante a las ratas. Estas se comportan afectuosamente dentro de su familia y desatan una violencia mortal cuando se acerca un extraño identificado por el olor: “(..) llegaría a la conclusión que la sociedad humana está constituida, de modo muy semejante a la de las ratas, porque de igual modo son sus componentes sociables y apacibles dentro de su propia tribu pero se conducen como verdaderos demonios con los congéneres que no permanecen a su bando”. (Lorenz K.: 262.) A partir de estas analogías francamente abusivas no nos resultaría difícil, si las compartiésemos, justificar el odio hacia el extraño, el racismo, el etnocidio, en la medida que pertenecen al ámbito. de lo biológico, de lo inevitable, de •la justificación. Para finalizar con el análisis de las diciplinas que sustentan a la sociobiología. nos introduciremos en el concepto de selección por parentesco que permitió a los biólogos sociales encontrar el eslabón que puso un cierre final al modelo biológico.
La adecuación inclusiva: solución a una paradoja
En el momento en que los biólogos y etólogos se ocuparon de la teoría de la evolución se plantearon ciertos interrogantes de difícil solución. En un modelo basado en la supervivencia del más apto cómo podría explicarse el comportamiento de las castas estériles en los insectos, la vida asexuada de la abeja obrera siempre al servicio de su reina, de los machos que con sus amenazas ponen su vida en peligro, hasta el infanticidio practicado entre los monos, los leones y otras especies. Rasgos del comportamiento instintivo que impiden dejar descendencia. ¿Cómo pueden perdurar en el patrimonio genético de la especie?. Hamilton W. encontró la respuesta en el concepto de adecuación inclusiva y la selección por parentesco, de la siguiente manera. Los atributos de abnegación de las abejas, leones, monos, pueden persistir porque estos animales cooperan en la reproducción de parientes cercanos. En la medida que se comparten genes con otros (nuestros parientes), la selección favorecerá la colaboración altruista en la supervivencia y en el éxito reproductivo. Este autor agrega que el grado de adecuación no depende del grado de prole que sobreviva, sino del aumento o disminución de ciertos alelos en la generación siguiente. En otras palabras, son los genes egoístas los que regulan, por medio del altruismo (el sacrificio de unos pocos en beneficio del resto), la contribución genética en la generación siguiente. la selección por parentesco, según los biólogos sociales En consecuencia, tiende a maximizar la representación genética, antes que la supervivencia del individuo, a través de comportamientos moldeados en el transcurso del tiempo evolutivo. El concepto de adecuación inclusiva, central desde la perspectiva sociobiológica, ha permitido describir los comportamientos aparentemente no adaptados de los animales y de los hombres.
Una vez más, fenómenos culturales en manos de los genes, como los sistemas de parentesco, la homosexualidad, el tabú del incesto, fenómenos que competen al hombre. Llegó el momento de explicarlos desde una mirada diferente. Desnudaremos el reduccionismo de la explicación biológica, haciendo referencia a los mismos ejemplos utilizados por los sociobiólogos.
III. APROXIMACIONES A LA DIVERSIDAD HUMANA
Sistemas de parentesco
Tal como lo hemos señalado el parentesco para los sociobiólogos cumple el requerimiento biológico de maximizar el éxito reproductivo de los genes del mismo modo en los animales que en el hombre. La Antropología ha dedicado gran parte de su atención a los sistemas de parentesco de las sociedades etnográficas, muchas de ellas desaparecidas para siempre y otras próximas a desaparecer. Es, pues, esta valiosa información que nos permitirá echar por la borda los principios de la selección por parentesco. Los estudios antropológicos han puesto en evidencia que el parentesco es, en muchas sociedades, la estructura dominante que comprende no solamente la esfera doméstica sino, además, la dimensión económica, política y ritual. Si bien su función manifiesta es la reproducción y el ordenamiento de la sociedad en parientes y no parientes, en algunas culturas regula todas las relaciones sociales. En otras, como la nuestra, su función está más reducida. Definamos, en principio, que se entiende por relaciones de parentesco. Son reglas construidas socialmente que definen las formas de matrimonio, de filiación y de residencia en las sociedades. Esto supone que una familia no puede reproducirse independientemente de otras familias. La interdependencia viene impuesta por la existencia universal del tabú del incesto y de la regla de la exogamia, cualquiera sea la forma que adopten, estableciendo relaciones de consanguinidad, de intercambio o de alianza entre los grupos sociales que trascienden el ámbito de lo biológico.
Sahlins en su libro “Uso y abuso de la biología” describe exhaustivamente el origen social y cultural de esta institución. Nos dice: “El parentesco no es en las sociedades humanas un conjunto naturalmente dado de lazos de sangre; sino un conjunto culturalmente variable de categorías significativas”. En consecuencia, estos conceptos subrayan que, el reconocimiento del parentesco, la definición de pariente cercano o lejano, solamente adquiere significado dentro del sistema de valores culturales y no es, desde este punto de vista, de origen genético. Así, pues, cada sociedad tiene su propia teoría de la herencia o “sustancia compartida”, de acuerdo a relaciones construidas culturalmente. El propósito de Sahlins, autor en quien basaremos nuestro análisis, es sustentar la afirmación que en las sociedades humanas no existió, ni existe un solo sistema de parentesco, una organización familiar, que no establezca un cálculo de parentesco diferente al de los principios de la selección de parentesco, basado en el imperativo de los genes de reproducirse a toda costa.
En el estudio de las sociedades no occidentales se observa que una de las condiciones para ser considerado pariente, es la elección de la residencia marital. La pertenencia a un grupo doméstico es condición suficiente de identidad social, independientemente del grado de consanguinidad. Malinowski relata en sus estudios sobre los mailu de Nueva Guinea “que los hermanos que residen en la misma casa, vivían junto a un tío paterno y sus sobrinos y estaban en relaciones más estrechas que los parientes de grado similar que vivían separados”. (Sahlins: 42.) Otro ejemplo que ilustra la categoría de pariente es el caso de los to'ambita, pequeños grupos de las islas Salomón organizados en clanes, para quienes la unidad genealógica es un antepasado común, una arboleda sagrada que protege tumbas ancestrales. (Sahlins: 43) Entre los to'ambita, la elección de la residencia marital puede llevarlo a vivir con un pariente del padre o de la madre, sin tener en cuenta la distancia genealógica que los separe. A partir de la cooperación económica que en ese momento, establecerá relaciones, podrían enfrentarlo con sus parientes consanguíneos más cercanos, pudiendo suceder que los extraños, estén entre sus parientes, este último aspecto incluye a sus propios hijos. Importa destacar de modo especial, que en la medida que las relaciones de parentesco culturalmente organizadas rigen el proceso de cooperación, alianza o intercambio, parten de un principio ordenador de la reproducción biológica, social y cultural de los seres humanos completamente distinto del previsto en la selección por parentesco. En efecto, no está en los genes ordenar, organizar las líneas de descendencia tanto matrilineal como patrilineal; los lazos de parentesco responden a categorías de identidad (“la misma; sangre compartida”) o de oposición (“de otro vientre”), ajenas al concepto de adecuación inclusiva. Podemos afirmar, en consecuencia, sin lugar a dudas, que el parentesco en la sociedad humana tiene como uno de sus atributos distintivos su emancipación respecto a las relaciones biológicas naturales. En relación a lo expresado, la adopción es un ejemplo pertinente. En muchos grupos sociales de la Polinesia, la adopción es una práctica generalizada y se diferencia de igual modo en los niños adoptados en nuestra sociedad. Ahora bien, son considerados “como del mismo vientre”, la “misma cosa” respecto a los hijos naturales de la casa. Finalmente podríamos preguntar a los sociobiólogos por la manera tortuosa que lleva a que la práctica generalizada de la anticoncepción condujera a países como Alemania a no tener una población de reemplazo para el futuro. O es que los genes prefieren reproducirse y maximizar su representación en las regiones más pobres del planeta. Al avanzar en la búsqueda de lo peculiar y distintivo de la naturaleza humana, haremos referencia a continuación, al tabú del incesto, íntimamente relacionado con la organización del parentesco.
Los biólogos interpretan la universalidad del tabú del incesto por requerimientos biológicos. Según este punto de vista, el tabú existe en todas las sociedades por el hecho de permitir una nueva combinación de genes. Ya sea que esta combinación traiga una purga periódica de taras aparecidas por mutación bien, porque una nueva combinación traiga nuevos y ventajosos genotipos. Pues bien, para demostrar el carácter biológico de la regla de la prohibición del incesto, Wilson recurre a las analogías con el chimpancé, expresándose de la siguiente manera porque el chimpancé es la especie genéticamente más cercana al hombre, escriben Lumsden y Wilson, la regla epigenética que inhibe el incesto en las dos especies, podría ser verdaderamente homóloga, es decir, basarse en una prescripción genética que ha persistido a partir de un ancestro común. (Veuille: 90.) En primer lugar, para indicar su origen biológico, los sociobiólogos tendrían que demostrar que la elección exogámica es genética. En segundo término, ese supuesto carácter biológico no tiene explicación frente a las transgresiones de la regla. La existencia de la transgresión del tabú es una de las razones que explican que su origen no es genético. Algunas personas cometen incesto y salvo que pensemos que son variantes genéticas, el hecho es que, cualquiera sea la base en la evolución biológica humana, los humanos casi siempre lo evitan; esa base no basta para explicar el tabú. (ver Lischetti.)
La homosexualidad
La teoría de la selección por parentesco interpreta la persistencia de la homosexualidad como una más de las conductas altruistas seleccionadas en el proceso de evolución. Wilson en su libro “Sobre la naturaleza humana”, sugiere que los homosexuales pueden ser los portadores de algunos de los pocos rasgos altruistas de la humanidad. En apoyo de esta hipótesis describe el grado de generalización de esta conducta en los animales y en el hombre. Desde los insectos hasta los primates. En las sociedades etnográficas y en la sociedad occidental. Sostiene que la predisposición para la homosexualidad puede ser genética y los genes pudieron difundirse en las sociedades primitivas de los cazadores—recolectores, a causa de la ventaja que conferían a quienes los poseyeran. La pregunta que sugiere el razonamiento anterior es: ¿cómo pueden difundirse genes que predisponen a la homosexualidad, si los homosexuales no tienen hijos? Wilson responde que la heredabilidad de la conducta es consecuencia de la función positiva que cumplen, al maximizar el patrimonio genético de los parientes. Así, pues, los homosexuales libres de las obligaciones que implica el cuidado de sus hijos, pueden ayudar eficientemente a los parientes más cercanos y con ello a sus propios genes. Frente a todo ello sostenemos lo siguiente. En primer lugar, no hay evidencia que la homosexualidad tenga base genética. Identificar un gen como responsable de un comportamiento es un absurdo. Los genes no actúan individualmente y todo comportamiento es expresión de los organismos en relación a un ambiente social y cultural que lo estructura. En otras palabras, la selección natural actúa de manera organísmica. Ningún gen posee en sí mismo valor selectivo. De hecho los genes no están aislados, sino que interactúan. (Veuille: 80.) En segundo lugar, no hay evidencia de que la homosexualidad sea una conducta que compense la pérdida de no dejar descendencia, en beneficio de parientes cercanos. No se puede afirmar que estos parientes obtuviesen tasas más elevadas de supervivencia y reproducción. No existen datos que permitan afirmar que los homosexuales tengan menos descendencia: Se puede decir que: “si bien las personas exclusivamente homosexuales son necesariamente no reproductoras, mucha gente desarrolla un comportamiento tanto heterosexual como homosexual [y] no sabemos nada de sus índices de reproducción. Si uno se ocupa sin fundamento de contar historias, sería fácil afirmar que los bisexuales son en general más activos sexualmente”. (Lewontin, et al: 318.) F: Por último, la perspectiva genética de los biólogos, subestima el papel que cumplen las prácticas sociales en las diferentes sociedades, minimiza las influencia del ambiente social y cultural donde se expresan los comportamientos sociales humanos.
IV. SOBRE LA “NATURALEZA” DE LA NATURALEZA HUMANA
Sabemos que el hombre es producto de la selección natural, igual que todo lo viviente. Pero, también el resultado de la evolución cultural. La característica principal de nuestro comportamiento es la de ser moldeado por la sociedad en la que transcurre nuestra vida. El error fundamental de los sociobiólogos es suponer que todo el comportamiento social puede ser explicado en términos de selección y adaptación. Desde otro determinismo, el cultural, se sugiere que la biología se detiene en el momento que nacemos y de allí en más, somos infinitamente maleables por la acción de aquélla. Son precisamente ambas concepciones las que dificultan la interpretación de los fenómenos humanos. Para unos, lo inevitable: “Está en la naturaleza”, dicen. Para otros, somos cual “tabula rasa”. La respuesta no está en que optemos entre lo innato y lo adquirido, lo biológico y lo cultural. Sino, más bien, que consideremos a la naturaleza humana estructurada tanto biológica como culturalmente. La cultura no está “sobre”. sino “en” nosotros. No podemos olvidar que existen factores biológicos que nos caracterizan como especie, tales como un cerebro complejo, manos. extraordinariamente articuladas y un alto grado de indefensión cuando nacemos. En comparación con algunos primates altamente especializados, somos naturalmente deficientes. En contraste con la adecuación ecológica intrínseca en los animales, el hombre no ocupa ningún nicho ecológico particular. Consideremos, además, a diferencia de los animales que responden a estímulos fijos, el hombre está expuesto a un exceso de estímulos por su apertura al ambiente. No posee ninguna “protección natural contra el cambio de clima”, ni “instrumentos naturales para el ataque”. (Petryszak: 60.)
Tenemos miembros que nos permiten caminar y no volar. También forma parte de nuestra biología la capacidad de articular un lenguaje. Pero no nuestra habilidad para decir un discurso político o para cantar una balada de Serrat. La capacidad de pensar es posible porque poseemos un cerebro, pero como pensamos e interpretamos al mundo pertenece a lo cultural y social. No hay comportamientos sociales genéticamente estructurados. Hasta en la satisfacción de las necesidades biológicas más elementales se manifiesta lo social. La manera de comer o de satisfacer nuestra sexualidad está mediada socialmente, a diferencia que en el resto de las especies animales que está regulada biológicamente. Tal como lo hemos descripto a través de las observaciones de los etólogos, los animales se adaptan a determinados nichos ecológicos por medio de sus instintos, seleccionados en el proceso de la evolución. Con este telón de fondo, decimos que el hombre no es innatamente nada. Ni genéticamente agresivo, ni altruista. El carácter violento o pacífico de los pueblos lo único que nos informa es que la agresión, por ejemplo, no está codificada en los genes, sino su potencialidad para ella, del mismo modo que la totalidad del comportamiento social. En los hombres no se desata automáticamente ningún comportamiento, como en las ratas. La probabilidad de su aparición, como todas las conductas sociales, está mediada por el ambiente social y cultural. Que ciertos comportamientos sociales persistan o se modifiquen no depende de la propensión de los genes, sino, de determinadas condiciones sociales. Como nos dice Leakey: “quienes creen que el hombre posee una agresividad innata, están proporcionando una excusa conveniente para la violencia y la guerra organizada. La selección natural nos ha programado con una flexibilidad para el comportamiento que es completamente desconocida en el mundo de los animales”. (Leakey: 170.)
Para la Sociobiología la universalidad de un rasgo en la especie es un indicador cierto de su origen genético. Así, la agresividad, el altruismo y la solidaridad en el comportamiento humano son el resultado de comportamientos genéticamente determinados. Están en los genes. Ante esta argumentación decimos lo siguiente. En primer lugar, es un error postular la acción de los genes sobre el comportamiento. En realidad, los que interactúan con el ambiente son los organismos humanos. El hombre puede ser agresivo, solidario u homosexual, no los genes. En segundo lugar, tomar aspectos aislados del comportamiento social y atribuirles una cualidad abstracta es una falacia. Desde ese punto de vista, el cuidado que manifiesta un padre por su hijo enfermo, un soldado que muere por salvar un compañero, el trabajo de la madre Teresa de Calcuta, son todas muestras de altruismo genético. No interesa situar cada comportamiento en la interacción de los individuos en una realidad concreta. Por el contrario, se interpretan como resultado de una misma propiedad subyacente. Afirmamos, en cambio, que si bien es cierto que tanto la agresividad como el altruismo pueden manifestarse en la sociedad humana. Son las condiciones sociales y culturales de nuestra existencia las que favorecerán o no, la aparición de estos comportamientos.
Nuestra propuesta
Frente a la argumentación de los sociobiólogos. proponemos una mirada diferente a la naturaleza humana. Ya hemos expresado el error de dicotomizar lo biológico de lo social o de subsumir una dimensión en otra. Pensamos que el hombre es la única especie animal que puede trascender el ámbito de lo biológico por medio de la cultura. La capacidad de crear cultura determina en su naturaleza atributos nuevos que le son inherentes y específicos. Sabemos que el hombre emerge de un proceso único que compromete todo lo viviente. Vegetales y animales son el resultado de la combinación de moléculas químicas con capacidad de autoduplicación bajo condiciones que alguna vez existieron sobre la tierra. Esas moléculas constituyeron los organismos vivos, pero no pueden explicar la totalidad de las nuevas propiedades emergentes: la vida y la muerte son procesos nuevos que no formaban parte del estado anterior. Del mismo modo, los hombres al ser las únicas criaturas creadoras de cultura emergen del nivel de lo biológico constituyendo una dimensión diferente; transformando su entorno y a ellos mismos en un proceso de retroalimentación que modificará su naturaleza biológica anterior. Nuevos atributos y nuevas leyes interpretarán su naturaleza tanto biológica como cultural. Por eso afirmamos que todos los comportamientos sociales del hombre, son simultáneamente sociales y biológicos, del mismo modo que son químicos y físicos. Esta manera de entender la naturaleza humana nos aleja totalmente de los biólogos sociales cuando reducen la mente humana al cerebro. Al ubicar determinados atributos humanos en sectores identificables, (pensamientos, sentimientos emociones), dejan de lado un hecho fundamental. Si bien “los hechos mentales son causados por hechos cerebrales”, la capacidad de pensar no es función de un sector específico, sino del cerebro como un todo, “...el producto de las interrelaciones de todos sus procesos celulares con el mundo exterior. Pensar en otra cosa vendría a ser lo mismo que cometer el error de creer que podemos ver porque en la corteza visual de nuestro cerebro hay una cámara que toma fotos de la retina y un observador minúsculo que la registra y las interpreta. Por el contrario, la totalidad de la actividad de las células del sistema visual del cerebro es el acto de interpretar lo que vemos”. (Lewontin, et al: 345.) Afirmar que nuestra naturaleza es tanto biológica como social, “que poseemos simultáneamente mente y cerebro y que son simultáneamente sociales y biológicos, es superar falsas dicotomías y señalar el camino hacia una comprensión integradora de la relación entre nuestro yo consciente y el biológico”. (Lewontin, et al: 346.)
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Bibliografía
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Nota
1 Se definen como homólogas estructuras biológicas que tienen un mismo origen pero que no cumplen necesariamente la misma función. Así, el ala de un pájaro, la aleta de una ballena, la pata delantera de un perro y la mano humana, cumplen funciones diferentes y su aspecto también lo es, pero sus conexiones y simetría determinan la misma estructura básica que indica un origen común.
Por el contrario, las estructuras análogas, pueden cumplir la misma función y tener un aspecto superficial parecido pero sus antecedentes evolutivos son por completo diferentes.
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