# LOS VICE LORDS DE CHICAGO / Lincoln Keiser



Los Vice Lords de Chicago
Lincoln Keiser
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Introducción. Estudio de caso.
Los Vice Lords: Guerreros de la calle.

Durante cierto tiempo, muchos antropólogos y sociólogos han creído que las técnicas de investigación particular desarrolladas en el estudio de micro sociedades tienen una validez limitada para la investigación en comunidades modernas urbanas industrializadas. Michael Panton ha dicho, por ejemplo “La vida relativamente simple de una aldea tribal puede ser tal vez descrita en términos verbales, pero las uniformidades halladas en la vida urbana sólo pueden expresarse, en la mayoría de los casos, estadísticamente. En la ciudad pocas generalizaciones de valor pueden ser obtenidas sin el uso de técnicas de investigación sociológica…" Los sociólogos han expresado una visión similar en relación al uso de métodos antropológicos en el estudio del fenómeno urbano. “Cuando se estudia la totalidad de una sociedad primitiva, usando métodos antropológicos, uno puede tener una fuerte certeza de haber presenciado el rango completo de comportamiento que los miembros de la sociedad desempeñan, dada la determinación relativamente constante del medio ambiente natural. Sin embargo, si este método se aplica a las subculturas contenidas en una sola sociedad es probable que conduzca a resultado falaces…“ (Short and Strodbech. 1965).
Sin embargo, recientemente un número creciente de antropólogos ha empezado a meterse en las ciudades llevando consigo las formas básicas de estudio del comportamiento humano, aprendidas y desarrolladas en el análisis de grupos tribales y campesinos. Pero las ciudades son diferentes y esta diferencia genera distintos problemas, tanto de tipo teórico como práctico. En este capítulo voy a explicar algunos de los problemas que yo encontré y el modo de resolución que intenté durante mi investigación con los Vice Lords, una banda de delincuentes callejeros negros ubicada en el área del ghetto del oeste de Chicago. Abordaré los problemas que derivan del acercamiento al estudio de la conducta humana desde una orientación particular antropológica, y también cuestiones que se relacionan con el estudio de los medios urbanos en general.
Hay otro factor importante que no se relaciona directamente a la cuestión estrictamente urbana. Esto se desprende de la situación racial en Estados Unidos. Yo era un blanco trabajando en el área de un ghetto negro, y esto tuvo efectos definitivos en mi investigación, algunos de los cuales discutiré en este capítulo.
Hay cierta clase de problemas que casi la mayoría de los antropólogos debemos enfrentar ante cualquier tipo de trabajo de campo. Será útil enumerar algunos de ellos brevemente, para luego desarrollar cada uno de ellos en función de mi propia investigación. Al presentar una investigación de campo uno debe primero escoger el área en la cual hacer la investigación, y decidir qué cuestión se estudia. Luego está el problema de establecerse dentro del área, esto significa instalarse físicamente en el lugar: adaptarse a vivir en un medio ambiente extraño y establecer las relaciones sociales necesarias como para comenzar a recoger los datos.
La recolección de la información presenta problemas en sí misma.
Por un lado la cuestión técnica y por otro la elección del aspecto en el cual centrar la atención. Aunque esto último se relaciona con los propósitos explícitos de la investigación, también se vincula con la orientación teórica del antropólogo y a que ésta genera ideas concernientes a lo que es problemático de la conducta humana y por lo tanto debe ser registrado. Cuando el antropólogo está activamente metido en una situación de trabajo de campo, a veces no es totalmente consciente de cómo su orientación teórica está afectando su registro.
Las reacciones emocionales de los antropólogos en relación al medio ambiente social y cultural en el que se desarrolla el trabajo de campo implican tener que interactuar en situaciones sociales en las que uno desconoce la significación de muchas acciones. Esto pone una presión emocional muy intensa sobre el individuo y afecta la relación con las personas que son sujetos de estudio. Aún cuando el antropólogo trate de actuar tan desapasionadamente como sea posible, como ser humano reacciona a las diferentes situaciones de acuerdo a sus propios valores  e ideas. Cómo manejar este sentimiento es sin duda una de las grandes cuestiones del trabajo de campo. Finalmente cuando la investigación se ha completado, está el problema de escribir el material en forma de un relato coherente.

Eligiendo un área y un tema.
               La elección de un área y de un tema de investigación puede ser efectuada de diversos modos. Uno puede estar primeramente interesado en una área geográfica particular y luego desarrollar un tema de investigación apropiado en otros casos. El interés primario puede descansar en un tópico particular, por ejemplo, antropología política y luego elegir un área por su especial relevancia en relación al tema.
 En ambas situaciones, sin embargo, la elección del primer proyecto de investigación de campo a menudo se apoya en las lecturas previas o en trabajos realizados como estudiante.
 Mi elección de una pandilla de negros (o “club”, tal como se lo conoce en el Ghetto) como tema, tuvo un origen un poco diferente. En 1963, mientras estudiaba en la Northwestern University trabajaba como mozo en un lujoso apart para jubilados en Evanson, un suburbio de Chicago. Los negros eran empleado por la empresa como ayudantes de cocina, mientras que los blancos estaban en los lugares visibles. La mayoría de los negros eran mujeres, pero había algunos varones de mi edad que trabajaban de lavaplatos. Parte de mi trabajo consistía en retirar los platos de las mesas y entregarlos a los lavaplatos. Así conocí a Jesse y a Al, y si bien nunca llegamos a ser amigos, teníamos un cierto nivel de confianza y a menudo escuchaba sus conversaciones. Al había crecido en un vecindario donde no había pandillas organizadas. Había conocido a una chica en un bar y quería volver a verla. Pero ella era de un barrio en el que había una pandilla: los Egyptian Cobra, a quienes debería solicitarles permiso para continuar la relación. Por lo tanto, el tema de las pandillas era recurrente en su conversación, así fui dándome cuenta de que en el mundo de las pandillas había un interesante sistema social y cultural en funcionamiento.
Mi contacto inicial estuvo en principio relacionado a dos factores: la naturaleza de las ciudades y el racismo en Estados Unidos. Las ciudades son, entre otras cosas grandes conglomerados humanos en las que muy pocos se conocen entre sí. En las sociedades de pequeña escala, hay una proximidad espacial en la que se dan una serie de interrelaciones, de parentesco, económicas y políticas. Todo el mundo conoce a todo el mundo, en una variedad de contextos sociales. Este no es el caso del medio urbano. Aun cuando se comparten espacios próximos, la gente no se conoce entre sí. En la ciudad uno se relaciona con extraños Y en un proceso social continuo se establecen nuevos vínculos.
 Mi contacto inicial con el mundo de las pandillas de negros resultó de establecer una relación social con individuos que eran parte de este mundo. El hecho de que esto ocurriera en el contexto de un trabajo se vincula a la cuestión del racismo. En nuestra sociedad, en la época que conocí a Jesse y a Al, los blancos que establecieran relaciones con negros lo hacían excepcionalmente y sólo en contextos de trabajo. El racismo limitaba el tipo de trabajo abierto a los negros, y por lo tanto limitaba el tipo de trabajos en los que alguien como yo podría haber encontrado a estos personajes. Si ellos hubiesen podido conseguir otro tipo de trabajo, posiblemente nunca los hubiese conocido.
  Cuando terminé mi trabajo en ese lugar perdí contacto con ellos. Pero no perdí el interés en el tema de las pandillas. Ahora sé que esas pandillas no estaban compuestas solamente por un número relativamente pequeño de hombres jóvenes, sino que constituían complejas organizaciones, con una gran cantidad de miembros. Tuve referencia de categorías como Junior, Senior, Midgets, Consejo de Guerra, Consejo Supremo de Guerra y Presidente. ¿Cómo funcionaba esto? ¿Cuál era la naturaleza de los subgrupos? ¿Cómo se diferenciaban y cómo se conectaban? ¿Cuáles serán las identidades sociales y cómo se conectaban con los roles sociales? ¿Cuáles serán las creencias, conceptos y valores de los miembros del “club” y cómo se articularon con el conjunto de grupos de las entidades sociales? La gran cuestión central fue entonces: ¿cuál es la naturaleza de este sistema social y cultural y cómo funciona? Sentí que aquí había un tema muy rico para mi futura investigación.

Estableciéndose.
  El siguiente problema era establecer las relaciones necesarias con miembros de un grupo particular, establecerse en un vecindario y comenzar la adaptación al nuevo ambiente social. Establecer relaciones fue difícil. Nadie, y mucho menos un blanco podía llegar simplemente a un área en donde hubiera una pandilla y comenzar una investigación.
 Había que realizar primero un largo y paciente trabajo. Era necesario establecer contacto con los miembros influyentes del grupo, ganar su confianza antes de comenzar un trabajo serio. Yo abordé esta cuestión nuevamente a través de lo laboral. Me ofrecieron un trabajo en el Departamento de Servicio Social de la Municipalidad de Chicago. Concretamente el trabajo era la Corte de Menores que entendía en cuestiones de jóvenes de 17 a 20 años en la jurisdicción que abarcaba el territorio de tres grandes pandillas: los Cobra, los Santos Romanos y los Vice Lords. Mi trabajo consistía en actuar como consejero de los individuo que la Corte me designaba. Así conocí a miembros de los tres grupos.
 El Departamento de Servicio Social estaba interesado en saber acerca de las pandillas, así que me autorizó a interrogar a las personas que me derivaban acerca de cuestiones de la vida de las pandillas. Esto planteaba un problema. Mi rol de trabajador entraba en cierto sentido en conflicto con mi rol de antropólogo. Como trabajador, yo debía ayudar a la gente a hacer el tipo de ajuste al mundo urbano, previniendo conflictos de acuerdo a lo establecido por las reglas de instituciones manejadas según valores de la gente de clase media blanca de Chicago. Esto significaba que yo estaba tratando de cambiar la conducta de acuerdo a mi propio sistema de valores. Como antropólogo, era crucial tratar de no juzgar estas conductas de acuerdo a mi propio sistema de valores, y mucho menos cambiarlas. Dado que mi primera responsabilidad era la laboral, yo me sentía muy limitado para utilizar a mis ”clientes” como informantes. Aún más, a pesar de estas dificultades, pude conseguir cierta información básica. Los más abiertos a hablar de su grupo eran los Vice Lords y por lo tanto la mayor cantidad de información era de ese grupo.
 Para poder avanzar en la investigación tuve que establecer relaciones fuera del contexto de la Corte. Sin embargo, mi entrada estaba siempre vinculada a la Corte. Hablando con un “cliente” me enteré de la existencia de una docente que había podido establecer una muy buena relación con miembros de los Vice Lords. Me contacté con ella y ella acordó en presentarme a Sonny, un miembro de la pandilla. Para la época que conocí a Sonny también había conocido a Goliath, otro Lord. Durante el año siguiente los tres nos encontramos en bares. Íbamos a fiestas y nos visitábamos. Mientras tanto fui conociendo a otros miembros, recogiendo más información. Sucedió que con Goliath nos fuimos haciendo amigos. En el otoño de 1965 volví a la Universidad y en el verano de 1966 empezó de lleno mi investigación.
 Me encontré con Goliath y le expliqué mi plan. Me alquilarían un departamento en el ghetto y Goliath viviría conmigo sin pagar nada. En devolución, él me presentaría a los líderes de la pandilla asegurándoles que yo no era un espía policial. Goliath aceptó.
              Encontrar un departamento fue más difícil de lo esperado. La mayoría de los departamentos eran de blancos que no vivían en el barrio y tenían sospechas en torno a mi elección. Finalmente conseguimos un departamento en la zona norte del Ghetto, fuera del área de acción  de los Vice Lords.
A comienzos del verano Goliath me presentó a Tex, Bat Man y Malozo, tres de los más importantes líderes de uno de los segmentos de los Vice Lords (los de la calle 15). Me concentré durante ese verano en este grupo de la calle 15. Simultáneamente Tex fue arrestado por robo a mano armada y fue la prisión, al tiempo que otros miembros prominentes de los Vice Lords eran liberados y se decidían a reorganizar el ”Club”. Se reinstituyeron grandes reuniones que convocaban a todos los segmentos, que en su forma amplia eran llamados “Conservative Vice Lords Nation”, o simplemente Nation. A través de Goliath me conecté con los antiguos miembros, ahora transformados en líderes de Nation. Les expliqué que quería escribir sobre los Vice Lords y les ofrecí compartir cualquier tipo de ganancia con el grupo. La propuesta se discutió en una reunión general de grupo, y con el apoyo de la gente de la calle 15 y de algunos individuos que había conocido en mi trabajo de consejero, la mayoría de los miembros dio su aprobación.
Esto legitimó mi posición a los ojos de la otra gente del ”club  Y el resto del verano me concentré en investigar en la esquina de la calle 16 y Lauerdale, el lugar de encuentro de los de la rama conocida como Vice Lords City.
 Ajustarme a las nuevas condiciones de vida fue casi tan difícil como lo había sido mi experiencia en la villa montañosa de Afganistán, en donde las situaciones eran similares a la que encuentran en general los antropólogos que trabajan en sociedades no occidentales. Lo más difícil de todo fue acostumbrarme a vivir con la posibilidad de ser robado o atacado. Goliath tuvo mucha precaución al elegir un departamento con entrada luminosa. Pero guardábamos una pistola 45 en el departamento y unos cuantos bates. Antes de salir, Goliath ponía un fósforo en el marco de la puerta para comprobar, al regreso, que nadie se había metido dentro. Por las noches poníamos latas vacías frente a las ventanas para que en caso de que algún intruso intentara entrar hicieran mucho ruido al caer y nos despertaran. Para Goliath esto era tan normal como era para mi colocarme el cinturón de seguridad en el auto. A mí me llevó un tiempo acostumbrarme a tomar estas precauciones sin ponerme nervioso.

Recolectando información.
Hay dos aspectos vinculados con el problema de recoger la información. Primero está la cuestión de los métodos. Los que yo usé son estándar en el trabajo de campaña antropológico; hice observación participante y conduje entrevistas con informantes. Para mí, la observación participante consiste en observar la conducta mientras das una vuelta en la calle, vas a fiestas, a bares, visitas amigos y parientes y salís a dar una vuelta en auto con miembros del “club”. Como observador participante yo estuve involucrado en los prolegómenos de una verdadera pelea de pandillas Y estuve también en los preparativos de otra que nunca se efectivizó. Mi presencia en el barrio estaba legitimada por ser ”el hombre que está escribiendo el libro”. La gente sabía lo que yo estaba haciendo  Y también porque lo estaba haciendo. Pero nunca pude participar completamente de la vida de la calle. Por un lado, no todos me aceptaron de la misma manera. Por otro, el hecho de ser blanco era causa de dificultad.  Cuando conversaban, a menudo los Vice Lords se llamaba entre sí “Nigger“,  bromeando. Cuando “Nigger” era usado en una conversación por una persona que no me conocía demasiado, a menudo me miraba y se disculpaba como si me hubiese insultado. Una vez, cuando esto sucedió, un amigo mío respondió:
”— No hagas diferencias Jack. El hombre es unNiggercomo nosotros, sólo que es blanco. Él es unNiggerblanco.”
Otros, en cambio, apenas toleraban mi presencia y me ignoraban casi todo el tiempo. Para algunos era imposible controlar el odio hacia los blancos y a veces me lo hacían sentir. Cuando esto sucedía yo simplemente me retiraba de la escena.
Pero hasta cierto punto yo siempre era un extraño, incluso para mis amigos más cercanos. La historia del odio entre negros y blancos nos separaba. Ellos, como yo, necesitaban verbalizar permanentemente que éramos amigos a pesar del racismo existente. Las diferencias culturales nos separaban. Yo me vestía de modo informal, jeans Levi’s y una remera,  pero esas eran ropas distintas de las que usaban los Vice Lords, yo no manejaba la jerga callejera y no actuaba correctamente en ciertas situaciones sociales. Este último factor fue especialmente importantes. Los antropólogos  a menudo tenemos este tipo de experiencias cuando trabajamos con culturas diferentes, pero en este caso,  los incidentes que marcaban la diferencia tenían una significación extra dada por la historia de las relaciones entre blancos y negros en Estados Unidos. Se enfatizaba el hecho de éramos personas que proveníamos de grupos de gente con una larga historia de odios y de negaciones.  Las formas de registro de la información eran otras facetas del problema del método. Todas las noches escribía la mayor cantidad de observaciones que pudiese recordar. Habría sido mejor haber llevado una pequeña libreta de campo para tomar notas en el momento. Inicialmente lo hice así, pero la mayoría de los Vice Lords se ponían molestos cuando sacaba el anotador, así que decidí parar. Además, mucho de la interacción social con los Vice Lords se daba cuando estamos en mi auto y obviamente no podía tomar notas porque estaba manejando. Yo intentaba recordar tanto como fuera posible, pero hacia el fin del día mucho se había perdido en el olvido.
 Las entrevistas con muchos informantes fueron otra fuente de datos. Yo conduje entrevistas estructuradas y realicé historias de vida. Un grabador fue usado para este fin. Hay dificultades usando el grabador, pero son más sus ventajas que sus desventajas. Yo podía grabar relatos altamente detallados de las entrevistas que nunca podría haber escrito a mano. Desgrabar las cintas era la dificultad mayor. Mi investigación duró cuatro meses, pero si me hubiera tomado un año completo como la mayoría de las investigaciones antropológicas, la tarea de desgrabar hubiera sido monumental.
 Al registrar las historias de vida, simplemente le decía el informante que me contara acerca de su vida. Las únicas preguntas que hacia eran aquellas imprescindibles para clarificar algo que no comprendía, o las necesarias para ampliar detalles de un incidente que me parecía relevante. Realicé entrevistas estructuradas organizadas alrededor de tópicos particulares. Éstos derivaban primeramente de mis observaciones. Si yo consideraba que una cuestión necesitaba amplificación, ponía foco en esto en una entrevista estructurada. Por ejemplo, escuché que los Vice Lords se referían a sus “territorios”. Esto me sugirió lo siguiente: ¿cómo diferencian los territorios del conjunto de los Vice Lords, los del “club” rival y los de los subgrupos entre sí? Este último interrogante era el más difícil de resolver, así que puse especial cuidado en poner el foco en esto en las entrevistas estructuradas.
 Será útil incluir alguna de estas entrevistas en este capítulo porque ilustran una de las mayores dificultades en conducir entrevistas estructuradas. Este es el problema de enmarcar correctamente la pregunta exacta que hay que hacer al informante. El antropólogo realmente debe saber qué clase de respuestas espera antes de pensar en las preguntas que van a sacar a luz lo que él quiere saber.
 Otro aspecto del problema de la recolección de datos depende de la orientación teórica del investigador. Los “hechos” están íntimamente conectado con la teoría.  Lo que vi como hechos y por lo tanto registré, estaba directamente relacionado con mi orientación teórica. Debido a mi orientación teórica hubo muchas cosas que no registré y que sin duda son muy importantes.

El problema de las reacciones emocionales.
Una de las grandes dificultades en mi investigación sobre los Vice Lords fue manejar mis respuestas emocionales. En las calles del ghetto yo era funcionalmente como un niño y como todos los niños debían cuidarme. Yo no sabía lo que era y lo que no era potencialmente peligroso, no comprendía el significado de la mayoría de las acciones y de muchas palabras.
Una cosa es ser indefenso cuando se es realmente un niño, pero a los 29 años la cosa cambia. Esta sensación de dependencia era para mi muy difícil de manejar. En los comienzos de mi investigación esta sensación me ponía tan ansioso y nervioso que los eventos que ocurrían a mi alrededor parecían sumergirme en la oscuridad de las acciones sin sentido. Renunciaba, desesperanzado, a buscarle algún sentido a algo. Los Vice Lords percibían mis sentimientos y esa percepción colocaba a muchos de ellos en una situación incómoda. Ésta incrementaba la dificultad de lograr el rapport necesario para poder llevar adelante una investigación exitosa.
 La única solución a este problema era no rendirse. Lentamente, las semanas pasaban y, a medida que me familiarizaba con los miembros del ”club” y con los vecinos, el sentimiento aflojaba y luego repentinamente, comencé a entender muchas cosas. Pero, aunque empezaba a dejar de ser un niño, todavía no era un adulto. Siempre que pensaba que yo me las sabía todas, que realmente entendía lo que estaba pasando, ocurría alguna cosa que me recordaba mi grado de ignorancia. Así confundía un reto a duelo con una advertencia amistosa, y lo único que me salvaba en este tipo de situaciones era que mis respuestas eran tan fuera de contexto que desorientaban a mis interlocutores y siempre aparecía algún aliado que ponía las cosas en orden y cuando todo había pasado, yo recién empezaba a comprenderlo.  
 También  tuve una serie de respuestas emocionales que se originaban en mi propio sistema de valores. Cómo manejar esas respuestas, era otra fuente de dificultades. Había algunos aspectos de la vida de los Vice Lords (aunque no es necesario especificarlos) que me parecían, personalmente, desagradables. En los comienzos de mi investigación me ponía mal e incómodo. Más adelante, me di cuenta de que a veces estaba realmente enojado. Aun cuando intelectualmente no podía sentir que mis valores eran superiores, igual no podía contener mis reacciones emocionales. Estas reacciones, a menudo dificultaban mantener cierta objetividad. Más importante aún, nunca estaba completamente seguro de que los Vice Lords percibieran mis reacciones y en algún momento acusaran recibo de las mismas. Por lo tanto, no tenía la certeza de que mis sentimientos afectarán o no los eventos que yo estaba intentando observar. Aunque yo trataba de controlar mis respuestas tanto como fuera posible, todavía no estoy muy seguro acerca de hasta qué grado lo logré. Sin duda, algunos prejuicios se colaron en mis observaciones y, probablemente ciertos eventos que observé, cambiaron simultáneamente en respuesta a mis reacciones emocionales.

 El problema de escribir el informe.
Poner por escrito la información bajo la forma de un relato coherente implica, al menos, dos problemas. Primero, el antropólogo debe decidir qué datos deben ser incluidos en el trabajo y segundo, debe tomar decisiones acerca de la forma en la cual organizar y presentar la información. El primer problema es difícil de resolver, porque al escribir el relato es necesario describir gente viva, muchos de los cuales pueden ser amigo de uno. Esto es especialmente difícil cuando el relato que uno escribe puede ser leído por miembros del grupo que se está investigando y este es el caso de los Vice Lords. Yo creo que la mayoría de los antropólogos siente la obligación de no escribir nada que pueda injuriar a la gente del grupo en el cual trabaja. Por otro lado, el antropólogo quiere escribir el relato más certero y la información de los miembros de la sociedad estudiada, pero éstos no quieren que se dé a conocer. Puede ser muy importante para entender cómo funciona este particular sistema social y cultural. Si la información ha sido dada en tono confidencial, entonces el antropólogo tiene la obligación moral de resguardarla. En otros casos, El antropólogo puede acceder a información que, aún no siendo confidencial, requiere cierta discreción a la hora de hacerla pública. Una solución obvia es cambiar nombres,  fechas y lugares de modo tal que la descripción no pueda ser relacionada con alguna gente en particular.  A veces, a pesar de estos cambios, la información sigue revelando aquello que se quería ocultar, entonces, En mi opinión, esa información particular no debe darse a conocer si realmente puede ser perjudicial para la gente involucrada.
No creo que haya ninguna respuesta tajante para esta cuestión. El antropólogo debe ser tan sensible como sea posible a los sentimientos de la gente que está describiendo y redactar el informe, consecuentemente.
Al tratar de resolver el segundo problema, el de la organización y presentación informe, mi orientación teórica fue tan importante como lo fue por el momento de la recolección de datos. La orientación teórica me dio un marco en el cual trate de construir un relato coherente. Mi máximo objetivo era poner en evidencia la naturaleza sistemática de la vida social de los Vice Lords. En orden de lograrlo, era necesario tener una perspectiva cultural para ciertos aspectos de la cultura que se relacionan fuertemente con patrones de interacción social. Yo comencé con definiciones de sistemas culturales y sociales.
El sistema social fue definido como sistema ordenado de interacción social puesta en acto; El sistema cultural como el sistema ordenador de las creencias y los valores en término de los cuales la interacción social tiene lugar. Después del capítulo introductorio en el que trazaba líneas generales del desarrollo de los Vice Lords, describí ciertos rasgos de la estructura social de la Vice Lords. Esto incluía ciertas cosas, tales como la serie de grupos a los que pertenecían los Vice Lords, el conjunto de cargos políticos internos de la organización, y la forma en la que el ”Club” se relacionaba con el espacio físico. Era necesario describir estos aspectos primero, así el lector podía seguir la argumentación posterior. En los dos capítulos siguientes, traté de mostrar qué parte del patrón y del orden de la vida social de los Vice Lords mantenía una relación sistemática de los grupos y roles sociales con tipos recurrentes de comportamiento reconocido por los Vice Lords como conformando contextos sociales diferenciados. En estos dos capítulos, mi argumento se basaba en tres ideas cruciales: grupos sociales, roles sociales y contextos sociales. Estas ideas formaban una parte importante del marco en torno al cual yo organicé mi material. La idea de contextos sociales fue especialmente importante, dado que era la relación de los grupos y los roles con un contexto social particular que estaba pautado y ordenado. Aquí era donde el sistema cultural era crucial. Los contextos sociales estaban diferenciados unos de otros en términos de creencias y valores que formaban parte del sistema cultural de los Vice Lords. En el capítulo siguiente discutí algunas de estas cuestiones. Por lo tanto, el conjunto de los contextos sociales que ordenaba los roles sociales y los grupos sociales era, a su vez, ordenado por las creencias y los valores del sistema cultural de la Vice Lords. El capítulo final era una versión editada de una historia de vida. Fue incluido para darle al lector una perspectiva diferente acerca de la vida de los Vice Lords que se muestra en el relato más formal de los capítulos precedentes. Espero que al incluir todo este material y organizarlo de esta forma, el lector pueda tener alguna idea acerca de la naturaleza de la vida social de los Vice Lords.

¿Por qué hay pánico en las calles?
Las encuestas muestran que más de una quinta parte de los habitantes de la principales ciudades de Norteamérica se sienten ”muy inseguros”, Incluso en sus propios vecindarios cuando salen de noche. La mujeres y los ancianos son los que más temores abrigan. Más de la mitad del total de las mujeres estadounidenses afirman tener miedo a salir a la casi solas después del anochecer. Los ciudadanos de más edad temen salir de casa durante el día. La gente se sienta insegura hasta su propia casa y en una tercera parte de los hogares estadounidenses hay armas de fuego para protegerse de los intrusos.
Las víctimas de delitos violentos, como atracos o violaciones, sufren pesadillas, fobias incontrolables y arrebatos histéricos de llanto durante mucho tiempo después del suceso. Incluso un simple caso de robo en una casa, sin que el ladrón se enfrente a la víctima, puede dejar a ésta en un estado de  shock. De repente, uno se siente expuesto y vulnerable. El hecho de que un extraño penetre por la fuerza en el santuario del propio hogar y se lleve las posesiones personales crea un sentimiento de impotencia y aflicción desproporcionado con el valor de las propiedades o la cantidad de dinero robados.
 Las estadísticas no puedes medir el impacto del delito violento en nuestras vidas. Nadie sabe cuántas personas se han mudado a zonas residenciales de los suburbios con el fin primordial de huir de  vecindarios azotados por la delincuencia. Y resulta imposible enumerar toda las cosas que hacemos a diario para protegernos de atracadores, violadores y otros criminales. Esta extrema sensibilidad ante la amenaza de ataque se convierte en una fuerte carga psicológica y física. Por ejemplo, no hay más que pensar en todos los cerrojos y pestillos de seguridad con los que hay que trajinar cada día, la mirilla por la que hay que mirar, los espejos y monitores de televisión en vestíbulos y ascensores en lo que hay que fijarse. Piénsese con qué frecuencia nos preocupamos de nuestras carteras en lugares atestados de gente y con qué fuerza agarran las mujeres el bolso cuando van de compras. Si hay que atravesar en coche ciertos barrios, siempre se lleva echado el seguro y las ventanillas subidas. Nos pasamos la vida firmando en controles de seguridad, enseñando fotos o tarjeta de identidad y buscando la llave apropiada en el llavero. Para ir de un lugar a otro hay que dar grandes rodeos porque siempre topamos con puertas atrancadas, verjas con el candado echado y pasadizos cerrados. Intentamos aparcar en zona concurridas y bien iluminadas. Salimos a toda prisa al finalizar las películas y espectáculos. Y cuando tenemos que caminar por una calle oscura, andamos con cien ojos y cruzamos de una acera a otra tratando de detectar si hay sombras en los portales. En su libro Mugging: You Can Protect Your  Self, el agente de policía Liddon Griffith recomienda a los que asisten a la última sesión de cine que tengan preparadas las llaves y pasen por delante de su coche para asegurarse de que no haya nadie en el asiento trasero. Griffith aconseja siempre que se lleve dinero suelto en el bolsillo y que nunca se abra el bolso o la cartera en público; es peligroso llamar la atención mostrando su inquietud por la cartera o el bolso. Las mujeres no deben agarrar con demasiada fuerza su bolso, ya que, al intentar darles el tirón y no se dejan, los ladrones pueden golpearlas. Por lo tanto el consejo de Griffith a las mujeres es que se entrenen un minuto al día para no aferrarse rígidamente al bolso si las atacan por sorpresa. Griffith también piensa qué no está de más que hombres y mujeres aprendan autodefensa.  En algunas situaciones, la vida de una persona puede depender de su capacidad para dejar aturdido al atacante. Griffith insta a los habitantes urbanos para que aprendan la forma de agarrar por detrás las piernas de un atacante, con el objeto de pellizcarle con fuerza en la parte inferior del mundo o estrujarle los testículos.
¿Están justificados todos estos temores? En 1973, El organismo denominado Law Enforcement Administration inició una serie anual de estudios sobre la incidencia de la delincuencia con la cooperación de la Oficina del Censo. La Oficina entrevista unas 60.000 personas dos veces al año para descubrir si han sido víctimas de la actividad delictiva durante un período determinado. Los estudios sobre la incidencia de la delincuencia indican que hay más de 4 millones de víctimas de asalto al año, 1 millón de víctima de robos personales (sin incluir los que sufren el hurto en establecimientos comerciales), 145.000 víctimas de violación o intento de violación, y 150.000 víctimas de “tirones”. Estas encuestas no ofrecen información sobre homicidios (por razones obvias), pero según el Informe Global sobre delincuencia que elabora anualmente el FBI, se cometen unos 20.000 homicidios. (Los criminólogos consideran que esta es una de las estadísticas más exactas sobre crímenes, puesto que los agentes encargados del cumplimiento de la ley rara vez pasan por alto un asesinato).
 Se puede ver la gran cantidad de delitos violentos que se cometen en los Estados Unidos comparando los índices de delincuencia estadounidense con los de otras sociedades industriales avanzadas. Utilizando únicamente las cifras del FBI y teniendo en cuenta sólo los delitos denunciados a la policía, se comprueba que en los Estados Unidos se cometen proporcionalmente 5 veces más homicidios, 10 veces más violaciones y 17 veces más robos que en el Japón; Y 7 veces más homicidios, 12 veces más violaciones y 8 veces más robos que en Gran Bretaña. Estas diferencias siguen siendo igual de grandes si se efectúa la comparación entre ciudades. Londres y Tokio, por ejemplo, tienen índices de violencia delictiva bastante más bajo que ciudades norteamericanas menos populosas, como Chicago, Filadelfia o Saint Louis.
¿Se pueden explicar estas diferencias sobre la base de los diferentes métodos de denunciar los delitos? Los japoneses y los británicos poseen unos sistemas de justicia penal centralizados a nivel nacional, que reciben notificación directa de todos los delitos denunciados, mientras que en los Estados Unidos hay quince cuerpos distintos encargados del cumplimiento de la ley, que elaboran sus propias estadísticas para enviarlas posteriormente al FBI. Por lo tanto, las cifras británicas y japonesas serán si acaso más exactas que las del FBI.
 Otra cuestión que hay que esclarecer es si el índice de violencia delictiva en Estados Unidos ha aumentado. ¿Estamos realmente inmersos en una ”ola de delincuencia”? El Informe Global sobre la Delincuencia del FBI indica que el índice de robos aumentó más de un 500% desde 1945 a 1975, mientras que en las dos últimas décadas el índice de todos los ”delitos violentos”—asesinatos, violaciones, robos y asaltos con agravantes—aumentó a un ritmo casi la mitad de rápido. Las cifras más recientes del FBI muestran que después de un breve descenso en 1975, el índice había reanudado su briosa subida, con un 13% de incremento entre 1978 y 1979. Sin embargo, algunos expertos insisten en que no hay realmente ninguna ola de delincuencia.
 La mejor evidencia para este punto de vista es que los nuevos estudios sobre la incidencia de la delincuencia no muestran ningún incremento sustancial en el número de afectados entre 1973 y 1979. Puesto que está claro que la policía y el FBI han tenido noticia he informado de menos de la mitad de los delitos que realmente se han producido, el aumento anual en el referido índice de delincuencia del FBI podría reflejar tan sólo un aumento, viene la disposición por parte de las víctimas para denunciar los delitos, bien en la capacidad y disposición de la policía para investigar y registrar los actos delictivos. Pero los estudios sobre la incidencia de la delincuencia adolecen de ciertos inconvenientes y limitaciones. En primer lugar, el hecho de que no se iniciasen hasta 1973 significa que no se pueden utilizar para contrastar las estadísticas del FBI relativas a una parte crucial del periodo de la posguerra. En segundo lugar, hay que considerar los informes del FBI en cuanto al aumento del índice de criminalidad como datos fiables, debido las razones ya mencionadas. Tercero, parte de la discrepancia entre los datos que aportan los estudios sobre incidencia la delincuencia y los del FBI pueden tener algo que ver con el hecho de que no se incluyen los niños menores de 12 años en el muestreo de incidencia. Ahora bien, una proporción importantísima de los recientes incrementos en la violencia delictiva puede corresponder al ataque sufrido por menores de 12 años por parte de adolescentes. Aunque es posible, por tanto, que el aumento de la violencia criminal que informa el FBI se deba en parte a haber ahondado en el cúmulo de crímenes que anteriormente no se detectaban o no se denunciaban, no hay justificación alguna para atribuir todo el referido incremento a estadísticas aberrantes. Después de todo, aunque se redujera a la mitad el índice de aumento que propone el FBI, se seguirán señalando razones legítimas para afirmar que los Estados Unidos vienen padeciendo una ola de delitos violentos desde 1945.
 Hasta ahora el argumento se ha ocupado principalmente de dos puntos engañosamente sencillos: Norteamérica, en comparación con otros países industrializados, tiene un nivel extraordinariamente alto de ciertas clases de delitos violentos, y el nivel de los mismos ha estado aumentando rápidamente desde 1945. ¿Cómo se explica esto?
 El hecho de que los delitos violentos sean más frecuentes en los Estados Unidos que en países como Japón y Gran Bretaña pone en entredicho varias teorías populares sobre delincuencia en este país. La primera afirma que la violencia delictiva es simplemente una manifestación inevitable del modo de producción capitalista. Esta teoría no tiene en cuenta el índice particularmente bajo de delincuencia de Japón y Gran Bretaña (Por no mencionar Holanda y Suiza, que tienen uno de los índices más bajos del mundo, que también son países capitalistas). La segunda teoría sostiene que el delito violento en los Estados Unidos es, sencillamente, consecuencia de la urbanización. Esta teoría también resulta claramente inadecuada, ya que tanto Gran Bretaña como Japón están altamente urbanizados. En 1979 hubo hubo 279 veces más robos, 14 veces más violaciones y 12 veces más asesinatos en la ciudad de Nueva York que en Tokio, que es la ciudad más grande del mundo.
 La comparación entre índice de delitos violentos de los Estados Unidos y otros países también desautoriza la idea popular de que tenemos un índice muy elevado porque se es ”demasiado blando con los delincuentes”. Esta idea le resulta muy atractiva al público porque apunta una solución relativamente sencilla el problema: construir más cárceles y llenarlas. Por desgracia, no hay manera de relacionar los índices relativamente altos de delincuencia de los Estados Unidos con la correspondiente falta relativa de castigo para los delitos. En los Estados Unidos se encuentra encarcelado (por delitos no políticos) un mayor porcentaje de la población que en cualquier otro país del mundo. En 1978 la tasa de encarcelamiento era de más de 200 reclusos por cada 100.000 habitantes, Lo que representa 2,5 veces la tasa de Gran Bretaña y 5 la de Japón. Si hubiese que sacar alguna conclusión de esta cifra, sería que el alto índice de los Estados Unidos viene determinado por la tasa particularmente alta de encarcelamientos que caracteriza al sistema penal norteamericano. Y esto no es tan inverosímil como a primera vista parece. La teoría de que las cárceles provocan delincuencia tiene sus seguidores. Algunos dicen que son ”escuelas de delincuencia”, en las que los internos salen estigmatizados de por vida y donde aprenden a convertirse en ”duros”.
 Pero no es sólo que los delincuentes encuentran dentro de las cárceles lo que los inclina a cometer delitos, también influye lo que encuentra al salir. Sin cambiar ambos extremos de la ecuación, la abolición de las cárceles no aboliría la conducta delictiva. Al contrario, si las puertas de las mismas se abrieran de repente de par en par, se produciría un aumento masivo de la criminalidad. ¿Quién puede dudarlo?
 Si se acepta la referida escalada de los índices de delincuencia como indicador genuino del aumento de ésta, varias teorías populares sobre las causas de los delitos violentos en los Estados Unidos se vuelven menos creíbles. Son las teorías de la ”cultura” o ”carácter nacional”, que sostiene que las tradiciones de ilegalidad y violencia se iniciaron en Norteamérica durante la época de la colonización y la frontera, convirtiéndose en una herencia nacional permanente. La “tradición” a lo mejor podría explicar por qué el índice de violencia delictiva en Norteamérica es más alto que en Inglaterra o Japón, pero difícilmente pueda explicar por qué hoy es más alto que en 1945. Si las cifras del FBI significan algo, allá por el año 1945 el índice de delitos violentos en los Estados Unidos no era muy diferente al que existe hoy en día en Japón e Inglaterra. La tradición no puede explicar algo que ha cambiado tan rápidamente; lo que se modifica tan bruscamente no puede ser evidentemente una tradición.
 Pero hay otro argumento de carácter tradicional que se debe tomar más en serio. La Constitución norteamericana garantiza a los ciudadanos el derecho a llevar armas, y esto les ha permitido a los delincuentes obtener armas de fuego, con más facilidad que sus colegas de países como Japón e Inglaterra. Puesto que es más fácil matar a alguien con una pistola que con otras armas, el alto índice de homicidios indudablemente refleja, hasta cierto punto, los 50 millones de pistolas y rifles que, según se estima, posee, legal o ilegalmente, el pueblo norteamericano. Se puede ver claramente que es más probable que la violencia debido a disputas de celos y conflictos personales tenga consecuencias mortales en Estados Unidos más que en los países en que está prohibido el uso y tenencia de armas de fuego. Y el hecho de que desde 1945 haya habido un constante incremento en la cantidad de armas de fuego disponibles puede dar cuenta de gran parte del aumento del índice de homicidios. Pero no está clara la influencia que haya podido tener el aumento de la cantidad de arma de fuego en manos de particulares en el creciente índice de robos y violaciones. En la mayoría de este tipo de delitos no se utilizan armas; y cuando sí se utilizan, lo más probable que sean cuchillos o palos. Dicho sea de paso, es menos probable que se produzcan lesiones durante una violación o robo si los delincuentes utilizan pistolas en vez de cuchillos, tal vez porque las víctimas no están tan dispuestas a presentar resistencia.
¿Por qué es entonces más alto el referido índice en los Estados Unidos que en otros países capitalistas industrializados? ¿Y por qué ha crecido tanto desde la Segunda Guerra Mundial? Creo que la respuesta a estas preguntas estriba en el hecho de que Norteamérica ha desarrollado una particular subclase racial, compuesta de millones de negros e hispanos pobres que viven en ghettos urbanos. Las condiciones de los ghettos del centro de la ciudad (en las grandes ciudades norteamericanas, Los ghettos donde viven las minorías étnicas están situados, por lo general, en las antiguas zonas residenciales del centro, que estas minorías han ido ocupando, con el subsiguiente deterioro de edificios y servicios, mientras que los blancos de clase media y alta se han ido desplazando a amplias zonas residenciales situadas en los suburbios) brindan tanto el motivo como la oportunidad para una conducta delictiva violenta, y el crecimiento de estos ghettos coincide con el aumento de los índices de delincuencia urbana.
 Los Informes Globales sobre delincuencia del FBI muestran que alrededor de 43% de los delincuentes detenidos por delitos violentos son negros, raza que constituyó el 11% del total de la población. Hay dos categorías cruciales de estos delitos —homicidios y robos— en las que los negros aventajan a los blancos a nivel nacional, incluyendo las áreas rurales y urbanas. Pero la desproporción se ensancha en las ciudades, donde es mayor la incidencia y el temor al delito violento. Un estudio sobre detenciones que se llevó a cabo en 17 ciudades norteamericanas de todas las regiones del país, bajo los auspicios de la Comisión Presidencial sobre Causas de La Delincuencia y la Prevención de la Violencia indicaba que la “raza de los delincuentes” era negra en el 72% de los casos de homicidio, en el 74% de los de agresión con agravante, en el 81% de los de robo sin armas y en el 85% en lo de atraco a mano armada.
Ahora bien, ¿reflejan los estudios basados en los registros de los departamentos policiales la proporción real de delincuentes negros, o simplemente un prejuicio generalizado en contra de estos? Según algunos estudiosos, la diferencia total en los índices de detención de blancos y negros significa simplemente que cuando los negros cometen un delito, hay más probabilidades de que las víctimas llamen a la policía y de que ésta responda, encuentre los delincuentes y los detenga. Con la introducción de las encuestas sobre la incidencia de la delincuencia, creo que esta interpretación ha perdido buena parte de su credibilidad. La comparación de los datos sobre delincuencia del FBI con los estudios sobre la incidencia indica que la desproporción entre los delitos de blancos y negros puede estar inflada, a lo sumo en un 10%, en lo que respecta a agresiones y violaciones. Pero para los robos, las dos series de datos convergen. (Los homicidios, como se ha indicado antes, no se pueden estudiar con los informes sobre incidencia). Con arreglo a una estimación conservadora, alrededor del 62% del total de los culpables de robo son negros. En proporción a su representación en la población total, la probabilidad de que los negros cometan un delito de robo es 114 veces superior a la de los blancos.
 Esto significa que, en buena medida, la manifiesta discrepancia entre los índices de delincuencia de los Estados Unidos y lo de los otros países se puede achacar a la importantísima proporción de delitos violentos imputables a los negros. Si se descuentan los cometidos por negros, los índices de delitos violentos en Norteamérica se acercan mucho más a los de otros países. Por ejemplo, mientras que el índice nacional de robos es 8 veces superior al de Inglaterra, el de robos cometidos por blancos sólo es 3 veces superior. Del mismo modo, aunque el índice global de homicidios en los Estados Unidos es 5 veces superior al de Japón, el de homicidios cometidos por blancos sólo es 2 veces superior.
 Bien es verdad que aún así quedan diferencias sustanciales, pero es que el índice de delincuencia de los blancos se basa en datos que clasifican a los hispanos como blancos. En muchas ciudades de los Estados Unidos, los hispanos constituyen una subclase étnica que presenta índice de delincuencia en aumento y que tiene las mismas motivaciones y oportunidades para cometer delitos violentos que las que se aprecian entre los negros. Si se separara el índice de delincuencia de los hispanos del índice de delincuencia blanca total, se obtendrían cifras bastante más cercanas a las de Japón y Gran Bretaña, países que no albergan una subclase racial o étnica tan grande y que viva en condiciones comparables a las que se dan en los ghettos del centro de las ciudades norteamericanas. (Además, el reciente aumento de los índices de delincuencia en Gran Bretaña corre parejo con la extensión de los ghettos raciales y étnicos, habitados por inmigrantes procedentes de la India y las Antillas).
 El argumento ha llegado ahora al punto en que es necesario explicar el alto índice de violencia delictiva entre los negros y, en menor medida, entre los hispanos. No es la raza, sino la pobreza desesperada y el desempleo crónico lo que proporciona la clave. Durante la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores, los negros de los Estados Unidos emigraron en número sin precedente desde las granjas a las ciudades, en busca de trabajo en las fábricas. Pero lo que encontraron fue una economía en rápida transición de la producción de bienes a la de servicios e información. Hoy en día, más de la mitad de los negros norteamericanos viven en ciudades importantes, y más de la mitad de éstos —alrededor de 7,5 millones de personas— reside en los núcleos interiormente más sucios y deteriorados de las mismas. Durante los años 70, mientras el número de blancos que vivían en la pobreza en el centro de las grandes ciudades descendió un 5%, el número de negros que vivían en parecidas condiciones aumentó un 25%.
 Oficialmente, la tasa de desempleo de los negros se mantiene en un 12%. Pero esta cifra sólo incluye a las personas que buscan activamente un puesto de trabajo. No incluye a los negros que tienen empleos de tiempo parcial, pero que desean obtener un empleo de jornada completa, ni tampoco a los que han dejado de buscar trabajo porque no podía encontrar nada aceptable. Si se añaden los desempleados encubiertos a los parados oficiales, la tasa se eleva al 25% (comparado con el 12% de los blancos, calculados sobre la misma base). Pero aún así esto es sólo la punta del iceberg. Ronald H. Browe, miembro de la Liga Urbana Nacional, calcula que más de la mitad del total de los adolescentes negros están sin empleo, y en ghettos como Harlem, el porcentaje de parados entre los jóvenes negros puede alcanzar el 85%.
 Mi opinión es que cientos de miles de negros sin empleo, sobre todo jóvenes negros, para quiénes el fracaso se perfila como una condena para toda su madurez y como una sentencia a miseria perpetua, eligieron el delito violento como una solución a la desesperación y al resentimiento crónicos que deben soportar.
 Debo hacer referencia a un cuerpo de opinión académica que sostiene que la pobreza en general tiene poco que ver con el alto índice de violencia delictiva de los Estados Unidos y que el desempleo y la pobreza de los negros no son suficientes en sí mismos para explicar los índices extraordinariamente altos que se dan en el seno de este grupo étnico. Sin duda alguna, si uno se limita a comparar dichos índices por Estados o ciudades, se aprecia que aquellos en los que hay bajos ingresos per cápita no tienen necesariamente los más altos. Pero la pobreza de los ghettos negros es diferente de la que padecen los blancos que viven en el campo o de la generación anterior de etnias urbanas. A diferencia de los pobres rurales, los negros del ghetto del centro de la ciudad tienen tanto la oportunidad como el motivo para cometer delitos violentos. La ciudad es el sitio ideal para encontrar y sorprender a las víctimas y escapar con éxito de la policía. Difícilmente se pueda atracar a un granjero en un campo de maíz y esperar salir airoso. Por añadidura, a diferencia de los inmigrantes europeos de las generaciones anteriores, con el paso del tiempo los negros se han ido concentrando más y no menos, dentro de sus ghettos. La lección de cuatro décadas transcurridas desde 1940, es que sólo un porcentaje muy reducido de los negros nacidos en el centro de la ciudad llega a ganar el suficiente dinero como para participar en el sueño norteamericano.
 Bajo estas condiciones, los beneficios de la conducta delictiva compensan ampliamente los riesgos de ser detenido y enviado a la cárcel. John Conyers, miembro del Comité negro del Congreso, escribe: “Cuando está en juego la supervivencia, no hay que extrañarse de que la actividad delictiva empiece a parecerse a una oportunidad en vez de a un riesgo, a un trabajo en vez de a una desviación, Y a una empresa posiblemente rentable que vale más que una existencia coartada bajo la férula de los burócratas de la ayuda social”. Para muchos jóvenes negros, delincuencia y carrera profesional no son cosas opuestas. La delincuencia en su carrera. Me parece que ésta es la principal razón de que el 70% de los negros que ya han sido encarcelados en una ocasión vuelva a ingresar en prisión, como mínimo otra vez más.
 Los que han convertido las calles de los barrios centrales de las ciudades norteamericanas en tierra de nadie no son degenerados patológicos con una pasión innata por la violencia y el crimen. ¡El atraco es su profesión! El sociólogo Robert Lejeune descubrió que el típico atracador inexperto estaba tan aterrado como la víctima. Pero después de unos cuantos golpes, los asaltantes empiezan, si no a eliminar, por lo menos sí a dominar su miedo.
 Un salteado callejero contaba que a medida que iba dando golpes se sentía cada vez más tranquilo, hasta el punto que cuando veía un “pavo” podía acercársele como si nada y decirle: “venga, dame el dinero”. Otros explicaban que el asalto callejero pronto se convierte en algo rutinario, en una parte “normal” de sus vidas. No tengo ”guita”. Bueno pues me la puedo hacer con ese tío. Vamos a trincarlo. Los salteadores aprenden a identificar qué tipo de víctimas pueden llevar algo de dinero y no crearles excesivos problemas. (Los delincuentes de Lejeune no negaban el hecho de que muchas, sino la mayoría de sus víctimas eran mujeres y ancianos desvalidos). Uno de ellos se jactaba de que su ”negocio” se había vuelto tan fácil que podía contar con ”cobrar el viernes como si fuera un día normal de paga”.
Desde el punto de vista de la víctima, estos delincuentes parecen utilizar la fuerza de manera caprichosa, pero ellos afirman seguir ciertas directrices profesionales, ajustando su modo de ataque a su percepción de la fuerza y valor de la víctima. Sea o no una racionalización, los salteadores insisten en que la violencia es algo que la mayoría de las víctimas se buscan como consecuencia de su oposición a su manera de ganarse la vida. Al explicar por qué se puso violento cuando un “pavo” no cooperó y le dio la cartera,  uno dijo: ”creo que tenía derecho, era lo justo”.
 Varios estudios han mostrado que, en conjunto, los índices de delincuencia tienden a subir y bajar con los índices de desempleo. En una intervención ante el Subcomité sobre Delincuencia de la Cámara de Representantes, el profesor de la Universidad Johns Hopkins, Harvey M. Brenner, especificó que cada incremento del 1% en el índice global de desempleo producía un aumento del 6% en el número de robos y de un 4% en el de homicidios. Aunque el trabajo de Brenner es importante para demostrar la relación causal entre paro y delincuencia, su método no puede explicar totalmente el aumento de los delitos violentos durante la Segunda Guerra Mundial. El desempleo entre los varones negros de los barrios céntricos siempre ha sido alto, sobre todo durante los periodos de recesión. El porcentaje de varones negros sin empleo no ha cambiado tan drásticamente desde la Segunda Guerra Mundial, lo que sí ha cambiado es que prácticamente todos los negros sin empleo se concentran ahora en las ciudades. Mientras que antaño un 25% de negros sin empleo significaba 200 o 300.000 hombres desesperados que vivían en ghettos arruinados, hoy en día el mismo porcentaje es de 2 o 3 millones.
 Los norteamericanos de más edad que hablan con añoranza de los buenos tiempos, cuando se podía dormir en los parques de la ciudad durante las calurosas noches de verano, utilizar el transporte público con tranquilidad, o pasear por las calles de la ciudad avanzada la noche, no exageran el contraste entre entonces y ahora. Incluso durante la Gran Depresión, los parques, calles, metros y autobuses (o tranvías) eran mucho más seguros que hoy en día. ¿Por qué?
              Porque hasta entonces los negros sin empleo sólo constituían un pequeño porcentaje de la población de las principales ciudades. La mayoría de los parados urbanos eran blanco que creían que había “un arcoíris en el cielo justo a la vuelta de la esquina” y que pronto volverían a trabajar en buenos empleos. Hoy en día, los negros desempleados de los barrios pobres saben por amarga experiencia que para ellos lo único que hay en el horizonte son tormentas. La elección de la delincuencia como profesión no se hace de hoy para mañana. Exige años de desempleo y desesperación crónicos.
Si hasta ahora el razonamiento es correcto y es el desempleo de los negros lo que explica en su mayor parte la gran ola de delincuencia que viene azotando a las ciudades norteamericanas desde la Segunda Guerra Mundial, Entonces la siguiente pregunta que hay que responder es por qué los negros siguen padeciendo un desempleo crónico. Pero antes de tratar de responder a este interrogante y mostrar cómo se relaciona el paro entre los negros con los cambios en la naturaleza del trabajo y la composición de la fuerza de trabajo, permítaseme hacer algunas observaciones admonitorias. Los sociólogos y criminólogos laborales dedican un esfuerzo considerable a tratar de refutar o minimizar la relación entre raza y delincuencia, para no avivar las llamas del fanatismo racial, algunos periódicos y agencias de noticias han omitido toda mención a la identidad racial de un delincuente en sus informaciones. Al igual que la anterior prohibición de recoger los datos para la elaboración de censos y estadísticas laborales por separado para negros y blancos, estos esfuerzos son bien intencionados pero contraproducentes. Minimizar la participación de los negros (o hispanos) en el delito violento contribuye a enmascarar el verdadero precio que Norteamérica está pagando por el racismo, el desempleo crónico y el deterioro de los barrio céntricos de su ciudades.
 Al sacar a la luz los hechos sobre los índices de delincuencia de los negros, hay que señalar que, en proporción, los mismos negros son víctimas de delitos violentos, con más frecuencia que los blancos. Por ejemplo, un negro pobre tiene una probabilidad 25 veces mayor que un blanco rico de ser víctima de un robo con lesiones, y la razón entre víctimas de homicidio negras y blancas es de 8 a 1. De hecho, el homicidio es la causa principal de muerte entre los varones negros de 15 a 24 años de edad. Mueren más varones negros por homicidio que por accidentes de automóvil, diabetes, enfisema o neumonía. Dos de cada cinco niños negros varones nacidos en la ciudad norteamericana no llegarán a los 25 años. Ahora, volvamos a pregunta de por qué ha resultado tan difícil reducir el desempleo negro.
 Aunque muchos expertos coinciden en que existe una relación entre el desempleo crónico de los varones negros del centro de la ciudad y los altos índices de delincuencia, todavía se comprende más la razón de estos altos índices de paro. Alguna culpa a los propios negros de su fracaso a la hora de encontrar empleo. Opinan que sí hay puestos de trabajo, pero que los negros no los quieren. Pero como descubrió el antropólogo Eliot Llebow en su clásico estudio sobre los negros ”de la calle” en Washington D.C.: ”El hecho más importante que un hombre que desea y está en condiciones de trabajar no puede ganar el dinero suficiente para vivir él, su esposa y uno o más hijos. Las posibilidades de que uno les trabaje con regularidad sólo son buenas esta dispuesto trabajar por menos de lo que necesito para vivir y a veces ni siquiera eso”.
En los últimos tiempos ha provocado mucha confusión la idea de que el paro de los negros se puede achacar más a la familia negra que a la estructura del mercado de trabajo. Se dice que la familia negras del ghetto son inestables, Porque la cabeza de un alto porcentaje de ellas es una mujer, sin marido que vive en casa. En ciudades como Chicago y Washington D.C., más de la mitad de los alumbramientos por parte de mujeres negras tiene lugar fuera del matrimonio. El niño negro varón crece, pues, sin un padre que tenga un empleo estable. Al carecer de un ”modelo de rol” apropiado, los jóvenes negros abandonan la escuela y emprenden una carrera de delincuencia y crimen. Daniel Moynhan siguió esta línea de razonamiento para llegar a su controvertida conclusión de que la manera de resolver los problemas de los barrios pobres era dedicarse a conseguir que los jóvenes del ghetto pudiesen llevar una vida familiar estable.
 El problema que plantea esta idea es que no nos dice por qué una mujer negra del centro urbano tiene menos probabilidades de casarse y vivir con el padre de sus hijos que una blanca. Es verdad que una parte desproporcionada de las familias “sin padre”, centrados en la madre, es negra. Pero ¿sufren los negros estos altos índices de desempleo porque tienen tantas familias sin padre u ocurre precisamente todo lo contrario? En mi opinión, es el desempleo lo que provoca que haya familias sin padre y no el revés.
Numerosos estudios antropológicos han mostrado que la familia sin padre, centradas en la madre, se dan allí donde los hombres tienen dificultad en encontrar empleos estables y las mujeres pueden ganar tanto o más que ellos. Si es frecuente que los hombres no tengan trabajo y que aporten muy poco al sustento familiar cuando lo tienen, a una mujer que tiene sus propios ingresos no le compensa comprometerse en matrimonio con un hombre para siempre. Le irá mejor si mantiene abiertas sus opciones y acepta consortes masculinos en aventuras temporales, permitiéndoles vivir con ella cuando hacen aportaciones suplementarias a la unidad doméstica y echándoles cuando se convierten en una carga.
 Pero esto parece llevar a otra adivinanza. ¿Por qué siguen teniendo niños las mujeres negras del centro de la ciudad en estas circunstancias tan desfavorables? ¿Por qué la tasa de natalidad extramatrimonial es seis veces mayor en las mujeres negras que entre las blancas? Si aplicamos la teoría que relaciona el descenso de la fecundidad con los costos y beneficios de la crianza de los hijos en las ciudades, tal como sex puesto antes en este libro, a primera vista parece que no se puede explicar racionalmente las causas de que la tasa de natalidad extramatrimonial y la incidencia de las familias negras centradas en la madre sigan siendo tan altas. De aquí que mucho supongo que existe algo en herencia racial o cultural de los negros que los induce a tener hijos ilegítimos y formar unidades domésticas matrifocales (centradas en la madre). Algunos antropólogos solían afirmar que la familias negras matrifocales eran una ”supervivencia de las tradiciones culturales africanas”, mientras que historiadores y sociólogos buscaban la causa en la esclavitud y no en la tradición cultural, ya que los propietarios de esclavos separaban a los maridos de sus esposas y fomentaban la promiscuidad. Los estudios recientes tienden a refutar estos primitivos puntos de vista. La familia matrilocal, característica de los ghettos del centro de la ciudad, no es una tradición africana ni un producto de la esclavitud. El historiador Herbert Gutman ha mostrado que lo que predominaba en realidad entre los negros norteamericanos durante el periodo de la esclavitud era la familia centrada en la pareja y que la regla en las comunidades tanto rurales como urbanas después de la Guerra Civil también era la familia de este tipo. En el campo, las familias campesinas negras no estaban antaño más centradas en la madre que las familias campesinas blancas. Y en las ciudades, los padres negros que trabajaban como mecánicos, pintores de brocha gorda, carpinteros, fontaneros y en otros oficios, ganaban lo suficiente para mantener una típica familia estable basada en un varón proveedor. La pauta de las familias matrifocales sólo se desarrolló a raíz de la gran ola de emigración europea, cuando los varones negros comenzaron a perder sus empleos debido a las prácticas racistas de contratación.
¿Cuál es, pues, la explicación del hecho de que el número de familias encabezadas por solteras de raíz negra aumentara un 257% en los años 70 y de que el número de nacimientos extramatrimoniales lo hiciera en un 50%? Creo que la respuesta radica más en las peculiaridades del sistema estadounidense de programa de ayuda social que en las supuestas peculiaridades raciales o culturales de las personas de ascendencia africana. Pero no se trata de los programas sociales en general, Sino del programa federal extraordinario denominado Ayuda a Familias con Hijos Dependientes o, para abreviar AFDC (Aid so Famillies with Dependent Children). Desde el final de la Segunda Guerra Mundial este programa ejercido una influencia crucial, no sólo en la conformación de la organización de la familia negra, sino también en la de la forma de vida en su totalidad de los barrios céntricos. Se puede incluso decir que través de la AFDC el gobierno federal da el visto bueno tanto a la familia sin padre, característica del centro urbano, como a la práctica de la delincuencia cómo solución al problema de desempleo de los negros. Voy a intentar explicar esto.
Con un presupuesto anual de unos 11.000 millones de dólares, la AFDC es el programa gubernamental más amplio destinado a personas no incapacitadas que viven en los barrios céntricos. Inicialmente, su principal objetivo es ”mantener y fortalecer la vida familiar”. Más de la mitad de los 3,5 millones de familias que reciben prestaciones de la AFDC en forma de subvenciones para vivienda y pagos en metálico son negras o hispanas.
La AFDC ha sido cuidadosamente diseñada por políticos expertos en programas sociales para impedir que se convierta en un plan de ingresos garantizados para las familias no incapacitadas a cargo de un padre que se encuentra crónicamente sin empleo. Se teme esta situación porque supondría quitarle los incentivos a los norteamericanos sanos para que busquen trabajo. La primera salvaguardia que se proyecta para evitar que la AFDC se convirtiera en una limosna permanente para la familia consistió en la famosa regla de ”ningún hombre en casa”. El 96% de los beneficiarios de AFDC son familias sin padre. Si el padre de un niño se instalara con la familia, cesan los pagos, presuponiendo se que este hombre cumplirá con sus responsabilidades de proveedor. Si cualquier otro hombre se instala con la familia y cohabita con la madre, también cesan los pagos, ya que el gobierno estaría subvencionando entonces una conducta inmoral, que en nada ayuda el mantenimiento y fortalecimiento de la vida familiar. Teóricamente, la regla de “ningún hombre en casa” debería disuadir a mujeres y hombres de utilizar la AFDC como un medio de mantener relaciones sexuales y criar hijos a costa del gobierno.
La segunda salvaguardia para que la AFDC no sea un sustituto permanente de los salarios ganados con un trabajo consiste en que las prestaciones se fijan por debajo de los ingresos propios del nivel de pobreza. Una madre que percibe la AFDC tiene un estipendio para si y para cada hijo más una asignación para los costos de la vivienda. Además, la mayoría de familias acogidas a la AFDC recibe automáticamente prestaciones en forma de cupones para la alimentación. Contando estos cupones y descontando la asignación para la vivienda cómase una familia de cuatro personas acogida a la AFDC en un nivel de prestaciones altas tendrá obtener unos ingresos máximos disponibles de unos 4.250 dólares de 1980. De esta suma se necesitarán 3.500 dólares para satisfacer un nivel mínimo de nutrición, sin “lujos” superfluos, quedando tan sólo 750 dólares en metálico para todo lo demás gastos no médicos que se realizaron largo del año, incluido gasto doméstico, ropa, material escolar, juguete, transporte, muebles, cine, mantas, jabón, pasta de dientes, y otros artículos personales.
A pesar de la regla humillante y punitiva, de “ningún hombre en casa”  y de lo exiguas que son las prestaciones en metálico, el número de mujeres de los barrios céntricos acogidas a la AFDC o que  intentan estarlo ha aumentado incesantemente. De hecho parece que la AFDC, lejos de erradicarlas con lo que ha conseguido es fomentar en dichos barrios el desarrollo de familias matrifocales que viven de la limosna estatal. ¿Por qué? ¿No se encontrarían en mejor situación estas mujeres si practicaran un estricto control de la natalidad, no se quedaran embarazadas y no percibieran la AFDC?
 No necesariamente, la AFDC, con todos los inconvenientes y humillaciones, se presenta como la mejor solución dentro de lo malo. Optar por una carrera de madre acogida a la AFDC proporciona a las mujeres de los barrios céntricos pobres unos ingresos que al menos resultan suficientes para alquilar un apartamento. Esto no sólo les asegura que tendrán una vivienda, sino que les da una considerable ventaja en las relaciones interpersonales, en especial con los hombres de estos barrios, que a menudo no tienen ni dónde dormir. Además, las mujeres que perciben la AFDC tienen automáticamente derecho a asistencia médica gratuita lo que constituye un incentivo adicional para intentar conseguirla (No obstante, no es mi intención incluir las facturas médicas al calcular los ingresos de una familia acogida a la AFDC, como hacen algunos económicas para demostrar que estos subsidios son demasiado elevados: Una familia no puede comerse una factura médica, aunque yo esté pagada). En un medio de inestabilidad y carencia de recursos, la AFDC es una especie de lucha perpetua, un recurso vital que hace que las mujeres y la maternidad se conviertan en el eje de todo. Los hombres de los barrios respetan a las mujeres que poseen estos recursos y compiten entre sí para obtener sus favores. Y al tener hijos con ella, adquieren un derecho sobre el cobijo que la mujeres controlan. Como ha mostrado la antropóloga Carol Stack en su estudio sobre un ghetto negro del medio Oeste, Las mujeres que perciben la AFDC tienen un círculo sorprendentemente amplio de parientes basados en los lazos que surgen de sus sucesivas aventuras. Estos lazos de parentesco ofrecen a las mujeres acogidas a la AFDC una seguridad e influencia adicionales y personas a las que recurrir en casos de emergencia.
Pero el factor decisivo en el balance entre costos y beneficios de la maternidad protegida por la AFDC es la imposibilidad de aplicar la regla de “ningún hombre en casa”. Si las mujeres acogidas a la AFDC tuvieran que depender únicamente del estipendio legal oficial para vivir y mantener a sus hijos, creo que pronto dejarían el negocio de los bebés protegidos. Pero como todo asistente social sabe casi todas las mujeres del ghetto que perciben la AFDC cuenta con los ingresos suplementarios de maridos encubiertos, consortes masculinos corresidentes o anteriores consortes con los que han tenido hijos. Pasemos ahora a explicar la conexión con la delincuencia.
En un singular estudio, la antropóloga Jagna Sharff descubrió que todas las madres del grupo de los cuatro familias hispanas residentes en el Lower East Side neoyorquino que percibían la AFDC tenía algún tipo de consorte masculino. Muy pocos de los hombres que vivían en la casa familiar tenían empleos regulares de jornada completa. Pero incluso los parados contribuyan de alguna forma a pagar los gastos de la comida y el alquiler, vendiendo artículos robados, comerciando con marihuana o cocaína, y cometiendo ocasionalmente algún atraco o robo. Algunas mujeres tenían más de un consorte, mientras que otras obtenían dinero y regalos mediante relaciones que poco se diferenciaban de la prostitución.
 Otro factor en la columna de beneficios de la maternidad protegida por la AFDC es que el presupuesto para los gastos de la casa en los barrios pobres es mayor de lo que indicarían los ingresos declarados. Los hijos de las familias que perciben la AFDC suelen ser expertos rateros y muchas familias hacen buenos negocios como consecuencia de la circulación de artículos robados. Además, a diferencia de los hijos de la clase media, los de los barrios bajos empiezan a tener ingresos propios a una edad temprana Y cuando llegan a la adolescencia ya no son una carga para sus madres. En los primeros años de la adolescencia pueden hacer aportaciones sustanciales al balance económico familiar con lo que sacan de los delitos callejeros y la venta de droga. Por añadidura, proporcionan un importante beneficio sus madres en forma de protección contra el riesgo de violaciones, asaltos y otras calamidades a las que continuamente están expuestas las familias de los ghettos.
Sharff halló que las madres del AFDC valoran a los hijos por sus habilidades callejeras de macho, en especial su destreza en el manejo de cuchillos o pistolas, necesarios para proteger a la familia de vecinos revoltosos o depredadores. Aunque las madres no incitaban directamente a sus hijos para que entrasen en el comercio de la droga, todo el mundo reconocía que un traficante de droga que prosperase podía convertirse en un hombre muy rico. Para triunfar en el negocio de la droga se necesitaban las mismas cualidades de macho que hacen falta para la defensa de la propia familia. Cuando un joven lleva a casa los primeros beneficios que ha obtenido de la droga, las madres experimentan sentimientos mixtos de orgullo y aprehensión. Al tener los jóvenes de los ghettos un 40% de probabilidades de morir antes de los 25 años, una madre ha de tener más de un hijo si espera disfrutar siempre de la protección de un varón que conozca las artes de la calle. En su muestra de familias acogidas a la AFDC, Sharff compiló este registro de homicidios en un periodo de tres años entre 1976 y 1979.
EDAD DE LA VÍCTIMA
CAUSA INMEDIATA DE LA MUERTE
25
 Muerte por arma de fuego en un incidente relacionado con drogas
19
 Muerte por arma de fuego en una pelea en una tienda
21
 Muerte por arma de fuego en un incidente relacionado con drogas
28
 Apuñalado en un incidente relacionado con drogas
32
“Suicidio” en una comisaría de policía.
30
 Apuñalado en un incidente relacionado con drogas
28
 Intoxicación por heroína adulterada
30
 Víctima de un incendio provocado
24
 Muerto por arma de fuego en un incendio relacionado con drogas
19
 Torturado y apuñalado en un incidente relacionado con drogas

Las muchachas de una familia que perciben la AFDC también hacen su aportación. Como no suelen ocupar su tiempo asistiendo regularmente a la escuela, pueden cuidar de los niños más pequeños, hacer la compra y limpiar la casa. Y a los 16 años se pueden quedar embarazadas y solicitar la AFDC por su propia cuenta, Añadiendo el estipendio de su propio hijo a los ingresos de la familia y perpetuando así la “dinastía” matrifocal de su madre y abuela. De este modo, pese a la meticulosa planificación con que se diseñó la AFDC, el programa ha conseguido que ocurra exactamente lo que pretendía impedir: la formación de familias centradas en la madre que viven de la limosna estatal y que suplen sus déficits de ayuda social tolerando o estimulando la delincuencia adulta y juvenil.
 De lo dicho no se debe concluir que todas las familias que perciben la AFDC se ajusten a la pauta descrita por Sharff. Para algunas madres, la AFDC representa simplemente una fuente de ingresos de emergencia a la que pueden recurrir en alguna ocasión  especial, como después del divorcio o la separación, en tanto encuentran un trabajo y solucionan el cuidado de los niños. Pero varios millones de mujeres de los barrios céntricos, en su mayoría negras e hispanas, utilizan la AFDC no como un apoyo temporal, sino como una fuente regular o recurrente de subsistencia. Estimado por los sociólogos Martin Rein y Leo Reinater en una 750.000 personas—, perciben la AFDC hasta 12 años seguidos. Y un número mucho mayor de mujeres de los barrios céntricos siguen la pauta de acogerse y dejar de percibir la AFDC, según entran y salen del mercado de trabajo entre sucesivos embarazos.
Creo haber mostrado que no son las familias matrifocales de los barrios pobres las que causan el desempleo, la dependencia de los programas sociales y la delincuencia en el centro de la ciudad, sino que con el desempleo y el hecho de depender de los programas sociales las causas de que aparezca este tipo de familia, con la delincuencia que conlleva, el ghetto del centro de la ciudad. Pero todavía hay que explicar por qué siguen siendo tan altas tasas de desempleo masculino en los barrios pobres. Desde el punto de vista holístico de este libro, la cuestión más importante en lo que atañe a la delincuencia y el desempleo entre los varones negros que, Durante la Segunda Guerra Mundial y la inmediata posguerra, se produjo una inmigración negra sin precedentes desde la granjas a las ciudades en busca de trabajos de fábrica retribuidos con salarios pactados por los sindicatos. Esto no fue en modo alguno movimiento voluntario, puesto que coincidió con el final de la época de las pequeñas granjas Y con los últimos estados de la industrialización de la agricultura. Pero fue precisamente durante este mismo periodo cuándo se produjo el gran cambio de la producción de bienes a la de servicios e información. Esto provocó masivo a piña miento de trabajadores negros sin empleo dentro de los núcleos ruinosos de las principales ciudades de la nación.
¿Por qué no se recurrió a este gran ejército de trabajadores no cualificados para que tomarán parte en la explosiva expansión de la nueva economía centrada en el proceso de personas e información? Porque, como ya sabemos, el crecimiento de la economía de servicios coincidió con la reconversión masiva de la fuerza de reserva que representaban las mujeres, que pasaron de producir bebes y servicios en el hogar a producir servicios e información fuera de él. Pienso que el hecho de que se prefiera incorporar a las mujeres blancas, en vez de a los hombres negros, al único sector del mercado de trabajo que se ha expandido durante los últimos 40 años da cuenta de las perspectivas particularmente sombrías de la subclase negra e hispana en los Estados Unidos, en comparación con las experiencias de las etnias europeas a principios de siglo. Ni con todos los programas de ”Acción afirmativa”, de tipo Head Start, SETA (Acción afirmativa: concepto que se emplean los programas que pretenden combatir discriminación por razones de razas, sexo o credo; Head Start: conjunto de programas encaminados a incentivar el rendimiento escolar de los niños de familias pobres; SETA: programa social que facilita empleos temporales a personas en paro), etc, se puede compensar el efecto deprimente que produce sobre las perspectivas de los varones negros la explosiva entrada de trabajadoras barata de raza blanca en el sector de los servicios y la información del mercado de trabajo. Las mujeres blancas que buscan trabajo en este sector gozan de una decisiva ventaja competitiva sobre los varones de color. Muchas de ellas poseen títulos escolares o universitarios; hablan el inglés estándar en vez del inglés de los negros y tienen menos problemas emocionales en cuanto a trabajar en una posición subordinada respecto de varones blancos que ejercen como patrones supervisores. Aunque puede que los empresarios blancos tengan prejuicios contra la contratación de mujeres, siempre tienen muchos más a la hora de contratar negros. Las desastrosas consecuencias, para los hombres de color, de la afluencia de amas de casa blancas a los empleos de este sector se ponen clarísimamente de manifiesto en las estadísticas sobre el empleo del sector privado de la economía. A medida que aumenta el número de mujeres blancas que ocupan puestos de trabajo en el mismo, se va desplazando los negros, que pasan a depender cada vez más el gobierno para su contratación o engrosan directamente las filas del paro. Entre 1974 y 1977, mientras la proporción de nuevos empleos del sector privado otorgados a mujeres aumentó un 72% la correspondiente los hombres de color disminuyó en un 11%.
Las mujeres, al intensificar su lucha por alcanzar la igualdad con los hombres en todos los niveles de la fuerza de trabajo, no sólo están reduciendo las perspectivas que puedan tener los negros de encontrar trabajo sin porvenir como empleados, secretarios, vendedores de hot dogs y encargados de estaciones de servicio, sino que también están erosionando rápidamente los progresos que alcanzaron los negros durante los años 60 al conseguir buenos empleos situados en niveles medios de dirección. Robert Goldfarb, asesor de ”acción afirmativa”, informa que las empresas privadas han dado recientemente un giro en el sentido de favorecer la promoción de mujeres blancas en mayor medida que los hombres de color. “Los empresarios se siente más cómodos promocionando las mujeres blancas”, “dedican más atención y esfuerzo al reclutamiento y entrenamiento de mujeres” Y son ”impacientes con los subordinados negros”. En la actualidad, al verse obligados a ceder de algún modo ante los requisitos de ”acción afirmativa”, la mayoría de los empresarios prefieren promocionar a una joven blanca que tenga un título de la Ivy League (Denominación que se da a un grupo de universidades de gran prestigio académico y social), antes que un varón negro de más edad, con una formación poco sólida y que encima esté resentido.
Buscando el modo de cumplir, pese a su creciente frustración, con los objetivos de ”acción afirmativa”, algunos ejecutivos blancos intensificaron el reclutamiento y adiestramiento de mujeres blancas. Los mismos hombres que hasta hace poco ignoraban o entorpecían la promoción de las mujeres, empezaron a ver en ellas una oportunidad de alcanzar los objetivos de contratación sin tener que tratar con negros. Con la ambición desbordante, las mujeres aprovecharon este apoyo. Como consecuencia de ello, los varones negros se vieron excluidos de esta competencia por unas oportunidades de promoción, adiestramiento y empleo que cada vez eran más reducidas.
 Uno de los efectos más devastadores de la expansión del número del número de amas de casas blancas que trabajan es la disminución del porcentaje de familias negras en las que tanto el marido como la esposa tienen empleo. Antes de la era de la liberación de la mujer había, en proporción, más  familias negras que blancas con dos sueldos (no porque las mujeres negras estuvieran ”liberadas”, sino porque los sueldos de sus maridos eran muy bajos). Pero según Robert Hill, Director de investigación de la liga urbana nacional desde 1957 “la ola de incorporación de las mujeres blancas a la fuerza de trabajo ha traído consigo que las familias blancas muestren, por primera vez, un porcentaje de asalariados más alto (50%) que la familias negras (46%)”. La consecuencia de este hecho, aparte del creciente distanciamiento entre los ingresos de las familias blancas y negras, ha sido que cada vez proliferan más las familias negras matrifocales en los ghettos de los barrios céntricos. Y esto se debe a que en cuanto los varones negros dejan de trabajar, las mujeres ya no los valoran como maridos o como padres potenciales; y al mismo tiempo, los hombres dejan de valorar el matrimonio como un objetivo factible o deseable. Las familias de un sólo progenitor centradas en la mujer en modo alguno son aberrantes o patológicas pero, el hecho irrefutable es que estas familias tienden a ser dos veces más pobres que las familias con padre y madre. Sin quererlo, las mujeres blancas, al responder a su propio imperativo económico, arropado en la retórica de liberación sexual, contribuyen a apretar los tornillos del cepo que oprime al ghetto. Y en este sentido, en la medida en que la pobreza del ghetto entra en el cálculo que empuja a los jóvenes negros a emprender la carrera del crimen, se puede decir que la liberación de la mujer ha sido un cómplice silencioso.
Algunos objetarán que el incremento del número de mujeres blancas que buscan empleos no guarda relación alguna con la trama causal que liga a los negros con los crecientes índices de delincuencia, puesto que los tipos de empleo que normalmente ocuparon las mujeres blancas eran empleos que, de todas formas, los negros de los ghettos no habrían deseado ni hubieran podido ocupar. Puede que esto ocurra con los puestos de secretaria y mecanógrafa, pero no así con los millones de empleos de la administración pública y la venta al por menor, ni tampoco con los de contable, cajero, empleado, recepcionista, maestro o auxiliar de médicos y dentistas. Al responder a estas ofertas de empleo, las mujeres blancas impiden que se produzca un reclutamiento a gran escala de varones negros, ya que al disminuir el empleo en el sector industrial, no queda otro ámbito de la economía al que la juventud negra pueda recurrir.
También se equivocan los que afirman que las mujeres blancas nada tuvieron que ver con la alta tasa de abandono escolar y el analfabetismo funcional de los varones negros. La falta de interés que muestran los jóvenes negros por adquirir los requisitos educativos necesarios para desempeñar empleos de ”cuello blanco” y la correspondiente falta de interés que de hecho se aprecia en las autoridades educativas por orientar a los estudiantes negros hacia trabajos de oficina, tiene mucho que ver con el hecho de que ya se disponga de un gran número de mujeres blancas bien acreditadas, deseosas de ocupar el primer puesto que se les ofrezca. Si estas mujeres se hubieran quedado en casa, la demanda de trabajadores de servicios e información se podría haber traducido en el desarrollo de una orientación de los varones negros hacia los trabajos de oficina y en una mejora en la enseñanza de las aptitudes necesarias para estos empleos en las escuelas de los ghettos. Y precisamente el hecho de que no haya habido una demanda de varones negros con la debida formación en el sector de ”cuello blanco” ha sido la causa de que a éstos les pareciera algo totalmente superfluo e inútil obtener un título de estudios.
Supongo que estas observaciones serán malinterpretadas y qué se me acusará de afirmar que las mujeres blancas son la causa del desempleo de negros. Por supuesto, mi propósito no es éste. El paro en los Estados Unidos es un problema estructural, relacionado con el cambio tecnológico, el desarrollo de los oligopolios y la continua sustitución de la mano de obra por máquinas. Las mujeres no son responsables de los cambios en la economía, que ponen los negros en una situación de desventaja. Tanto ellas como los negros son igualmente víctimas, aunque de diferentes maneras, de la inflación. No, lo que yo quiero poner en claro es que sencillamente los problemas en Norteamérica no se pueden comprender de forma fragmentaria. No hasta que tomemos conciencia de la difícil situación de las mujeres como amas de casa sin salario y secretarias mal pagadas. Al ayudar a las mujeres a encontrar una igualdad de oportunidades en el mercado de trabajo, ¿no debemos también tomar conciencia de los hombres que están en el fondo del montón? Si no resolvemos el problema de la subclase negra o hispana, no veo cómo puede haber una liberación de la mujer en los Estados Unidos, salvo que se considere como una forma de liberación pasarse la vida detrás de puertas atrancadas y ventanas enrejadas, por el constante temor a que te asalten o te violen.

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Guía de lectura

1.- ¿Cómo encara del autor la elección del área de investigación (urbana/rural)? Explicar la relación/oposición que se hace con la sociología.
2.- ¿El autor es consciente de obstáculos ideológicos o éticos en el curso de su trabajo de campo? Si existen, ¿cuáles son?
3.- ¿Cómo toma contacto Keiser con su objeto de investigación por primera vez? Explicar y relacionar con el contexto personal del autor.
4.- ¿Cuál es el objeto de investigación para el autor? ¿Cómo se le ocurre, y cuáles son las preguntas (o "hipótesis") iniciales?
5.- ¿Cómo se establece en el área de investigación para iniciar su trabajo de campo? ¿Qué lugar cumplen el orden moral profesional o la ética en su investigación?
6.- ¿Existen (como en el caso de los viajeros africanos) "transacciones" ("premios" a cambio de ayuda a la investigación) con los informantes? Explicar.
7.- ¿Se explicitan claramente los objetivos finales del autor (para qué se está allí) a los sujetos a investigar? ¿Hay un consenso sobre lo que se hará con lo producido por la investigación?
8.- ¿Se manifiestan en el escrito las dificultades, molestias o imponderables de la vida en el "campo"? Sí/No/¿Cómo?
9.- Durante los momentos de la investigación en el "terreno" ¿son significativos la conducta del investigador, su apariencia o su aspecto exterior, para el desenvolvimiento de su trabajo? 
10.- ¿Logra el autor, mediante su técnica, alcanzar la visión absoluta del "nativo"? 
11.- Se indican los procedimientos realizados para llevar adelante el trabajo de campo? Sí/No/¿Cómo?
12.- ¿Se puede deducir de los escritos la posibilidad de que los prejuicios del autor hacen afectado (o incluso modificado) los acontecimientos observados? 
13.- ¿Hay algún tipo de planteo ético acerca del tratamiento a dar a posibles informaciones confidenciales de los sujetos entrevistados? Sí/No/¿Por qué?
14.- ¿Se incluyen referencias acerca del contexto general o global que enmarca el tema a investigar? ¿Hasta donde llegan las mismas?

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