TECNOLOGÍA, CULTURA MATERIAL Y MATERIALIDAD / Nicolás Ciarlo y Carlos Landa

  

TECNOLOGÍA, CULTURA MATERIAL Y MATERIALIDAD:

Una revisión de las aproximaciones conceptuales a las actividades del ser humano y sus producciones materiales en Ciencias sociales 

Introducción  a la materia

Las investigaciones teóricas en torno a la transformación material de la naturaleza por el ser humano y su vinculación con diversos aspectos socio-culturales, han sido desarrolladas por varias disciplinas y especialidades dentro de las ciencias sociales, fundamentalmente la Antropología, Arqueología, Sociología e Historia. El panorama general está regado de discusiones sobre una diversidad de aspectos, tales como la definición del tema, las relaciones entre lo material y las personas en el pasado y en la actualidad desde el individuo hasta, podría decirse, el ser humano como especie, las metodologías de análisis, etc., aunque por lo general no trascendieron las fronteras disciplinares. Por otro lado, pueden apreciarse orientaciones semejantes desarrolladas aparentemente de forma independiente y, por lo general, no simultanea con relación a algunas de las aproximaciones en cuestión. Sin embargo, puede reconocerse en que cada ámbito conserva una terminología específica (e.g. tecnología, cultura material y materialidad). Lo anterior supone ciertos inconvenientes teóricos y prácticos con relación al uso de los términos, en especial a nivel comparativo, teniendo en cuenta que cada uno suele poseer múltiples acepciones en el mejor de los casos, un sentido amplio y otro/s más restringido/s, según se considere la disciplina y/o el marco teórico de cada investigador. 

En este trabajo se presenta un estado de la cuestión de la terminología utilizada en ciencias sociales, en particular Antropología, Arqueología y, complementariamente, Sociología e Historia, para representar (conceptualmente) en algún modo –ya se verá en cada caso– al quehacer humano y sus producciones materiales, usualmente a una escala no menor que la de una sociedad, cultura o grupo determinado. Más específicamente, se centra en el análisis sincrónico y diacrónico  desde fines del siglo XIX hasta el presente de los siguientes conceptos: tecnología, cultura material y materialidad. Se examinará qué aspectos del mundo material (y no material) de las sociedades pasadas y presentes son subsumidos por determinados conceptos, de importancia tanto teórica como práctica; qué términos, simples o complejos, han sido utilizados para comunicar estos últimos y por qué; así como las semejanzas y diferencias significativas (de contenido conceptual 0 intención) al interior y entre las disciplinas mencionadas desde el tiempo de su constitución formal. Se discutirán algunas cuestiones relacionadas con el proceso de conceptualización, la especificidad de cada disciplina y la dinámica interdisciplinar. Concretamente, el foco está puesto en el análisis descriptivo e interpretativo de la terminología y los conceptos específicos (a nivel semántico y pragmático), desde la óptica de cada disciplina. Antes de abordar las diferentes aproximaciones teóricas, conviene mencionar algunas cuestiones generales que son transversales a las disciplinas consideradas. Los materiales utilizados por el ser humano, desde los primeros cantos rodados sin modificar previamente a su uso implementados por los homínidos para romper los huesos de las carcasas animales y acceder a la médula hasta las máquinas más grandes y complejas jamás construidas (e.g. el transbordador espacial Saturno V. la embarcación Freedom of the Seas, el acelerador y colisionador de partículas Large Hadron Collider 0 “Máquina de Dios”, por citar algunos de los más reconocidos), pueden ser denominados conjuntamente como artefactos u objetos4, aunque muchos de ellos sean verdaderas estructuras con cientos de miles de partes componentes. Estos artefactos forman parte de un complejo sistema dentro de cada sociedad, por lo que no constituyen una entidad aislada, con una lógica y mecanismo de funcionamiento propios. Cualquiera sea la denominación que se le otorga al conjunto en términos generales, tecnología, cultura material, materialidad implícita o explícitamente suele asumirse como premisa general que el mismo está constituido por materiales, personas, conocimientos, espacios, etc., íntimamente relacionados entre sí.

Si bien el interés por las diversas manifestaciones materiales del ser humano (las cosas) puede remontarse a muchos siglos atrás, su estudio en el marco de las disciplinas sociales comenzó a desarrollarse a la par de la constitución de las mismas desde la segunda mitad del siglo XIX en los países industriales de Europa occidental. Muchos de los trabajos pioneros estuvieron influidos fuertemente por una concepción positivista del mundo social, en la que los artefactos y demás manifestaciones culturales fueron considerados como evidencias diagnósticas de ciertas etapas del progreso del ser humano. Los conceptos aquí discutidos son parte componente de -o suponen- particulares teorías (antropológicas, sociológicas o históricas) sobre el comportamiento humano. Su utilización es fundamental para teorizar acerca de este último. En este sentido, los códigos verbales empleados dan cuenta en rasgos generales de cierto posicionamiento del investigador (a modo de presupuestos teóricos) con respecto al tema de estudio desarrollado (Becker 2011: 59). A lo largo del devenir de las disciplinas en cuestión, las teorías propias y de otros campos de conocimiento fueron transformándose, e incluso dejándose a un lado. Debido a su carácter abierto, también lo hicieron los conceptos fundamentales asociados a aquellas, oscilando entre posturas fuertes o esencialistas a posturas débiles o elásticas (Brubaker y Cooper. 2001). Los conceptos aquí abordados fueron variando de significación a lo largo del tiempo, pero lejos de constituir instancias superadoras, suelen coexistir en relativa armonía dentro del ámbito académico. Tal como hemos anticipado, en el siguiente acápite caracterizaremos los conceptos de interés: tecnología, cultura material y materialidad.

Tecnología

Los estudios sobre la tecnología han tenido una larga trayectoria desde las postrimerías del siglo XIX y principios del siguiente. No es de extrañar el lugar que ocupó en las obras de reconocidos científicos sociales, dada la importancia que ha tenido históricamente para el ser humano (Geselowitz.1993: 231). En el campo de la Historia, las obras literarias sobre la historia de las invenciones aparecieron tan tempranamente como el siglo XV. No obstante, hasta principios del siglo XX la mayoría de estos estudios consistieron en cronologías técnicas específicas, manuales y enciclopedias escritos por ingenieros e inventores, que raramente consideraron los aspectos sociales alrededor de la emergencia de la tecnología. Pensadores como Abbott Payson Usher, Lewis Mumford y Sigfried Giedion tomaron la dimensión moral y humana de la tecnología en su sentido más y amplio y la consideraron como un fenómeno esencialmente humano más que un proceso independiente. La realidad de su época los llevó a cuestionarse en qué modo influía la tecnología en la sociedad y la cultura del momento, pero consideraron que con un control y dirección adecuados, aquella sería el eje de la reconciliación entre las necesidades del espíritu humano y las condiciones materiales de existencia (Molella. 1988). En el ámbito de la Sociología, la preocupación por la tecnología tampoco quedó al margen de las agendas de investigación desde sus propios inicios. Una forma de entender la tecnología es en función de la actividad productiva. Según Marx, las tecnologías, que él denominó como productos, son el resultado de la adaptación de los frutos de la naturaleza a las necesidades humanas por medio de la producción. Estos productos se constituyen como tales en el acto del consumo (del uso). Este crea la necesidad de una nueva producción, al mismo tiempo que ésta es necesaria para que exista consumo: ella genera el material para el consumo, la forma de consumo y el sujeto consumidor (véase Marx [1857] 1987). Con posterioridad, algunos investigadores adoptarán una postura centrada en la utilidad para la que fueron hechos los objetos, impresa desde su producción, mientras que otros harán hincapié en el significado y rol de los artefactos en función de su puesta en acto dentro de las relaciones interpersonales, durante su período de consumo.

El campo conocido como Sociología de la tecnología (o estudio social de la tecnología) es relativamente reciente. Los trabajos más importantes fueron elaborados a partir de la década de 1980. En líneas generales, estos estudios ahondan en los complejos procesos de interacción y configuración recíproca entre la sociedad y la tecnología. Las principales perspectivas son conocidas como: el enfoque de sistemas, el constructivismo social y la teoría del actor-red (Aibar. 1996). Según este autor, estos estudios realizan una crítica profunda a dos aspectos fundamentales del determinismo tecnológico. Por un lado, la idea de que la tecnología constituye un ámbito con una lógica propia, cuyo desarrollo es inevitable e independiente de la sociedad. Por el otro, que la tecnología influye de forma significativa sobre esta última, como un factor externo (determinismo tecnológico, sensu stricto). A esta posición se encuentra asociada la idea del desarrollo lineal de la tecnología (sucesión de etapas conectadas en un sentido único). Los análisis constructivistas, en su lugar, harán hincapié en los factores sociales de diverso orden (e.g. económico, político, cultural) que modelan a la tecnología. Consideran además los efectos que esto tiene sobre la sociedad, pero no los entienden como resultado de características inherentes, sino como parte de la interrelación de ambas. No se concede un lugar privilegiado a lo social (determinismo social). Antes, el énfasis está puesto en las interacciones entre la sociedad y la tecnología como parte de una dinámica de configuración mutua (e.g. Pfaffenberger. 1992; Klein V Kleinman. 2002).

Con relación a la Antropología, los estudios científicos sobre la naturaleza del ser humano, en cuanto a sus aspectos físicos, intelectuales y morales, comenzaron a desarrollarse en el siglo XVIII (véase Bilbao. 1991). Durante esta época y, sobre todo, durante la primera mitad del siglo XIX, las ideas de progreso asociadas a la historia humana fueron ganando espacio. Se hizo hincapié ante todo en las cualidades excepcionales y superioridad de nuestra especie respecto del resto de los animales. En los escritos de varios profesionales franceses (e.g. Louis-François Jauffret; Joseph-Marie Degérando) que desde temprano abogaron por un estudio situado de los pueblos salvajes, vislumbramos algunas consideraciones que luego serían desarrolladas por otros. La noción de progreso estuvo estrechamente asociada a la perspectiva evolucionista, que hundía sus raíces en el siglo anterior. Los cambios en una sociedad fueron vistos como parte de una secuencia de estadios evolutivos, de lo simple a lo complejo (e.g. salvajismo, barbarie y civilización, por citar la secuencia más conocida). Estas instancias se caracterizaban por una suma de rasgos, que en su conjunto las definían y servían como indicadores del grado de avance para y comparar sociedades pasadas y contemporáneas. Estaban conectadas entre sí, sin solución de continuidad, de modo unilineal y unidireccional. El ser humano, a lo largo de su historia había transitado una tras otra hasta alcanzar la máxima expresión de racionalidad: la sociedad occidental decimonónica (algunos acotaron esta posición a la sociedad británica). Este camino era inevitable, formaba parte de una dinámica universal del desarrollo de la naturaleza y del ser humano.  Los antropólogos y otros científicos sociales de la segunda mitad del siglo XIX (e.g. Morgan, Taylor, Spencer, Bachofen) abrevaron en estas ideas. En esta época, a la luz de los profundos cambios asociados a la industrialización en Europa, especialmente en Inglaterra, la tecnología fue vista como la expresión patente de los logros alcanzados únicamente por la sociedad occidental. Así, pasó a ocupar un a lugar preponderante en la academia y para el vulgo, que aún gusta emplear este criterio para definir el progreso. En la primera parte de La Sociedad Primitiva, titulada 'Desenvolvimiento de la inteligencia a través de invenciones y descubrimientos', Morgan sostuvo: “Recomponiendo las diversas trayectorias del progreso hacia las edades primitivas del hombre, esperando una de otras según el orden de aparición de los inventos y hallazgos por un lado, e instituciones por otro, comprendemos que aquellos mantienen entre sí un vínculo progresivo y estos una relación de desenvolvimiento” (Morgan [1877] 1970:9). En esta misma sección Morgan definió las características de los diferentes grados de progreso del hombre. Adoptó los períodos salvajismo, barbarie (que subdividió en inferior, medio y superior) y civilización, que distinguió principalmente sobre la base de la presencia/ausencia de implementos y artes de subsistencia. Cada uno de estos estadios representaba una cultura diferente y un modo de vida más o menos particular (véase Morgan [1877] 1970). Las secuencias estrictamente tecnológicas (e.g. las edades de piedra, bronce y hierro, definidas por el historiador danés Christian Jürgensen Thomsen) no fueron privativas del evolucionismo, aunque con él adquirieron un sentido especial y alcanzaron categoría teórica. Las duras críticas recibidas por la escuela norteamericana conocida como particularismo histórico y el funcionalismo británico durante las primeras décadas del siglo XX, dieron como resultado el abandono de muchos de los supuestos y proposiciones previas (véase Harris. 2009; Lischetti. 2014; entre otros, para mayor información sobre la historia del pensamiento antropológico).

Precisamente, la Antropología de la primera mitad del siglo XX también provee un marco para dar cuenta de la articulación entre la tecnología y la sociedad. No obstante, cabe resaltar que durante esta etapa la disciplina estuvo focalizada en los proyectos etnográficos. Y dentro de este escenario, la tecnología ocupó un lugar subordinado. Como excepción de lo anterior podemos situar a la temprana propuesta sociológica-antropológica de Marcel Mauss, que tuvo profundas implicaciones en los demás antropólogos (en especial franceses) tiempo más tarde. En su trabajo Les techniques du corps (1935), Mauss destacó que las técnicas son, por encima de cualquier otra cosa, una producción social. Algo distintivo de su enfoque fue que, según argumentó, muchos de los actos más cotidianos o naturales de las personas –en las que no necesariamente se ven involucrados objetos– están altamente socializados. Los objetos son partes constituyentes del “hecho social total”, productos y técnicas impuestas a los individuos por una tradición o estructura social existente con anterioridad al individuo. Esta obra constituyó la base de los posteriores estudios sobre tecnología, aunque este campo debió esperar alrededor de medio siglo para ser desarrollado (Lemonnier. 1992:1). La tecnología o las técnicas, término que se utiliza indistintamente dentro de esta corriente antropológica comprende “todos los aspectos del proceso de acción sobre la materia, sea esto rascarse la nariz, plantar batatas, o fabricar jumbo jets” (Lemonnier. 1992:1; traducción de Andrés Laguens). Siguiendo con las ideas originales de Mauss, Lemonnier sostuvo que las tecnologías no son sólo cosas y los medios utilizados por la sociedad para actuar sobre la materia, sino que -y diremos en este punto, al igual que para muchos otros etnólogos, arqueólogos e historiadores- son producciones sociales en sí mismas. Los artefactos deben ser considerados por lo que son: sólo una parte de la tecnología. A pesar de ello, “la gran masa de estudios (...) han estado dedicados a los artefactos, y sólo a los artefactos” (Lemonnier.1992:4). Esta afirmación deja entrever el fuerte sesgo material en detrimento del estudio de los demás aspectos socioculturales íntimamente relacionados. Continuando con la propuesta de este autor, las técnicas presentan tres niveles de interacción que le otorgan al conjunto un carácter sistémico (technical system): 

1)   una técnica está formada siempre por múltiples componentes: las secuencias de acción, las herramientas (incluyendo al cuerpo humano), los gestos, las fuentes de energía, los actores y las representaciones; ellos forman un sistema, en el sentido que si uno cambia puede suceder un cambio en uno o varios de los otros (i.e. cada técnica es el locus de múltiples interacciones y de constantes ajustes entre sus elementos); 

2) en una sociedad dada en un momento determinado, varias técnicas están relacionadas unas con otras de varias formas y por varios motivos; 

3)  un sistema técnico es siempre parte de un todo socio-cultural que lo incluye, de modo que se encuentran sujetos a transformaciones recíprocas. Es importante tener en cuenta que la forma en que un objeto es fabricado, usado o intercambiado está relacionada con sistemas de prácticas y creencias que van más allá de los aspectos estrictamente materiales (véase Lemonnier 1986, 1993). 

Es indudable que la Arqueología, en tanto campo de investigación que se ocupa de estudiar el comportamiento humano sobre la base de los restos materiales, evidencia por excelencia de sus actividades pasadas (Trigger. 1992), posee un lugar privilegiado en lo que al análisis de la tecnología respecta. No obstante, los aportes teóricos en torno a esta cuestión fueron durante mucho tiempo comparativamente escuetos con respecto al de otras disciplinas. En sus inicios decimonónicos, la orientación de la Arqueología con respecto a los materiales estuvo más bien caracterizada por la lógica imperante desde tiempo atrás propia del coleccionismo. La preocupación fundamental radicaba en establecer secuencias ordenadas de los restos hallados; la descripción e identificación de artefactos era (y sigue siendo) la base de cualquier análisis ulterior. Adam Smith había establecido en 1762 un sistema escalonado que los arqueólogos incorporarían un siglo más tarde para organizar y clasificar los instrumentos líticos,  vasijas y los bronces, según una secuencia evolutiva y progresiva, acorde a las teorías imperantes con relación al progreso humano.  Al respecto, Gamble destacó que este sesgo ha perdurado hasta la actualidad, donde “la medida del progreso sigue siendo la tecnología, hasta el punto de que no importa si sabes conducir o no, sino qué es lo que conduces” (Gamble 1994:12). Desde fines del siglo XIX y durante la primera mitad del siguiente, predominaron varias orientaciones que en conjunto se pueden englobar como parte de la Arqueología tradicional, histórico-cultural o normativa, según sus denominaciones a posteriori que hizo hincapié en el estudio de las particularidades de las diversas culturas. Los restos arqueológicos se consideraron definitorios de los tipos culturales: en el caso norteamericano, éstos se clasificaron de acuerdo con la presencia de cierto conjunto distintivos de artefactos (e.g. tipos de instrumentos líticos o cerámicos, equiparables con los rasgos etnográficos), mientras que entre los investigadores europeos primó la organización de las distintas culturas de acuerdo con la presencia de frecuencias de artefactos formalmente clasificados, es decir que dos conjuntos se comparaban a partir de las cantidades relativas de los distintos tipos de artefactos (Binford y Sabloff. 1982). En la mayoría de los casos, la tecnología se consideró a grandes rasgos como un reflejo directo de las ideas y normas de la sociedad, relativamente homogénea y estable al interior de cada cultura, sujeta a procesos de cambio anclados principalmente en el difusionismo. En Europa, por ejemplo en la escuela francesa, podemos resaltar el aporte que hizo Leroi-Gourhan desde la década de 1960 (e.g. Leroi-Gourhan 1971, 1988, 1989), que abordó estas cuestiones desde enfoques teóricos y de método sobre la base de temas como la tecnología y el arte, principalmente. En EE.UU. y otras regiones, la propuesta de Binford (1962) tuvo fuertes repercusiones. Esta se orientó hacia la explicación más que la explicitación de acontecimientos específicos -característica de la orientación histórica, que continuó prevaleciendo en Europa- y a la consideración de la cultura como un sistema compuesto por múltiples subsistemas (social, tecnológico e ideológico) interrelacionados. Dentro de este enfoque, la relación con el medio exterior se volvió crucial para explicar el funcionamiento de las sociedades. El énfasis puesto en los diversos aspectos componentes de cada cultura, quedó soslayado por una orientación fuertemente materialista, por lo que la mayoría de los estudios que seguirían por este camino se preocuparían en particular por los artefactos tecnómicos; la tecnología, entonces, se entiende de un modo restringido: aquellos que poseen su contexto funcional primario en contacto directo con el ambiente físico.

Es notable destacar que existe un gradiente de dificultad en la interpretación de los datos, de acuerdo con el tipo de aspectos que se consideren. Así, la tecnología es la categoría más fácil, y le siguen en orden creciente de dificultad la economía (fundamentalmente la subsistencia), la organización social y política, y finalmente la ideología (Hawkes 1954, citado en Trigger 1992:362). Una corriente importante de estudios dentro de la Arqueología se relaciona con la organización de la tecnología de sociedades de cazadores-recolectores. Por caso, Nelson (1991) analizó las diferentes estrategias de resolución de problemas que desarrolla el ser humano en el interjuego con el ambiente (tecnologías conservadas, expeditivas y oportunísticas), mientras que Bamforth (1986) examinó distintos aspectos y contextos de aplicación del comportamiento de conservación, en particular para el caso de los instrumentos líticos.

La consideración inherentemente social de la tecnología fue paulatinamente reconocida dentro de la comunidad académica. Pero el estudio de dichos aspectos socioculturales fue abordado de forma integral años más tarde, sobre todo a partir de los intereses cognitivos de los arqueólogos procesales (a partir de la década de 1970), así como por el programa propuesto por algunos dentro de la denominada Arqueología post–procesual. Estas diversas aproximaciones fueron muy diferentes entre Sí: los primeros siguieron dentro del marco de rigurosidad metodológica de la Arqueología procesual, mientras que los segundos se volcaron por análisis de tipo hermenéutico y fenomenológico, aunque compartieron su interés por concretar la práctica de una Arqueología más holística (Flannery y Marcus 1998).

El rol activo de los individuos dentro de la configuración de la sociedad pronto cobró visibilidad dentro de las propuestas de algunos arqueólogos. Esta idea de transformación hunde sus raíces en a teoría marxista. Dentro de este contexto, los objetos dejaron de ser considerados como un producto directo del comportamiento humano, un reflejo pasivo del sistema sociocultural, y pasaron a verse mediatizados por las ideas, creencias y significados de individuos dentro de un contexto histórico–cultural específico (véase Hodder 1988). Desde diversas perspectivas teóricas, varios autores contribuyeron con la comprensión de los procesos de significación. Al respecto, Renfrew destacó que durante las últimas décadas del siglo pasado se pudo apreciar una creciente articulación entre los estudios sobre tecnología en Arqueología y Antropología social, que redundó en una contribución mutua. Este referente de la denominada Arqueología cognitiva, se interesó en los últimos años por el involucramiento humano con el mundo material a lo largo de su historia (véase Renfrew 2001). Dentro del ámbito antropológico y arqueológico, tal como hemos anticipado, otro de los conceptos largamente utilizados desde sus inicios como disciplina fue el de cultura material. De este último nos ocuparemos a continuación.

Cultura material

Al igual que el concepto de tecnología, el de cultura material no constituye una categoría natural, sino que tiene su propia genealogía (Preucel y Meskell 2004). Este ha sido abordado desde distintas disciplinas, tales como la Sociología (e.g. Germani 1955), la Historia (e.g. Braudel 1979; Burke 2001), el arte y la estética (e.g. van Lier 1971), entre las principales. Sin embargo, las temáticas concernientes a los objetos de producción humana pueden considerarse relativamente marginales frente al gran corpus de investigaciones desarrolladas en ciencias sociales (e.g. Olsen 2003; Latour 2008; Mills y Walker 2008). No obstante, a diferencia de lo que sucedió en los citados campos de conocimiento, dentro de la Antropología y, más específicamente, la Arqueología, este tipo de análisis ocupó un espacio significativo. Existen numerosas definiciones de cultura material. A pesar de los matices, las distintas perspectivas pueden asumirse semejantes en tanto y en cuanto se consideren los principales lineamientos, que giran alrededor de: 

1)   cómo las sociedades y las personas clasifican los objetos que producen, consumen, intercambian y descartan; 

2)  el rol de los objetos en las relaciones, prácticas y representaciones culturales y 

3) el poder simbólico (como expresión de ideas, valores, etc.) así como el papel que desempeñan en los conflictos y cambios sociales.

Este concepto comienza a utilizarse en Inglaterra a mediados del siglo XIX, principalmente dentro del campo de la Antropología y Arqueología, ligado al desarrollo de museos. Se empleó en un principio para categorizar los objetos a vinculados a proyectos culturales relacionados con la sofisticación social de grupos pretéritos, i.e evolucionismo (Buchli 2002). Desde fines del siglo XIX y principios del XX, el estudio de la producción y uso de objetos por parte de las diversas sociedades que habitaban los territorios coloniales fue parte del núcleo de la disciplina antropológica emergente. Aquí se enfatizó la relación isomórfica, estrecha y directa entre objetos y culturas (entendidas como pueblos o grupos humanos). Dentro de esta postura clásica de la Antropología, según Miller (1987) la investigación de la cultura material se redujo a dos áreas periféricas. Por un lado a aquellos estudios que focalizan en lo esotérico y exótico de los artefactos y por ende en la distancia entre los hombres y su ambiente. Por el otro a comprender a la tecnología dentro de estudios generales sobre la evolución, el progreso y la difusión de las sociedades humanas.

Cancino Salas (1999) agrupa las concepciones que sobre la cultura material proponen diversas disciplinas en dos categorías: clásicas y no clásicas. Los diversos enfoques englobados en la concepción clásica de los estudios sobre cultura material poseen en común el hecho de posicionarse epistemológicamente frente a un a objeto que puede caracterizarse como neutro. La condición neutral del objeto se manifiesta cuando los mismos son entendidos como cosas separadas e independientes de los sujetos que los construyen, usan, intercambian, comercian y descartan. El evolucionismo y el difusionismo con sus esquemas taxonómicos de las sociedades, sus clasificaciones interétnicas y sus tipologías artefactuales hicieron especial hincapié en los aspectos morfológicos y funcionales más que en aquellos relacionales y simbólicos. Por caso, en el marco de la escuela norteamericana conocida como particularismo histórico, Franz Boas empleó el término cultura material para hacer referencia de forma genérica al conjunto artefactual de las sociedades (Boas 1964). Por otro lado, el objeto es considerado no neutro cuando se lo entiende cumpliendo un rol activo y pleno en su relación con los sujetos y con otros objetos. Esta perspectiva en torno a los objetos puede continuar con enfoques clasificatorios o desarrollar enfoques deconstructivistas de los mismos. Pueden enumerarse distintas perspectivas dentro de esta aproximación. Por citar sólo algunos ejemplos, en Antropología destacan: 

1) los estudios de los sistemas de clasificación de bienes de Douglas e Isherwood (1978); 

2) los estudios desarrollados en torno a la vida social de las cosas y a la biografía cultural de las cosas de Appadurai (1991) y Koppitoff (1991), respectivamente;' y 

3) los estudios culturales del consumo con exponentes de la talla de McCraken (1986), Miller (1987, 1998) y García Canclini (1995), entre otros. 

En Arqueología, desde la década del ochenta y dentro de la aproximación no neutral de la cultura material se destacan varias perspectivas. En primer lugar, a resaltan a aquellas que enfatizan el carácter ideológico del objeto. Esta perspectiva posee una clara influencia de pensadores como Karl Marx, Antonio Gramsci, Louis Althusser, Herbert Marcuse y Jürgen Habermas (Leone 1988, 1995). En ella, la cultura material se convierte en expresión de poder y de dominación social de las elites. En segundo lugar, la perspectiva semiótica de la cultura material (vinculada al denominado giro lingüístico en las ciencias sociales) cuyas influencias se remontan a las obras de Ferdinand de Saussure, Charles Sanders Pierce, Roland Barthes, Victor Turner, Erving Goffman y Jacques Derrida, entre otros. Dicha perspectiva la más prolífica en producción considera a la cultura material como cargada de significado, un texto a ser leído, un medio comunicativo no verbal, resaltando sus aspectos simbólicos (e.g. Hodder 1982, 1994; Shanks y Tilley 1992; Beaudry et al. 1996). Dicho significado es negociado en cada contexto por los distintos agentes, sectores, estamentos o clases sociales tanto del pasado como del presente. Al ser parte constitutiva de esta relación de negociación, la cultura material desempeña un rol importante activo en el control, condicionamiento y mantenimiento social e incide en su cambio. En tercer lugar, desde finales de la década del noventa comenzó a generarse un profuso aumento de trabajos arqueológicos influidos por diversos enfoques de la teoría social contemporánea; por ejemplo, la teoría de las prácticas, de la estructuración, la fenomenología, la hermenéutica y la teoría del actor-red. Pierre Bourdieu, Anthony Giddens, Michel Foucault, Michel de Certeau, Charles Ortner, Marshall Sahlins, Paul Ricoeur, Bruno Latour y Alfred Gell, entre otros son los pensadores cuyas ideas, teorías, conceptos y modelos han servido de base para entender las complejas interacciones entre los grupos sociales y su cultura material en diferentes escalas temporales y espaciales. A partir de ellas fueron abordadas diferentes temáticas: género, clase, cambio cultural, desigualdad y diferenciación social.

En las postrimerías del siglo XX, en estrecha relación con esta última concepción de la cultura material comenzó emplearse el término materialidad, sobre el que versaremos en el acápite que sigue.

Materialidad

Tímidamente desde la segunda mitad de la década del noventa del siglo XX, pero con gran énfasis hacia la segunda mitad de la primera década del siglo XXI, comenzó a establecerse un nuevo debate en torno al concepto de cultura material. Diversos arqueólogos y antropólogos del mundo anglosajón comenzaron a utilizar el uso del concepto de materialidad en detrimento del de cultura material (e.g. Preucel y Meskell 2004; Jones 2004; Meskell 2005; Miller 2005; Mills y Walker 2008; Pollard 2008). Si bien el término materialidad ha sido desde entonces utilizado más asiduamente en las producciones arqueológicas, aún existe poca especificidad en torno a su definición (Mills y Walker 2008). Esta situación se manifiesta en la convivencia de los conceptos de cultura material y materialidad, que se percibe en diversos trabajos que no manifiestan una ruptura o clara diferencia entre ambos (e.g. Hodder 2004; Preucel y Meskell. 2004; Smith 2007). Por otra parte, otros autores intentaron evidenciar las diferencias entre ambos conceptos (e.g.Olsen 2003; Miller 2005; Mills y Walker 2008). Pueden apreciarse en dichos investigadores dos críticas no excluyentes; el concepto de materialidad: 

1)  enfatiza en las relaciones intrínsecas entre la gente y sus prácticas, los objetos, el espacio y el tiempo; y 

2)   hace hincapié en la eliminación del término cultura. 

Con respecto a la primera postura, según Meskell (1998, 2005) los estudios arqueológicos basados en la materialidad divergen de forma significativa con los estudios convencionales de la cultura material. Esta autora considera que la perspectiva empírica de los estudios de cultura material se centra en los análisis morfológicos, constructivos o en los tipos de materiales empleados, sin estar obligados a verlos inmersos en las relaciones sociales. Por otra parte, la perspectiva teórica de los estudios de la cultura material toma al artefacto como epifenómeno, enfatizando en su rol de expresiones culturales (simbólicas, ideológicas). Meskell considera que los estudios de la materialidad exceden los objetos per se, los mismos sólo pueden comprenderse en una interrelación triádica entre sociabilidad, temporalidad y espacialidad (Meskell 2005:2). Consideramos que ambos conceptos exhiben mayor cantidad de características comunes que diferencias. Por ejemplo, dentro de los denominados nuevos estudios de la cultura material, Miller y Tilley consideraron que “los estudios de cultura material podrían ser definidos en términos generales como la relación entre las personas y las cosas con independencia del tiempo y el espacio” (Miller y Tilley 1996, citado en Cochran y Beaudry 2006:197; la traducción es personal), definición que no evidencia grandes diferencias con las postuladas por Meskell. Por otra parte, estos investigadores proponen que los estudios de la materialidad deben ser contextualizados temporal, espacial y socialmente ateniéndose a cada caso en particular y que los arqueólogos deben prestar atención a los momentos de producción, intercambio, uso, consumo y descarte. La contextualización en las investigaciones arqueológicas no constituye prerrogativas de los estudios de la materialidad. Los estudios de la cultura material hicieron hincapié en ello, desde al menos principios de la década de 1990 (e.g. Beaudry et al. 1996; Orser 1996, 2000). Consideramos que las críticas realizadas por los investigadores que abogan por el concepto de materialidad parecen haber sido realizadas contra la postura clásica de la cultura material, en donde el objeto es considerado neutro y puede ser analizado separado de su contexto socio-cultural de producción, uso, consumo y descarte (Cancino Salas 1999), más que contra la mirada de los nuevos estudios de la cultura material.

Con respecto a la segunda postura, sólo unos pocos autores consideran importante eliminar la palabra cultura, para dar cuenta de los estudios sobre materialidad (e.g. Ingold 2000; Olsen 2003). La ambigüedad del concepto cultura (sobre el cual se han vertido océanos de tinta) puede generar confusión cuando se lo entiende desde la ligadura entre lo intangible y lo material. Si bien las críticas por parte de los estudios de la materialidad con respecto a este binomio conceptual no son profusas, pueden estar relacionadas a su postura que propone que todo a estudio de la materialidad debe ser contextualizado temporal, espacial y socialmente. Esta perspectiva particularista entraría en choque con la concepción universalista en torno la cultura material. Otra crítica que podría llegar a hacérsele al concepto de cultura ligado al mundo material está relacionada con una concepción esencialista y normativa de la cultura, en donde lo material se vería como propio y definitivo de grupos culturales cerrados y estáticos (Landa y Ciarlo 2016. CBC. Antropología)

Es de destacar lo que consideramos novedoso del enfoque sobre la materialidad. Si bien desde la última década del siglo XX los denominados nuevos estudios de la cultura material comenzaron a emplear conceptos desarrollados por la teoría social y dentro de estos especialmente aquellos ligados a las teorías de la praxis, los estudios de la materialidad específicamente dan cuenta de su uso en sus definiciones. Por ejemplo, en palabras de Nielsen: “la noción de materialidad, entendida como la dimensión material de la práctica (acción social situada cultural e históricamente) resalta los procesos a través de los cuales los materiales (artefactos, monumentos, paisajes, etc.) y los agentes humanos, objetos y sujetos se constituyen recíprocamente” (Nielsen 2008:208; la traducción es personal). Basados en la ruptura del binomio dicotómico sujeto/objeto (propio de las filosofías idealistas de Descartes) los estudios de la materialidad buscan poder apreciar “cómo la gente y los objetos se constituyen mutuamente y funcionan juntos como formas híbridas” (Pollard 2008:46). En definitiva, la materialidad enfatiza las formas o maneras en que los objetos se consustancian en las prácticas sociales. Los aspectos físicos del artefacto se encuentran entrelazados profundamente en la praxis que da forma a la experiencia humana. La materialidad es indispensable para rastrear, pensar y comprender las relaciones sociales de los grupos humanos del pasado y del presente. Su investigación sociológica, histórica, arqueológica, etnohistórica o antropológica puede y debe llevarse a cabo a pesar de la fragmentariedad de los registros empleados. El estudio de la materialidad implica entonces analizar los vínculos establecidos entre los hombres, las cosas y su entorno así como las relaciones sociales que entre ellos median y los constituyen.

Consideraciones finales

En este trabajo realizamos un estado de la cuestión sobre el devenir conceptual de tres conceptos que fueron acuñados y desarrollados en Ciencias sociales, particularmente en Antropología y Arqueología desde finales del siglo XIX: tecnología, cultura material y materialidad. Comprender su historicidad, permite asumir cierto posicionamiento teórico, en nuestro caso, con respecto a los modos de comprender la ingente diversidad de producciones materiales y su papel dentro y de las sociedades estudiadas.

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Alteridad y pregunta antropológica / KROTZ